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Postales de Corfu

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Otra vez frente al mar. Es difícil llegar a la orilla y darle la espalda, y eso es lo que hace aquel hombre a unos metros de mí, darle la espalda al mar. No le preguntaré por qué lo hace, saber eso es mi labor. A otro le gustaba nadar por las mañanas desnudo, antes de todo, de decir la primera palabra, de caminar, de incluso amar, o padecer. Lo primero de todo, nadar desnudo. Decía muchas veces, casi siempre que se le daba una oportunidad, que para la gran bondad es necesario la dureza. Me alegro de verte por aquí.

Otro pasaba los días mojados para combatir el calor, la ropa siempre mojada, pegada al cuerpo. Un gran ventilador que giraba de derecha a izquierda. Él quería fabricar, o crear, o dar verdad a su tiempo, de la misma manera que unas aspas negras. Para eso sus palabras debían girar alrededor de los otros, muy deprisa hasta acabar posadas en algún lugar. En la piscina del pequeño hotel siempre había cinco o seis personas en el agua. Había que crear espacio entre unos y otro.

No se suele hablar mucho dentro del agua, en apariencia solo cosas muy íntimas, y en ese caso, una persona se acerca nadando a otra para decirle algo al oído: El mejor lugar del mundo para ver el gran incendio es este. Se sonríe de manera nihilista, se sonríe sin que detrás de los ojos se noten las raíces de la noche y de la alegría. Ante el incendio se sonríe. Es la Transparencia del mal de Baudrillard, y puesto que el mundo adopta un curso delirante, debemos adoptar un punto de vista delirante.

Él y ella podrían pasar todo el verano dentro del azul de la piscina. Se teme que alguien se duerma en el agua. Él se bañaba con traje negro. El poema no sabe que lo expresa todo entre el horizonte y un muro. El mundo no tiene límites a los lados. Pero el fin del mundo es mañana, siempre mañana. No contestes a lo que dice el aire, tiene frases para todo. Eres aire rizando las aguas, vas en contra de todo. Objetivar, objetivar hasta que sangre. Se perdió en Corfu, entre miles de personas que fluían en el río revuelto de las calles de la ciudad vieja. Escribió en una postal, -La isla de los cien mil cipreses-. No quiso exagerar dejando escrita la cifra de un millón. De noche los cipreses son más negros. Cipreses y olivos están apretados en una orografía escarpada e imposible.

El sol mata a algunos turistas, desaparecen en las sendas abruptas de unas islas calcinadas por el holocausto solar. Son los elegidos para el sacrificio. Ahora él solo atraviesa caminos, los cruza para perderse en el matorral, allí, entre sendas que atraviesa como los animales perdidos. Soy eso, maestro “Nadie” un animal perdido intentando regresar al “No lugar” Lo inexpresable del fin del mundo, ese “Nadie” al fin comienza a decir tu nombre. Como rodeas una idea durante días, hasta que aparenta estar ya a punto, entonces se esfuma y ya no vuelve. Ibas a entrar en la casa a por algo que habías olvidado, la puerta está siempre abierta, incluso de noche, entonces, ya en el umbral, te das la vuelta y desapareces en los campos de olivos. La idea eras tú mismo, y lo que  habías olvidado, tu sombra.

Un poco antes del fin del mundo láminas de aire, tendidas hacia una boca que respira el sol. Otro tipo, un alemán de Bielefeld, pasó un verano entero desnudo. Dice que fue feliz. El paisaje de esta isla ¿A cuál te recuerda? Para dominar, amar, o rezar a este, o a otros paisajes por los que has pasado de largo –nunca realmente los  atraviesas o te adentras en ellos– y jamás los habrás habitado, o vivido. No los olvidas, con todos ellos construyes ese paisaje perdido de la infancia. Una hamaca de lona atada a un ciprés y a un olivo. En las manos 'La transparencia del mal' de Baudrillard, y puesto que el mundo adopta un curso delirante, debemos adoptar un punto de vista delirante. Un nuevo deporte o competición, atravesar desiertos de arena a vela.

Tablas muy ligeras que se deslizan impulsadas por el viento. Pero hay que ir por delante de ese viento mortífero, del Simún, en árabe samû, de samma, “envenenar”. Antes de que te coma la nube de polvo naranja de la muerte. Veo a Dean Potter agarrado como una salamandra en la pared rocosa del Fitz Roy, ascendiendo por una vía imposible en solo integral. Busca de una muerte honorable. La roca lo escupe al vacío. A ese vacío lo llama su abismo, su alma. Turismo de huida, ¿pero adónde?, se pregunta él. Simplemente, se echó al camino. Tenía solo dos semanas para recorrer bajo el holocausto solar la tierra de “Nadie” hacia “El no lugar”. El sudor de Churchil en las lágrimas secas de Kavafis.

Me bebo una botella de vino en la plaza Lili Desille, arranco una hoja de cuaderno y escribo en ella: “Os doy drogas y luces, la muerte son flores, cómetelas, come flores y bebe en el aire al dios del silencio. Las drogas, los caminos y el sol, bate el territorio para encontrarse, lo bate para ser más, vuelve al mismo lugar con hambre, en la batida se persigue a sí mismo, y se esconde ahí, en su madre” Metí la hoja en la botella y vagué toda la noche por la ciudad vieja. Muy temprano, un poco antes del amanecer, arrojé la botella al mar en Kanalí.

DANA del soñador. Una vez firmó en la tierra con un clavo y comenzó a llover. La erosión continua ¿Cómo serán esas moles rocosas dentro de diez mil años? ¿Te mides con ellas?  En el calor vacante había desaparecido el cielo, solo quedaba una tierra despellejada, y el aire caliente crujiendo en la luz. A ti y a mí nos matará el sol. Leí en 'El calor vacante' de André de Bouchet “La aridez que revela el día. Aquí y allá, mientras la tormenta va aquí y allá. Sobre un sendero que permanece seco, a pesar de la lluvia”.

