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Río abajo

Berrocalejo, aguas abajo del Puente y de Valdeverdeja, a finales de abril. La maravillosa lectura de los viejos tocones en los huertos abandonados, nos escribimos en nosotros mismos. Allí abajo el embalse de Valdecañas, el río está ahí. Ojala cualquier gobernante se hubiera envenenado con lo dicho. De noche todavía hace frío. Vuelvo a Derrida, -todo aquello que no se puede decir, no hay que callarlo, hay que escribirlo--. Miedo a que se me borre todo, me habría quedado una ingrata memoria de todo ello. Aquí lo inexpresable busca su poema.

Este lugar me genera una dicha en la que soy entero. No he llegado a lugar alguno, aún no puedo descansar de mí. Ahí abajo está el río, ya no puedo imaginarlo como era antes de la construcción del embalse. Todos estamos solos, como el sol. El sol está solo, pero tu luz va contra los otros, y tú recibes la luz fuerte de los otros. Nos comunicamos con luz, las palabras acumulan la energía, las palabras de hoy acumulan la energía del sol. Las guerras son extrañas. Jünger hoy no habría participado en ninguna de ellas, solo tú que eres imbécil. Él habría escrito a día de hoy: el cielo está lleno de dioses, tú eres una diosa, echas tu red al pantano de mi ser.

Todos ahora somos pantanos, en todos se refleja el sol. No hay nada allí, solo cantos rodados, un peso innecesario que dulcifica la vida. El verdadero dios está en tu respiración, y se quema en tus palabras. ¿Sabes que eres un facha? Dios es un facha, en realidad todos somos ya fachas. El facha se contrae, tú te contraes, todos nos contraemos. El facha se contrae para estallar. El facha tiene fe, tú admiras tu fe, tu fe es inquebrantable. Eres un hombre o una mujer de fe, la fe es una mierda, lo contrae todo. Provoca más guerras que los sueños.

El hombre actual se cae al abismo y se le abre el paracaídas. Su nihilismo está lleno de flores ¿A que huelen? ¿A ti? ¿A todos? Compras flores, las flores valen más que el pan. Tu fe es la fe de un facha, hueles flores, se tiene fe en las flores. El cielo nunca se cae, a pesar de que las palabras lo cargan de fe. Belle époque et putain d´hommes, y bailan y bailan descompasados a un ritmo infernal bajo cascadas de decibelios. Me he empadronado aquí, no somos más de cincuenta habitantes, aquí puedo votar a dios. Dios es mi alcalde, le pedimos que llueva. Los días que no ocurre nada muescas en un olivo seco. Hay lugares por los que he pasado más de mil veces, se cuenta el infinito por cabellos, por pelos, ese bicho serapa también el espíritu. Peludo hasta en el alma.

Aceleración, el lenguaje de nuestra época se evapora rápido, el río sigue ahí abajo cada día, cuando camino también me acelero, y casi siempre salgo corriendo. Bandazos de aire a los que ya no puedo llamar espíritus enfadados. El aire solano lo abrasa todo. Las palabras del herem pinchan, se ha erizado contra ti el lenguaje. Este es un paisaje desolado, el sol da fuerte cada día. Los colores siena, los ocres, los rojizos y magenta de la tierra en los olivares. En el poema de la noche pasada había desaparecido toda vegetación. El silencio del poema era el mismo que el del mundo, y tú, entrabas y salías del poema. Las únicas palabras eran las del herem, irreversibles.

Alguien metía hielo en los guantes, arena en los calcetines, piedras y ceniza en los bolsillos. Condenado a la desnudez fuera y dentro del poema, hacía el mismo frío y calor dentro que fuera, y el mundo, tu mundo se disolvió finalmente en el poema. El río sigue ahí. Me llegó hace unos días una carta escrita a mano. Bendición.

Aún sigue escribiendo a mano. He conservado la soledad de los primeros libros -me dice- La he llevado conmigo. Siempre he llevado mi escritura conmigo donde quiera que haya ido. Así termina. Esa soledad era lo importante, de ella llegaba todo. Enseña, muestra el camino hacia el río. Estás solo y lleno de ti, ella te enseña a vaciarte, te trasiegas, no te envileces tanto como en otras situaciones. Ya no hay nada que experimentar. Me han dejado un huerto, llevaba abandonado cuarenta años. Maleza, no sé cómo empezar.

