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Cuando camino por las calles de los pueblos donde trabajo son muy pocas las personas de las que al menos no me suena su cara. Debe ser un indicador de algo. El hecho de ser trabajador social y llevar tantos años ejerciendo en los servicios sociales comunitarios rurales, me ha permitido conocer a muchas personas.
En estos años he compartido inquietudes y trabajo con todo tipo de profesionales de la sanidad, la educación, los ayuntamientos, el comercio, las obras, la limpieza, la cultura…
He sido testigo de las idas y venidas de unas cuantas corporaciones municipales. También son muchas las jubilaciones celebradas en todos los ámbitos. He ido coincidiendo con múltiples trabajadoras de entidades del tercer sector pero, sobre todo, he podido disfrutar de muchas profesionales contratadas por administraciones públicas (en la zona donde trabajo, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y la Mancomunidad para el Desarrollo de la Manchuela).
Hay algo curioso en el paso del tiempo
Con algunas de esas trabajadoras sociales, educadoras, psicólogas, etc., he tenido la oportunidad de compartir conocimientos, tostadas, viajes, tés y preocupaciones por el estado del Sistema Público de Servicios Sociales. Con algunas compartí apenas el tiempo que tardé en presentarles a parte de la gente que debían conocer para desarrollar su trabajo. No hubo tiempo para más.
Siempre agradecí que con cada cambio de trabajo mi nuevo equipo me acogiera con cariño y paciencia y supiera acompañarme en los inicios. La inseguridad del principio es normal cuando trabajas con personas, ya que los errores pueden tener consecuencias graves para alguien. Así que desde que conseguí mi plaza y decidí que probablemente no exista un puesto de trabajo que me satisfaga más que el que ahora desempeño, pensé que debía recibir a cada compañera que llegara detrás de mí lo mejor posible.
Implica una inversión en tiempo y esfuerzo. Y aunque suponga la ralentización de mi día a día al principio, es algo que vale la pena y tiene sus frutos con el paso de los meses. Hay algo curioso en el paso del tiempo. Y es que cuando me quise dar cuenta, la mayoría de las personas que se incorporaban a mi equipo tenían una edad similar a la de mi sobrina mayor. Quienes llegan ahora verían a mi sobrina como una señora de cierta edad.
Dentro de 10 años, igual alguno de mis hijos me termina diciendo que mi nueva compañera lo fue antes suya en el instituto. El caso es que al final ya no podré acordarme del nombre de todas las profesionales con las que habré coincidido cuando llegue el momento de mi jubilación, ¡menuda fiesta si existiera la posibilidad de hacer coincidir a tanta gente!
Desde el 2017, año en el que empezó a funcionar el equipo de inclusión social en mi área, he contado 20 compañeras y compañeros a los que he dado la bienvenida. Y de ellos ya no están 17. Sólo cuento profesionales de los Servicios Sociales que han trabajado conmigo en algunos de los 5 municipios que componen mi zona de trabajo.
Somos poquitas y es casi imposible seguirnos la pista.
Casi 3 compañeras nuevas al año, con sus bienvenidas y otras tantas despedidas. Y sólo desde el sector público, que debería ser el único. Somos poquitas y es casi imposible seguirnos la pista.
La gran mayoría de estas profesionales trabajan o han trabajado contratadas por la Mancomunidad para el Desarrollo de La Manchuela, fruto de convenios con la Junta de Comunidades de Castilla La-Mancha. Estos convenios son tan precarios y deficitarios que las diferencias salariales entre quienes trabajamos en la Junta y quienes no son insultantes (y eso que mi salario no es para tirar cohetes).
Entre otras cosas, hacen que no sea tan difícil encontrar algún otro trabajo mejor. Lo de que este sector esté fuertemente feminizado y precarizado debe ser una coincidencia sin más. Para poder desarrollar en toda su plenitud nuestra tarea hay que conocer el entorno, las relaciones entre las personas del pueblo, conseguir una cierta confianza en el profesional.
Mucho más aún si lo que se pretende abarcar es algo tan apasionante como la intervención comunitaria. Y para eso hacen falta, principalmente, motivación, formación y tiempo. Tiempo suficiente para conocer y que te conozcan.
Cuando hablamos de intervención, nos referimos a procesos de acompañamiento a personas, familias y grupos a lo largo del tiempo (variable en función de la situación de partida y las decisiones que vayan tomando sobre el rumbo de sus vidas). Es necesario que existan figuras estables, ya que cada vez que alguien tiene que volver a empezar a contar su historia podemos hablar de maltrato institucional. Son muchas las personas a las que les obligamos una y otra vez a volver a enfrentarse a sus malas experiencias y sus miedos. Personas con limitaciones, retos, deseos, proyectos y, sobre todo, derechos.
P.D.: Mis compañeras de la región que trabajan desde el sector público (ayuntamientos y mancomunidades) en convenios con la Junta se han organizado en torno a una plataforma de defensa de sus derechos básicos, comenzando por el sueldo y las condiciones de trabajo. Su nombre es Plataforma de Servicios Sociales por la equiparación salarial de Castilla La-Mancha. Organizarse y pelear es básico. Mis compañeras saben que el día que decidan levantar una barricada estaré allí. Ya basta de precariedad laboral en el sector público.
Ya está bien de ver cómo casi todo el dinero va a manos privadas. Es hora de defender al menos la dignidad de las profesionales de lo público y un Sistema Público de Servicios Sociales que no maltrate a profesionales y ciudadanía.
Cuando camino por las calles de los pueblos donde trabajo son muy pocas las personas de las que al menos no me suena su cara. Debe ser un indicador de algo. El hecho de ser trabajador social y llevar tantos años ejerciendo en los servicios sociales comunitarios rurales, me ha permitido conocer a muchas personas.
En estos años he compartido inquietudes y trabajo con todo tipo de profesionales de la sanidad, la educación, los ayuntamientos, el comercio, las obras, la limpieza, la cultura…