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La necesidad de contar con un Museo Nacional/Regional de Etnografía

Artesanía del bordado en Lagartera (Toledo)

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A nivel nacional conocemos la historia de un proyecto siempre en gestación, nunca definido y siempre ninguneado. Comenzó siendo una iniciativa del toledano de adopción Luis de Hoyos Sainz como 'Museo del Pueblo Español', que tuvo su sede, desde 1934, en el palacio del marqués de Grimaldi de Madrid, y tras un intento de Julio Caro Baroja por hacer un proyecto de museo al aire libre, conoció sucesivamente los sótanos del Teatro Real, del Colegio de Cirugía de San Carlos, y desde 1987 la sede del Museo Español de Arte Contemporáneo (MEAC), hoy Museo del Traje. Finalmente, en 1993 se fusionó con el Museo Nacional de Etnología, tomando como sede el actual Museo Nacional de Antropología, ubicado en Atocha y más conocido hoy por sus colecciones coloniales.

Merced a la política de descentralización y atención hacia la que se ha venido llamando 'España vaciada', el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero había proyectado en 2008 un Museo Nacional de Etnografía para ubicarlo en el llamado en Teruel 'Hogar Comandante Aguado', edificio de 22.000 m2. La complejidad del proyecto, su excesivo costo y las diatribas políticas locales dieron en su día al traste con el mismo. Ahora y merced al trabajo del diputado Tomás Guitarte, de la agrupación de electores Teruel Existe, ha logrado que se apruebe una enmienda en los presupuestos del Estado para que de nuevo se tome en consideración este proyecto, dotándolo de 2,5 millones de euros.

Hace ya 22 años, publicábamos en un medio local un artículo titulado 'La Etnología olvidada' [La Tribuna de Toledo, 12-X-2000] donde incidíamos en el valor que para una región como la nuestra, si en algo se caracteriza es precisamente por su legado etnográfico, y a un Plan Estratégico, publicado por la Consejería de Cultura en 1997 donde se señalaba la urgencia de la recogida de material etnográfico, especialmente el de la tradición oral y la de los objetos relacionados con los sistemas de producción desaparecidos, sobre todo en la agricultura y la ganadería, y en menor medida, en artesanías y formas de vida tradicionales. Y señalábamos la necesidad de crear un Museo Regional de Etnografía.

 Y, sin embargo, es la etnología la gran olvidada de nuestra región, y de nuestra provincia. Desde que el consejero de Cultura Sisinio Pérez Garzón cerró de forma precipitada el ciclo de Jornadas de Etnología que se realizaron en la región y cuyas actas publicadas son prácticamente las únicas referencias regionales en la materia, no ha vuelto el tema a preocupar ni poco ni mucho a nuestros gestores regionales.

 La última jornada, la celebrada en Toledo, ni siquiera llegó a publicar sus actas, que dormirán en el sueño de los justos en algún cajón de la Consejería de Cultura. Solamente monografías locales llenan el hueco dejado por esta ausencia. El Instituto de Estudios Toledanos editó alguna publicación de tono menor y asociaciones como la de los Montes de Toledo consigue una línea de continuidad en investigaciones y publicaciones. La misma Diputación, que creó el Centro de Etnología, realizó una catalogación sistemática de determinadas comarcas, realizó exposiciones itinerantes y tiene en proyecto un Museo provincial de Etnografía.

Y son los museos creados por ayuntamientos o por asociaciones como la arriba citada la que también cubren la carencia de Museos etnográficos por parte de las autoridades regionales. Pero, se preguntarán los lectores por qué cargamos las tintas en la responsabilidad de la Consejería de Cultura. Esencialmente, porque lo que necesita el campo de la Etnología es un trabajo globalizador, sistemático y coordinado.

Las secciones de los museos provinciales -que por ley son, junto con la Arqueología y las Bellas Artes, secciones constitutivas de dichos museos-, no están instaladas como se debiera en los respectivos edificios (de las salas del Museo de Santa Cruz, mejor no hablar). El Museo de Dulcinea, del Toboso, es únicamente una recreación -buena- de una casa manchega del XVI, y el de Ruíz de Luna de Talavera lo es monográfico de la cerámica.

Sigue siendo urgente la creación de un museo o centro regional de etnografía que coordine la labor de recopilación y exhibición de las distintas colecciones públicas de la región, así como liderar y coordinar las labores de investigación y publicaciones en la región. Nunca sería más necesario este “Museo especializado de interés regional” que proclama el citado Plan Estratégico, con la jerarquización museística que señala para el territorio. Los fondos europeos “Next Generation” vienen como anillo al dedo para crear las sinergias necesarias en la utilización de nuevas tecnologías de la información, desarrollo de zonas demográficas deprimidas, conservación del legado cultural y cohesión territorial.

Ya advertimos, entonces,  de la inutilidad del proyecto de Museo provincial de Etnología que se quería ubicar en parte del Convento de San Clemente, proyecto que, evidentemente, no llegó a buen puerto, indicando como más factible aquellas zonas rurales que se identificaban más con el objeto del Museo y que así  dinamizarían las comarcas que en la provincia ahora se denominan como parte de las 'España vaciada'.

Indicábamos que la Universidad tampoco estaba directamente vinculada a esta rama importantísima de nuestro patrimonio regional, y así sigue siendo. Los profesores proceden, en general, del campo de la sociología y la antropología, y desde luego, se sienten poco vinculados con el entorno que da la razón de ser a la Universidad a la que sirven. Los convenios, publicaciones y seminarios, se centran en temas relacionados con otras materias de las Humanidades, menos a la que nos ocupa.

Tampoco las becas dadas por la Junta de Comunidades para la investigación de temas relacionados con nuestro patrimonio dedican muchos fondos al etnográfico. Como siempre son las universidades madrileñas las que, supliendo estas lagunas, envían a sus técnicos y estudiantes a realizar trabajos de campo.

No solamente no se puso en marcha el Plan Estratégico del Gobierno Regional de 1997, sino que tampoco se han propuesto medidas alternativas desde entonces. Y, mientras tanto, una generación de castellanomanchegos ha desparecido. Precisamente los que guardaban la memoria de las tradiciones, de los saberes artesanales, de los usos y costumbres, los que conservaban el habla de los mayores. Tampoco en este tiempo nuestros gestores en la política cultural han estado a la altura de las necesidades planteadas.

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