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Pedro Antonio González Moreno en su Mancha

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La sección biográfica, en nuestras bibliotecas (biografías, autobiografías, memorias, diarios, epistolarios…) arquea considerablemente los estantes a medida que pasan los años. Y a cierta edad, muchísimos escritores nos vemos tentados a escribir nuestros recuerdos, especialmente los de infancia y adolescencia. Tal es el caso del poeta, novelista, antólogo, ensayista, ya un tanto mayorcete, aunque con un arrojo absolutamente juvenil, Pedro Antonio González Moreno. La Biblioteca Añil, de Almud Ediciones de Castilla-La Mancha, acaba de publicar su manuscrito último: ‘Contra tiempo y olvido’.

Parece que tiene mucho fundamento incidir en la suma importancia del espacio al rescatar en la escritura los recuerdos infantiles. Un caso extremo, en este aspecto, es el de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de la gran novela, la única novela que escribió el autor, ‘El Gatopardo’. En esos ‘Recuerdos de infancia’, el ilustre sículo casi no hace otra cosa que describir la cantidad de inmuebles que poseía alzados en el singular paisaje de la isla, considerando el autor que el entorno, citando al poeta romántico John Keats, era “Dance, and provençal song, and sunburnt mirth” (“Danza, y canto provenzal, y bronceada alegría”). En otra autobiografía bien distinta, el libro ‘Vida’, del ‘rollingstone’ Keith Richards, el guitarrista destaca en sus recuerdos de la niñez que él estaba largo rato tumbado en el césped del jardín de su casa mirando pasar los aviones. Aviones que, otrora, traían el sonido de las sirenas durante la guerra.

Pedro Antonio González Moreno, nacido en Calzada de Calatrava (Ciudad Real), pueblo ubicado entre dos castillos, el de Salvatierra y el de Calatrava la Nueva, fija los primeros párrafos de sus memorias en la evocación de esos imponentes edificios, siempre grabados en su mente. Hace que hable uno de ellos -por medio el extendido mar manchego-, susurrándole al otro: “Yo velaré tu sueño, igual que en otro tiempo también velé los sueños de esta inmensa llanura y la sembré con sangre para que así pudieran crecer mucho más altas las hogueras del trigo.” Su casa no estaba situada en el Palermo de Lampedusa; era un genuino hogar anclado en una latitud inmemorial. Su niñez transcurrió, como él detalla, “a la sombra de una higuera, entre la claridad de un patio con paredes de cal y con macetas, un patio donde cabía resumida toda la luz de La Mancha.”

‘Contra tiempo y olvido’ es, con todo rigor una autobiografía, pero asimismo un rico documental sobre los años vividos por esa “generación puente”, como el escritor proclama; años transcurridos en una anchura tan apartada y tan cerrada como fue La Mancha. Generación de los que vinieron a nacer en la mitad del siglo XX. La autobiografía es hija de la historia, sostiene la investigadora Rosa Tarrats del Rey en un ensayo sobre la obra de Stendhal ‘Vida de Henry Brulard’, unas memorias del genial escritor francés que recorren su infancia y su adolescencia. Rosa Tarrats precisa: “El género autobiográfico se convierte así en documento histórico, como punto de partida para el análisis de un tipo de sociedad, un tipo de educación en un espacio y tiempo determinado reflejado por el escritor que pretende plasmar su niñez y adolescencia en la escritura íntima”. En suma, como escribe Marcel Proust, la literatura es “la única vida realmente vivida”.

El relato que desarrolla González Moreno en este libro hace un uso predominante de la primera persona del plural, mucho más que la misma del singular, de forma que el texto adquiere un destacado tono sociológico. La descripción cronológica está muy documentada, recordándonos esas primeras series televisivas, como ‘Los Picapiedra’, las marcas de los electrodomésticos que iban entrando, la literatura juvenil de entonces, para niñas (‘Mujercitas’, ‘Los cinco’) y para niños (‘El Capitán Trueno’, ‘Roberto Alcázar y Pedrín’ y demás), o, entre otras muchísimas innovaciones, las máquinas ‘flipper’, a finales de los 60. Con ellas, según el autor, “entró en nuestras vidas la modernidad, antes incluso de que entrara en nuestras casas.”

