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Antonio Machado ya trasladaba en su poema la idea de las dos Españas enfrentadas. También lo señalaba Ortega y Gasset en su análisis en la ‘España invertebrada’. Y un siglo después continúa tan viva como cuando lo escribieron ambos.
La investidura de Pedro Sánchez ha levantado ampollas. Ha supuesto que la sede del Partido Socialista esté plagada de manifestantes. Estos, ataviados de banderas nacionales, colean que la unidad de España y la igualdad entre los españoles está en peligro. Y es que la Ley de Amnistía ha sido un punto de inflexión.
Aunque no soy experta en la materia, la Constitución tiene flexibilidad para algunos temas. Y más allá de la opinión (acertada o no) de los que se han echado a la calle, queda el recurso de inconstitucionalidad. Por tanto, será el Tribunal Constitucional quien tendrá la última palabra y quién nos podrá indicar si dicha Ley es constitucional o no.
He de deciros que no me sorprenden los acontecimientos. Cada vez que se trata de dialogar con los partidos nacionalistas de territorios como Cataluña o País Vasco, se encuentran con una oposición de ciertos partidos. Quizá quieren que vuelva a ser en blanco y negro. Aquella España en la que se prohibía hablar otras lenguas que no fuese el español o donde se resarcía el espíritu nacional por encima del propio individuo. Esa etapa oscura en la que retrocedimos más de 40 años respecto a nuestros vecinos europeos.
Lo más peligroso de esto, son esos partidos que comparan dialogar con un golpe de Estado. El mismo que dio Antonio Tejero y sus compadres el 23 de febrero de 1981. O el que produjeron miembros del ejército días después de las elecciones de la Segunda República, en julio de 1936. Esos partidos son los mismos que incendian las redes, que contaminan la opinión y quienes nublan la vista de aquellos que no tienen interés o tiempo de echar la vista atrás.
El Estado de Derecho que tanto se nombra en política y que estos días ha estado en boca todos, se puede modificar, cambiar y trasmutar cuando es necesario. Es decir, según el tiempo en el que estemos, toma unos matices u otros. Se metamorfosea. La legislación se ajusta a los tiempos, y la mayoría de las veces va por detrás de los cambios sociales. Es cierto que la Constitución es nuestra norma suprema en el ordenamiento jurídico, pero eso no quita a que tenga que ser rígida como una tabla. Con el tiempo debería poder ser modificada. Y es que ya se ha hecho en dos ocasiones: para cambiar el artículo 135 respecto a la deuda pública y en 1992 para poder firmar el Tratado de Maastricht. Por tanto, es viable que se pueda seguir pidiendo mejoras u otras cuestiones que sean de interés para los ciudadanos.
Sin embargo, las banderas, ni nacionales ni autonómicas, no se pueden comer
Sin embargo, las banderas, ni nacionales ni autonómicas, no se pueden comer. No sé si ustedes me entienden. Y da igual un poco los colores que estén en las fachadas. Porque nacer en un país o región es tan aleatorio como que te toque la lotería. Cuestión de suerte. La misma suerte que tuvimos que, antes de la bandera rojigualda, tuvimos la tricolor. Y, quizá hoy, si no hubiese existido ese golpe de Estado de 1936, ondearía en nuestros balcones.
¿Cómo se puede ser investido sin mayorías?
Llegando al consenso. Guste o no, eso es lo que toca en política. Ya que no es solamente un juego de ganar o perder, es necesario que haya alineaciones entre partidos. Sobre todo, cuando hay pluralidad y el bipartidismo desaparece y, en nuestro caso concreto, necesitamos una mayoría parlamentaria para poder ser investido.
¿A qué precio será? No soy futuróloga y eso aún no lo sabemos. Lo que sí conocemos es cómo se ha gestionado la legislatura y cuáles son las medidas que se quieren seguir llevando a cabo. A algunos les podrá parecer mejor o peor, pero eso es la democracia: elegir entre diferentes opciones y aquella que puede gobernar, sigue adelante.
Para los que han estado en la calle Ferraz semanas atrás, puede ser que les parezca más importante la unidad de España que la educación y sanidad pública. Y los que se encuentran vitoreando al dictador, siguen en esa España de blanco y negro. Esa en la que solamente unos pocos tenían ciertos derechos y libertades.
Saben ustedes que, a golpe de talón, da igual quién gobierne. Pero para una gran mayoría, el talón es lo que falta y solamente queda confiar en mejoras sociales y en la intervención del Estado. Y para eso está la política, y los partidos políticos representan nuestras ideas y valores.
Los que aún confiamos en esa intervención, seguimos demandando derechos sociales. Al fin y al cabo, igualdad sin distinción. La tan deseada justicia social. Porque sin igualdad de acceso a pilares primordiales como la educación o la sanidad, da igual dónde se esté y la bandera que se alce. Y si lo que pretenden es que todo acabe en el juego del mercado, y sea el dinero quien gobierne cuestiones esenciales como la propia vida, entonces se toparán con aquellos que reclamamos lo público como eje primordial para ejercer la ciudadanía.
Antonio Machado ya trasladaba en su poema la idea de las dos Españas enfrentadas. También lo señalaba Ortega y Gasset en su análisis en la ‘España invertebrada’. Y un siglo después continúa tan viva como cuando lo escribieron ambos.
La investidura de Pedro Sánchez ha levantado ampollas. Ha supuesto que la sede del Partido Socialista esté plagada de manifestantes. Estos, ataviados de banderas nacionales, colean que la unidad de España y la igualdad entre los españoles está en peligro. Y es que la Ley de Amnistía ha sido un punto de inflexión.