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Los entusiastas del catecismo (neoliberal), uno y trino, suelen llamar “crisis” a las estafas. Por ahí se empieza. Fíjense para irle cogiendo el tranquillo a la neolengua.
El truco consiste en edulcorar el golpe con un término “tecnócrata”, y “crisis” sin duda lo es.
Por otra parte no todos los golpes son de Estado, de esos que fusilan 26.000 millones de ciudadanos (niños incluidos) de un día para otro, como proponían algunos militares nostálgicos en nuestro país, sino que también los hay financieros.
No son tan distintos y ambos producen muertos. No pocas veces unos y otros golpes, golpes de Estado y golpes financieros, van juntos y colaboran como sabemos por la Historia. También las finanzas, a falta de argumentos, suelen recurrir a la fuerza.
Llamar “reformas” (que suena mucho a progresismo ilustrado) a los “recortes”, que son la materialización concreta y última de la estafa neoliberal, forma parte también de esta nueva forma de hablar. Lo de la tecnocracia, que es una moda en auge para desprestigiar y despreciar un poco más la democracia, y que suena tan bien, tan aséptico y eficaz, es un recurso muy a mano para coger atajos y evitar las complicaciones de las urnas. Ahora bien, esos atajos también son violencia.
El “pueblo”, que hoy equivale a mencionar al coco, y que en el fondo resulta ser el conjunto de los ciudadanos libres, no está capacitado para decidir, en opinión de los defensores de la tecnocracia (su tecnocracia).
En última instancia, los tecnócratas “independientes” (lo habrán comprobado) se deben al catecismo (neoliberal). Y el catecismo, con sus mandamientos y penitencias, lo deciden los dueños del dinero. Ergo estos técnicos (sálvese la excepción) son unos mandados que obedecen al dictado de otros que en lo último que piensan es en la tecnología o técnica del bien común.
Más que tecnócratas, a estos operarios a sueldo, asépticos e “independientes”, deberíamos considerarlos misioneros o incluso catequistas. Y eso cuando tienen fe en lo que hacen, que muchas veces ni eso. También las neolenguas deben reinventarse (disfrazarse) en cuanto que proceden de otras neolenguas que el tiempo ha desnudado y puesto en evidencia.
Por eso vemos que aquello de la conspiración judéo-masónica-bolchevique de otros tiempos se ha transformado ahora en lo de gobierno “social-comunista”.
Dado que aquel término antiguo llevó al asesinato racista de 6 millones de judíos, no se ha considerado pertinente ahora incluir esa referencia judía en el nuevo complot mundial, responsabilidad exclusiva -en este momento histórico que vivimos- de “sociales” y “comunistas”, es decir de “socialdemócratas”, una vez hecho el reajuste y traducción pertinente de dichos términos en función del desplazamiento (sigiloso pero eficaz) experimentado en nuestro espectro político.
Dicho desplazamiento sigiloso ha situado a la derecha extrema (que nada tiene que ver con el conservadurismo clásico) en el “centro” aséptico y tecnócrata. Para el que se lo quiera creer. En ese sentido, nuestro “centro” neoliberal es consecuencia también de la neolengua, y el objetivo de esta nueva forma de hablar es que ese extremismo reubicado y disfrazado de centro, a fuerza de rutina y propaganda, pase desapercibido.
Cualquier intento de dudar o contrariar el catecismo neoliberal se considera hoy en día “liberticida”, cuando es obvio y lo hemos comprobado que el neoliberalismo tiene más que ver con el delito financiero y económico que con la libertad.
La palabra libertad por tanto también resulta dañada y deformada por la neolengua. De ahí que en una primera lectura no confirmada por los hechos, el actual gobierno de coalición lo sea (“liberticida”) y su propósito oculto sea “confiscar el poder”, como es notorio para algunos que así lo afirman y que reclaman la vuelta a Montesquieu (es decir a la libertad) vía Villarejo.
Paradójica es sin duda (además de poco afortunada) esta forma de ver las cosas, pues de lo que no cabe duda es que las cloacas de nuestro régimen serían sin duda un auténtico infierno para Montesquieu y un paraíso de tecnocracia eficaz para Maquiavelo.
