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Un simple paseo por la llamada “senda de las moreras” y observamos cómo la intervención en el yacimiento arqueológico avanza. Unos carteles nos informan: “Limpieza, documentación con escáner laser y fotogrametría, análisis de los restos por los arqueólogos que trabajaron en el yacimiento entre 2004 y 2010 para identificar los edificios, la funcionalidad de los recintos y acometer su puesta en valor”. Se quiere dar un tratamiento paisajístico a la zona y museográfico a los restos arqueológicos.
La consulta a “restauradores especializados en restauración arqueológica” ha dado como resultado el ver cómo se recrecían muros imitando los originales -con mortero de cal y rocas similares-, de los que están separados por una “tela anti-vegetación”. Se reintegran, además, los muros expoliados para visualizar mejor los recintos originales, se les aplica un fungicida y se rellenan las estancias con gravas de distinto color para que el espectador pueda interpretar con mayor facilidad su funcionalidad. Todo ello se explica en una cartelería que se instala junto a la senda.
Nos preguntamos si los criterios de intervención han sido los más adecuados, toda vez que el espectador no puede distinguir, a simple vista, lo original de lo añadido, es decir, se crea un “falso histórico” tan repudiado por los restauradores. Y, en cuanto a la propia intervención, de su adecuación a un Plan General sobre la Vega Baja del que no se ha dado información y al que, por supuesto, no se ha realizado, como es preceptivo, audiencia a alguno de los órganos consultivos que indica la propia Ley de Patrimonio para que den su opinión y asesoramiento.
Es más, si, como la cartela indica, se ha pedido un análisis de los restos arqueológicos extraídos del yacimiento a los profesionales que han realizado campañas sobre los mismos, hubiera sido oportuno realizar un simposio exprofeso para, con esa información, y con los datos de geo-radar realizar un proyecto del conjunto de la Vega Baja (incluyendo, por supuesto, los malogrados restos arqueológicos de San Pedro el Verde).
En una simple jornada se hubieran explicado estos criterios restauracionistas, el tratamiento del paisaje y otras intervenciones previstas en el conjunto de la Vega Baja. Y, nos atrevemos a decir que incluyendo también los otros BIC de esta: Circo Romano, Cristo de la Vega y Fábrica de Armas. Y, como no, incorporar de una vez por todas el Poblado Obrero, las parcelas “ausentes” de las declaraciones proteccionistas. No estaría de más decir que la gran parcela donde la Diputación realiza prácticas agronómicas se incorpore al gran parque arqueológico y paisajista de la Vega Baja para conectar abiertamente -no a través de estrechas sendas- la ciudad con el río.
Una última denuncia: no se combaten las opiniones contrarias con el vandalismo. Quien haya escrito sobre una de las cartelas “Visigodos todo falso” más le valiese cargarse de argumentos y defender su postura en un foro de debate, no mediante este tipo de actos vandálicos.
Un simple paseo por la llamada “senda de las moreras” y observamos cómo la intervención en el yacimiento arqueológico avanza. Unos carteles nos informan: “Limpieza, documentación con escáner laser y fotogrametría, análisis de los restos por los arqueólogos que trabajaron en el yacimiento entre 2004 y 2010 para identificar los edificios, la funcionalidad de los recintos y acometer su puesta en valor”. Se quiere dar un tratamiento paisajístico a la zona y museográfico a los restos arqueológicos.
La consulta a “restauradores especializados en restauración arqueológica” ha dado como resultado el ver cómo se recrecían muros imitando los originales -con mortero de cal y rocas similares-, de los que están separados por una “tela anti-vegetación”. Se reintegran, además, los muros expoliados para visualizar mejor los recintos originales, se les aplica un fungicida y se rellenan las estancias con gravas de distinto color para que el espectador pueda interpretar con mayor facilidad su funcionalidad. Todo ello se explica en una cartelería que se instala junto a la senda.