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Conduzco y apago la radio del coche con enfado otro día más. “Conflicto entre Israel y Palestina”, “guerra entre Hamás e Israel”. Lo que llaman “conflicto” en la inmensa mayoría de los medios de comunicación no es más que la forma de blanquear una injusticia que lleva produciéndose desde hace décadas. La denominación de guerra es aún peor, ya que sugiere un enfrentamiento de igual a igual, en lugar de visibilizar una masacre con muy pocos precedentes en la historia reciente de la humanidad.
Tras conectar el portátil y ordenar todas las cosas que necesito para comenzar a trabajar, recuerdo que el día anterior quedó pendiente realizar un informe social, así que voy directo a ponerme con él. Respiro profundo…
Después de más de 20 minutos escribiendo ideas sueltas me doy cuenta de que hoy es uno de esos días en los que resulta complicado concentrarme. Trato de redactar un informe difícil por lo delicado del contenido, por lo que todo debe reflejarse de una manera fiel a lo que conozco y he trabajado con la familia a la que se refiere. Pero esta mañana las palabras no salen con fluidez. Para colmo, me siento cansado por las pocas horas dormidas (tener hijos a veces implica que no es posible acostarse a la hora en la que el cuerpo lo pide a gritos).
Con el miedo constante y los bombardeos que se han llevado todo.
A mi cabeza vienen imágenes de bombardeos en Gaza, de asesinatos en Cisjordania, de los niños masacrados por un ejército al que nuestros gobiernos no intentan parar por todos los medios posibles. Un niño asesinado cada 15 minutos. Y así desde hace semanas. Sin agua, sin luz, sin comida, sin medicinas. Con el miedo constante y los bombardeos que se han llevado todo. El número de habitantes que tienen algunos de los pueblos en los que trabajo es menor que las vidas que puede quitar un solo bombardeo a un hospital en Gaza.
Trato de volver a la pantalla. Escribo, pero no me gusta lo que escribo. No es eso exactamente lo que quiero decir. Miro la lista de tareas que tengo previstas hoy y me alegro de volver a ver que dentro de media hora vendrá una de mis compañeras y vamos a hacer un par de visitas. Decido seguir escribiendo lo que me sale, a modo de notas mentales para retomar mañana u otro día, cuando la inspiración y la concentración me permitan expresarme de manera objetiva y clara.
La preparación, la realización de las visitas y la conversación posterior sobre muchas cuestiones del trabajo del día han conseguido distraerme y centrarme en mi tarea diaria.
Hablamos con varias personas sobre su situación y sobre la manera en que podríamos ayudarles, sobre sus prioridades y las decisiones que han de tomar en sus vidas. Se pasa la mañana mucho más rápido de lo que parecía que iba a ser a primera hora.
Subo al coche e inicio el camino de vuelta a casa. Llamo a mi madre. Pienso en mis niños esperándome en casa para contarme algunas de las cosas que les pasaron hoy y me veo pasando la tarde con ellos: un poco de tareas, un mucho de baloncesto… vuelve el dolor al pecho cuando hago el amago de encender la radio de manera automática y decido no hacerlo.
Hasta el momento de salir del ascensor y abrir la puerta de casa no soy capaz dejar de pensar en lo injustamente distantes que son las realidades entre las familias de Castilla-La Mancha y las que viven en Palestina.
El sonido de uno de tantos aviones de guerra aterrizando a muy pocos kilómetros de mi casa hace que mire por la ventana. Ese ruido atronador sobrecoge. Me duele Palestina. Y me siento incapaz de imaginar tanto terror, tanto daño, tanta tortura durante tanto tiempo.
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