Mientras vamos conociendo cada día que ahí precisamente, en las cloacas liberticidas y corruptas de nuestro régimen, los gobiernos del PP y del PSOE, unidos por tantas cosas, chapoteaban a sus anchas en una especie de (esta sí) confiscación del poder... mientras no queda claro del todo cual de los grandes partidos, PP o PSOE, toquetea más a los jueces, de lo cual el senador Cosidó presumía ante sus colegas... Hemos de temer sin embargo que sea el actual gobierno “social-comunista” el que acabe con la libertad tan bien preservada hasta este momento. Preservada y defendida por Villarejo y compañía.
Si ha habido un objetivo prioritario de estas cloacas liberticidas en nuestro tiempo, es decir, un intento claro de conculcar la libertad política y vulnerar la democracia, ese ha sido el acoso al partido político heredero del 15M: Podemos.
Un pensamiento razonable nos llevaría a concluir por tanto que una cosa es la ofensiva liberticida con que fantasean (para distraer) los administradores de la neolengua y otra muy distinta la ofensiva liberticida (muy real) que han protagonizado ellos mismos.
Dicen nuestros tribunales que el cartel electoral de VOX en que los MENA (menores no acompañados) aparecen disfrazados de forajidos, con la cara tapada y como los principales enemigos de las pensiones de nuestros ancianos, no está inspirado por el odio. Vale.
Esperemos que no piensen lo mismo de aquella otra propuesta antes mencionada de fusilar a 26 millones de españoles, niños incluidos, como solución idónea y aceptable para nuestros problemas sociales y políticos.
O de aquella otra soflama racista que no hace tanto calificaba a los judíos de “culpables” de todo, en un acto público falangista.
Casualmente en un documental que he visto recientemente -en Movistar- sobre la Historia del nazismo (documental notable que recomiendo no perderse y que ayuda a estar alerta en determinadas encrucijadas históricas) aparece un cartel propagandístico de los nazis que me ha recordado enseguida al cartel mencionado de VOX contra los “menas”. Parece como si hubieran salido del mismo horno. Un horno que se alimenta con fanatismo, racismo y odio.
En el cartel de los nazis, que perseguía justificar en aquel momento histórico el exterminio de enfermos (cosa que consiguió), se hace referencia a lo que supone que estos enfermos sigan vivos como carga económica para el resto de los ciudadanos. De forma que se expresaba claramente (también en carteles propagandísticos) que ese dinero destinado al cuidado de los enfermos se quita al buen ciudadano, sano y ario, de la misma manera que en el cartel de VOX el dinero destinado al cumplimiento de las leyes internacionales sobre protección de menores (un imperativo legal y humanitario) es la causa principal -según ellos- de que se nos recorten las pensiones a los españoles.
Extraño y poco creíble es ese mensaje y su falso argumento (una auténtica manipulación de las mentes al estilo Goebbels), porque sabemos sobradamente que ese recorte de las pensiones y otros semejantes que vamos encajando con modorra incomprensible son una exigencia del programa neoliberal que defiende a cara de perro -entre otros- precisamente VOX.
El documental sobre la Historia del nazismo a que nos referimos no solo es recomendable sino muy oportuno a pesar de su dureza (las semejanzas entre aquel momento y el nuestro da que pensar), ahora que parecemos empeñados en repetir la Historia menos recomendable y más indigna.
Tiene una virtud y es que sobre el fondo un tanto impersonal de los grandes dramas históricos (en este caso una tragedia con millones de muertos) se perfilan y encarnan, toman rostro y nombre, algunas de sus víctimas, y esto tiene un dramático efecto.
Es muy difícil sustraerse al estremecimiento y a la impresión de que esas víctimas, con nombre y apellidos, con biografías comunes, demasiado confiadas en algunos casos, arrancadas sin contemplaciones de su normalidad por la locura y el abismo, podíamos haber sido cualquiera de nosotros.
Los entusiastas del catecismo (neoliberal), uno y trino, suelen llamar “crisis” a las estafas. Por ahí se empieza. Fíjense para irle cogiendo el tranquillo a la neolengua.
El truco consiste en edulcorar el golpe con un término “tecnócrata”, y “crisis” sin duda lo es.