Ya sé de memoria esos versos. No había nadie en el libro. Debo olvidar esos versos hasta olvidarme de mí. En verano, un poco antes del verano, debes olvidarlo todo. ¿Olvidaste ya quién eres? Sí, ya no quiero ser más que ese “Nadie” al que buscan todos. Para la gran felicidad hace falta el sol, las pequeñas alegrías en la luz de los días que nunca acaban. Ahora escribo contra el calor de manera teológica, aunque el calor no me deja escribir ¿Contra qué luchas? En la nada, ¿hace calor?

En las noches de Corfu, baños nocturnos en Alepoú. Una discoteca flotante a la deriva cerca de Othonoi. Hay miles de luces en el mar. Amamos, sobre todo, la imposibilidad de amar, el conflicto de amar, el ojo de halcón de las relaciones, y amamos el adiós, el adiós relativo hasta llegar al silencio de la muerte. El amor que se prometía como antídoto a su veneno mortal. La isla desde el aire tiene forma de espermatozoide gigante.

Visito al escritor del hotel Atlantis -siempre hay un escritor pasando largas temporadas en un hotel frente al mar- intentando acabar el libro que nunca comenzó. De su libro le habla a cualquiera que se acerque. Comienza cada mañana a escribir una historia que nunca va a terminar. Él teme a la palabra conclusión. Sus historias acaban mucho antes de que terminen. Ese paseo de plátanos de sombra, que se va estrechando hacia el monte, se convierte en pista de tierra, y finalmente en una senda abrupta entre cipreses y olivos. Muchos pasan por ahí, antes de que él, tú o yo llegamos a ese lugar prometido en la historia.

Cada mañana, desde la terraza de su habitación, con todo el mar delante y su Hemingway Special de ginebra con limón en la mesa, sigue escribiendo por inercia esa misma historia que nunca termina. Al final del día, nos encontramos en Potamós. Pedimos vino frío y aceitunas. No tarda en decirme: Amo el “Plain style” de los americanos, y en ¿poesía? ¿Y cómo podrías imaginarte un mundo con un lenguaje seco, en el que tu boca, convertida en escorrentía, se queda muda a la espera de las primeras lluvias? ¿Ya no quieres cantar con los ojos mudos? Maldita plaga de puritanos norteamericanos.

Más allá, en el mar de Garitsa, los barcos cargados de turistas viran hacia la puesta de sol. El espectáculo. Se ofrecen experiencias en la línea de peligro, acercarse a la línea de peligro se paga más caro. Cuanto más cerca mejor. Ellos veían lo visible y lo invisible. El visionario ahora se conforma con ver el sol reflejado en las aguas. Sus lecturas del mundo son indirectas. En estas islas habitadas por dioses muertos, dioses que antes lo veían todo a la vez. El mundo carecía de ángulos muertos, o zonas oscuras. Una parte del cielo era todo el cielo, y así leemos las manos y escrutamos los posos. En la piscina de otro hotel, mientras se pone el sol, el encuentro de dos amantes después de muchos años, con “Nadie”.

Por fin hablan desnudos frente a frente. Sienten vergüenza el uno del otro. Tienen los mismos recuerdos pero memorias diferentes. Ella le dice, en la sequía se ve la lluvia, sucesivos e interminables días de lluvia. Es una isla sin ríos, me llama la atención eso. Con algunos italianos en una taberna de Erikusa largas conversaciones de desgate ¿Cuánto hace que él no utiliza la palabra corazón? Es del Norte, de Cuneo. Bronceado y delgado a pesar de su edad, portador de una elegancia italiana, clásica.

Volver a mis héroes originales, a los más trágicos de todos. Por ejemplo, W.B., el italiano habla de trozos de amor. De los trozos de amor de todos los amores rotos. Él los va colocando por montones, pero no sabe qué hacer con tantos montones, con tantas lluvias y sequías en sus ojos. A su lado, una mujer reza por él, pero lo hace en inglés. Prefería los perros a los niños. Otras tardes frente al mar inmóvil, figuras humeantes. Siendo esto así, las otras partes quedan expuestas y sobreiluminadas. La luz lo acoge todo, avanza por las escorrentías y ramblas llenas de cipreses y olivos. Las umbrías de uno mismo. De noche todo brilla, las aguas apenas en su vago y ligero movimiento se oyen más profundamente en la orilla. Al día siguiente el sol muele la luz, y el silencio se reparte entre todo. Quien nos conoce realmente admite que deja la lámpara a la entrada de la casa. Aquí gobierna la chicharra.

Otra vez frente al mar. Es difícil llegar a la orilla y darle la espalda, y eso es lo que hace aquel hombre a unos metros de mí, darle la espalda al mar. No le preguntaré por qué lo hace, saber eso es mi labor. A otro le gustaba nadar por las mañanas desnudo, antes de todo, de decir la primera palabra, de caminar, de incluso amar, o padecer. Lo primero de todo, nadar desnudo. Decía muchas veces, casi siempre que se le daba una oportunidad, que para la gran bondad es necesario la dureza. Me alegro de verte por aquí.

Otro pasaba los días mojados para combatir el calor, la ropa siempre mojada, pegada al cuerpo. Un gran ventilador que giraba de derecha a izquierda. Él quería fabricar, o crear, o dar verdad a su tiempo, de la misma manera que unas aspas negras. Para eso sus palabras debían girar alrededor de los otros, muy deprisa hasta acabar posadas en algún lugar. En la piscina del pequeño hotel siempre había cinco o seis personas en el agua. Había que crear espacio entre unos y otro.