La narración es muy amena, establecida en un lenguaje fluidamente conversacional. Se nos informa de que en esos años de la década de los 60, en Calzada de Calatrava no había grifos, el agua se remansaba en los pozos, pero como era algo basta para beber, el aguador pasaba cargando una tina en un carro con mula y vendía el agua a peseta el cántaro. En su libro, Pedro Antonio González Moreno exhibe un léxico precioso, desconocido ahora en su mayor parte, tanto del ámbito rural, del que Calzada de Calatrava estaba totalmente imbuido, como del menestral. Unos cuantos ejemplos; del primero: zafra, alcuza, damajuana, dornillo, peal, harnero, horcate, aguadera, etc. Del segundo: alcotada, maceta, lechada, artesa, palustre, fratasar, llana, granza, enfoscar, etc.

Inventario de recuerdos

Ese tiempo de las catas de aceite, los bocadillos de nocilla o “los cuarterones de pan y chocolate de nuestras meriendas” también está tratado en otras obras del calzadeño, así como la extensa geografía de La Mancha en producciones ya imprescindibles para cerciorarse cabalmente de la manchega realidad cambiante. El haz de sus primeros poemas publicados llevaba el título de ‘Creciendo hacia la infancia’, tan oportuno para emprender la lectura de este último libro. Varios poemas de Pedro Antonio González Moreno, abrigados de este cariz, están reproducidos en el libro. El copioso haz de recuerdos conforma un hacendoso inventario de las celebraciones, religiosas y carnavalescas, de Calzada de Calatrava.

Es curioso saber, con el detalle que se nos ofrece en estas cálidas páginas, cómo el tiempo, que parecía estancado, y “donde el aire tenía olor a carbonilla, a brasa de picón y a humo de bolliscas”, fue avanzando hasta progresar en un gran cambio que lo volvió irreconocible y “donde ya sólo son posibles los recuerdos”. Tan distante de ese ayer el ahora, momento tan opuesto al del nostálgico entonces; un ahora que ha logrado la suprema perfección tecnológica ejercitada en –es un ejemplo- la Inspección Técnica de Vehículos (ITV), digna de un soberano canto al tan fecundo progreso. No olvidemos que Filippo Tommaso Marinetti, fundador del Movimiento Futurista, estableció que “un automóvil de carreras es más hermoso que la Victoria de Samotracia”, soberbia escultura canónicamente expuesta en el Museo del Louvre parisino.

El testimonio de lo que aconteció durante la infancia del autor deriva en la sentencia del vacío que, con el paso del tiempo, originó la actividad que se produjo en ese irrecuperable pasado:

“El mundo de nuestros antepasados desaparecía, y aunque no fuésemos conscientes de ello, nosotros éramos sus últimos testigos. Unos testigos con los ojos demasiado jóvenes o demasiado inocentes para comprender lo que ocurría. Ese mundo había pertenecido a nuestros abuelos, a nuestros padres, y con ellos estaba condenado a extinguirse, al igual que su propio lenguaje, tan llamativo y peculiar, tan lleno de sabrosos localismos.”

La sección biográfica, en nuestras bibliotecas (biografías, autobiografías, memorias, diarios, epistolarios…) arquea considerablemente los estantes a medida que pasan los años. Y a cierta edad, muchísimos escritores nos vemos tentados a escribir nuestros recuerdos, especialmente los de infancia y adolescencia. Tal es el caso del poeta, novelista, antólogo, ensayista, ya un tanto mayorcete, aunque con un arrojo absolutamente juvenil, Pedro Antonio González Moreno. La Biblioteca Añil, de Almud Ediciones de Castilla-La Mancha, acaba de publicar su manuscrito último: ‘Contra tiempo y olvido’.

Parece que tiene mucho fundamento incidir en la suma importancia del espacio al rescatar en la escritura los recuerdos infantiles. Un caso extremo, en este aspecto, es el de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de la gran novela, la única novela que escribió el autor, ‘El Gatopardo’. En esos ‘Recuerdos de infancia’, el ilustre sículo casi no hace otra cosa que describir la cantidad de inmuebles que poseía alzados en el singular paisaje de la isla, considerando el autor que el entorno, citando al poeta romántico John Keats, era “Dance, and provençal song, and sunburnt mirth” (“Danza, y canto provenzal, y bronceada alegría”). En otra autobiografía bien distinta, el libro ‘Vida’, del ‘rollingstone’ Keith Richards, el guitarrista destaca en sus recuerdos de la niñez que él estaba largo rato tumbado en el césped del jardín de su casa mirando pasar los aviones. Aviones que, otrora, traían el sonido de las sirenas durante la guerra.