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A menudo escucho decir que la nueva política, la política practicada por Podemos o por las candidaturas municipales del cambio, peca de ambigua. Hay, sin duda, en esta apreciación un malentendido. Pero un malentendido que es, en un principio, inevitable. No podríamos hablar de nueva política si esta no supusiera realmente una nueva filosofía política y, por tanto, una nueva manera de concebir la política que no tiene por qué entenderse bien a la primera.
La nueva política se sostiene, por supuesto, sobre una nueva práctica en la que se dan la mano transparencia, democracia participativa y lucha por la justicia social, pero para entenderla como proyecto es necesario pensar qué concepto la guía. La nueva política es el arte de construir un deseo común de cambio social. La nueva política no es, entonces, el esfuerzo por ganar elecciones, porque ganar elecciones no es un fin en sí mismo. Hay que ganar elecciones para seguir creando el deseo común de cambio.
Tampoco es directamente el cambio, ya que el cambio debe realizarse y extenderse a través de un deseo compartido, una imaginación, una voluntad y una inteligencia colectivas, democráticas que definan los aspectos concretos de la transformación social. Y si el deseo común tiene que ser construido y si el cambio social tiene que ser democráticamente definido, es por la sencilla razón de que todavía están por hacer. O, mejor, es a causa de que nunca estarán completamente concluidos. La generación del deseo común es un proceso abierto que va parejo al cambio social y que, como éste, no tiene término.
Puede decirse de otra manera. La nueva política no viene a realizar ninguna utopía. Sólo es una expresión del cambio social en marcha. No promete una comunidad perfecta ni pretende ser la vanguardia de un sujeto político ya constituido. No sueña, como hacen las viejas políticas, con un mercado soberano, ni con una nación pura, ni tampoco con una clase obrera genialmente revolucionaria, ni con una humanidad cien por cien racional.
La nueva política sólo plantea un interrogante. ¿Cuánta libertad e igualdad, cuánta justicia social podemos conservar, podemos conquistar, podemos descubrir, podemos edificar? El interrogante proclama que “sí se puede” avanzar en la conquista de la libertad. Mientras hay vida, hay dignidad y mientras hay dignidad, hay capacidad de cambio. Pero, anuncia también que nunca sabremos de antemano hasta dónde alcanza ese poder. Lo que podamos de hecho dependerá del deseo común de cambio, a la vez afectivo y racional, a la vez personal y compartido, que hayamos logrado construir. Ni más ni menos.
¿Es esto ambigüedad o es, más bien, honestidad?
A menudo escucho decir que la nueva política, la política practicada por Podemos o por las candidaturas municipales del cambio, peca de ambigua. Hay, sin duda, en esta apreciación un malentendido. Pero un malentendido que es, en un principio, inevitable. No podríamos hablar de nueva política si esta no supusiera realmente una nueva filosofía política y, por tanto, una nueva manera de concebir la política que no tiene por qué entenderse bien a la primera.
La nueva política se sostiene, por supuesto, sobre una nueva práctica en la que se dan la mano transparencia, democracia participativa y lucha por la justicia social, pero para entenderla como proyecto es necesario pensar qué concepto la guía. La nueva política es el arte de construir un deseo común de cambio social. La nueva política no es, entonces, el esfuerzo por ganar elecciones, porque ganar elecciones no es un fin en sí mismo. Hay que ganar elecciones para seguir creando el deseo común de cambio.