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Tenemos una España contradictoria y desigual, con un amplio territorio “vaciado” de su población rural y unas granjas repletas a rebosar de un ganado “fabricado” intensivamente.
Quienes conocen la situación señalan algunos rasgos dignos de subrayar. Por ejemplo, la relación entre el “vaciamiento” de nuestros campos y el éxodo rural femenino. Las mujeres tienen que abandonar el medio rural si quieren encontrar un trabajo bien remunerado o acorde con sus estudios o con sus expectativas sociopolíticas, profesionales y vitales. Porque no sólo las mujeres han logrado un mayor y mejor acceso a todo tipo de estudios sino que valoran que las ciudades ofrecen oportunidades ligadas a los derechos reproductivos y la oportunidad de superar los mandatos sociales relacionados con el género que tradicionalmente les han resultado injustos y desfavorables, hasta el punto de que lo que se conoce como “la España vaciada” resulta ser un ecosistema laboral particularmente adverso para las mujeres, quiere decir que el rol en el ámbito productivo y en el reproductivo no ha tenido reconocimiento social ni económico durante demasiados años, cuando las mujeres, de toda la vida, han sido esenciales en todos los trabajos agrarios, al tiempo que han compatibilizado esto con la crianza y los cuidados. Y sin embargo todavía tienen que luchar por unas condiciones de trabajo dignas equiparables a las de los varones.
Pero sin mujeres no hay vida, no hay pueblos, no hay sociedad y no hay futuro. El medio rural exige, por su envejecimiento y masculinización, disponer de altos niveles de atención y cuidados para sus pobladores, personas mayores, hombres solos, que necesitan esos cuidados para ser autónomos porque antes no lo han sido ni han sido formados para ello. Y no hay suficientes recursos de apoyo y sí demasiadas dificultades para acceder a ellos.
Se empieza a abrir paso el convencimiento de que la solución exige que las políticas de desarrollo rural apoyen el emprendimiento femenino y que se vaya creando la oferta de alternativas de empleo que no tengan que ver sólo con la agricultura.
Ello exige acciones integrales y no puntuales: descentralizar la actividad económica, los centros de formación y no dejar al medio rural arrinconado en el desarrollo económico.
El movimiento se demuestra andando. La España vaciada se ha movilizado bajo el lema 'Yo paro por mi pueblo' para exigir equilibrio territorial con el Plan 100/30/30, una de las principales reivindicaciones. Por ejemplo, se considera “imprescindible” que todos los pueblos dispongan de Internet a una velocidad mínima de 100 MB simétricos, estar a 30 minutos de servicios básicos (para no tardar un día entero en hacerte una radiografía) y a 30 kilómetros de una vía de alta capacidad, como puede ser una autovía.
Esta concienciación puede favorecer la creación de una herramienta política, al estilo de Teruel Existe, para promover cambios desde los ámbitos en los que se influye para la toma de decisiones.
Hay que plantearse toda clase de innovaciones tecnológicas, técnicas, de inversiones y de desarrollo sociocultural para poder plantearnos la más elemental decisión que anuncia la salida a este problema: Ofrecer un proyecto de vida, no solo un trabajo.
Tenemos una España contradictoria y desigual, con un amplio territorio “vaciado” de su población rural y unas granjas repletas a rebosar de un ganado “fabricado” intensivamente.
Quienes conocen la situación señalan algunos rasgos dignos de subrayar. Por ejemplo, la relación entre el “vaciamiento” de nuestros campos y el éxodo rural femenino. Las mujeres tienen que abandonar el medio rural si quieren encontrar un trabajo bien remunerado o acorde con sus estudios o con sus expectativas sociopolíticas, profesionales y vitales. Porque no sólo las mujeres han logrado un mayor y mejor acceso a todo tipo de estudios sino que valoran que las ciudades ofrecen oportunidades ligadas a los derechos reproductivos y la oportunidad de superar los mandatos sociales relacionados con el género que tradicionalmente les han resultado injustos y desfavorables, hasta el punto de que lo que se conoce como “la España vaciada” resulta ser un ecosistema laboral particularmente adverso para las mujeres, quiere decir que el rol en el ámbito productivo y en el reproductivo no ha tenido reconocimiento social ni económico durante demasiados años, cuando las mujeres, de toda la vida, han sido esenciales en todos los trabajos agrarios, al tiempo que han compatibilizado esto con la crianza y los cuidados. Y sin embargo todavía tienen que luchar por unas condiciones de trabajo dignas equiparables a las de los varones.