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Durante la crisis sanitaria provocada por la pandemia del SARS-COV-2, se ha hablado mucho de las consecuencias que trajo a los usuarios de las residencias de mayores, personas ellas de una alta vulnerabilidad como sabemos, pero no es este el motivo del artículo, en el que me quiero centrar por encima en la crisis “social y emocional” subyacente que experimentaron los familiares de los usuarios.
La supresión de las visitas sociales a los centros trajo un escenario de incertidumbre a los familiares, que vieron como sus seres queridos se encontraban por un lado protegidos pero por otro se masticaba una sensación de falso desamparo. Las noticias en marzo-abril no eran buenas, el mundo se paró y las residencias fueron “victimas” del foco mediático.
Los profesionales que lidiamos con aquella situación nos vimos atrapados entre extremar los cuidados y atenciones que nuestros mayores merecen, el total desconocimiento de cómo manejar los términos epidemiológicos de una pandemia mundial, protegernos, protegerlos, las calles desiertas, las noticias abrumadoras, el trabajo de lunes a domingo sin horarios y apenas sin descanso, etc.. Fue trabajar en condiciones muy duras y a veces extremas.
Las familias experimentaron, y siguen haciéndolo, una angustia vital sin precedentes, no porque no confiaran en el trabajo de los profesionales, sino el simple hecho de no ver a su familiar ya era cuestión de desasosiego. Fue muy importante el trabajo que se realizó de forma telefónica y telemática (videollamadas, fotos, etc...) para informar, ser transparente, tranquilizar, dar confianza, acompañar a los familiares en el durísimo proceso del final de la vida que no iban a poder experimentar con su ser querido. En definitiva, ser los ojos y los oidos de las familias en la residencia. Fue especialmente duro comunicar los fallecimientos pero más duro aún fue expresar las condiciones que se debían dar después del mismo, sin poder despedirse como en nuestra cultura es tradición, algo desolador.
Un trabajo que tanto social como psicologicamente había que tener muy claro que era esencial para tratar que las familias tuviesen la certeza de que su ser querido estaba siendo tratado en esta crisis como se merecía. Este acompañamiento era prácticamente diario e informar a muchos destinatarios de mucha información fue un trabajo inmenso y un reto enorme que se pudo completar gracias al esfuerzo de todo el equipo técnico de la residencia donde trabajé. Sinceramente mereció la pena y desde el punto de vista del trabajo social se aportó ese granito de arena en contra del maldito virus que ha cambiado el mundo.
Todos los profesionales de la Residencia de Mayores “Los Molinos” de Mota del Cuervo (Cuenca) se volcaron, (terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas, enfermeras, animadora sociocultural, auxiliares, cocineras, limpiadoras, ordenanzas, mantenimiento, coordinadora, dirección, medico y trabajador social), hubo una implicación máxima y una pérdida muy importante de uno de los médicos de atención primaria Sara Bravo, desde aquí mi máximo reconocimiento. Todo el mundo arrimó el hombro, desde personal veterano hasta otro personal no tan veterano que se comportó como tal y dio la talla cuando había que darla. Sirva este artículo como un pequeño homenaje y agradecimiento a todos y todas ellas, sin estos nada hubiese sido posible.
Durante la crisis sanitaria provocada por la pandemia del SARS-COV-2, se ha hablado mucho de las consecuencias que trajo a los usuarios de las residencias de mayores, personas ellas de una alta vulnerabilidad como sabemos, pero no es este el motivo del artículo, en el que me quiero centrar por encima en la crisis “social y emocional” subyacente que experimentaron los familiares de los usuarios.
La supresión de las visitas sociales a los centros trajo un escenario de incertidumbre a los familiares, que vieron como sus seres queridos se encontraban por un lado protegidos pero por otro se masticaba una sensación de falso desamparo. Las noticias en marzo-abril no eran buenas, el mundo se paró y las residencias fueron “victimas” del foco mediático.