Rastrillar la memoria aún caliente. Todavía no se ha apagado el día, ya no tienes recuerdos de lo inmediato, de lo que aún está vivo. Ahí abajo sigue el río. De un paisaje seco, abrasado, como principio de lo que parecía la eternidad en la tierra, pero a veces alucinado por la luz del fuego del cielo, le dejaba entrever, que no se trataba en realidad de ningún lugar en la tierra, y si más bien de un territorio acotado de Marte, o un desierto frío de Urano, o un lugar para pruebas nucleares. A lo lejos hay grandes máquinas perforadoras, y no sé si con la intención de perforar pozos en busca de agua, o con otras intenciones. Va a estallar el sol, le escribí secamente a un conocido que lleva años en política tocando poder.

Oye, hay que escarbar mucho en las palabras para encontrarlo, es la sequedad del esparto. El poeta chaman adora el sol con toda la fuerza de su odio, su luz es odio. Balbucea contra los dioses ¿Le oyen? No le entienden. Ahí sigue el río. A él, el muro de agua le sostiene el sentimiento de culpa. Él le escribía los discursos al imbécil, y en privado me reconoció que siempre mentía. Le cité a Derrida en un whatsapp, -La mentira política moderna ya no esconde nada tras de sí, sino que se basa en lo que todo el mundo-. Pensé que todavía quedaban esperanzas, pero los muebles ya no se hacen con madera y clavos –dejó de oírse el aserradero junto a los ríos, dejó de oírse el agua ¿en tu alma? a la campana que avisaba de los incendios.

Él decía, y creo que lo escribió en un cuaderno ya perdido, que en las noches de Atacama, densas como el petróleo, se oía el sol. Prometió muchas veces hacer una cama, una mesa y una silla. La pureza, lo puro te obliga a escribir sin fin, no tiene límites tu escritura. Se intenta llenar el vacío de uno confundiéndolo con el vacío del mundo. El que se enfrenta a la realidad tropieza con sus propias palabras y las de los otros. Se confiesa: no tengo mundo propio, ni siquiera llegaré a ser una espiguilla sin inflorescencia junto a un muro. Pero la pureza no se puede medir, carece de parámetros. Todo ha sido sustituido, la poesía por poèmes, te aglomeras o te aglomeran. En la aglomeración resistes como un cuerpo extraño, una esquirla de pedernal entre virutas de pino y eucalipto.

Permaneces encolado hasta que se despegan tus ojos. Todo fue sustituido, la poesía por poèmes. Un poema se puede codificar, no es exactamente una traducción al uso. Se prensa el poema en un código y tú también desapareces en ello. Con ese código puedes acceder al infierno, a ese lugar llamado ahora Paradis of habits. Finalmente, y a pesar de todo, decidí ir a votar ese domingo de mayo ¿de nuevo a un, o a una imbécil? Ese día me pondría mi traje italiano, y con elegancia y cinismo iría de nuevo al colegio.

Berrocalejo, aguas abajo del Puente y de Valdeverdeja, a finales de abril. La maravillosa lectura de los viejos tocones en los huertos abandonados, nos escribimos en nosotros mismos. Allí abajo el embalse de Valdecañas, el río está ahí. Ojala cualquier gobernante se hubiera envenenado con lo dicho. De noche todavía hace frío. Vuelvo a Derrida, -todo aquello que no se puede decir, no hay que callarlo, hay que escribirlo--. Miedo a que se me borre todo, me habría quedado una ingrata memoria de todo ello. Aquí lo inexpresable busca su poema.

Este lugar me genera una dicha en la que soy entero. No he llegado a lugar alguno, aún no puedo descansar de mí. Ahí abajo está el río, ya no puedo imaginarlo como era antes de la construcción del embalse. Todos estamos solos, como el sol. El sol está solo, pero tu luz va contra los otros, y tú recibes la luz fuerte de los otros. Nos comunicamos con luz, las palabras acumulan la energía, las palabras de hoy acumulan la energía del sol. Las guerras son extrañas. Jünger hoy no habría participado en ninguna de ellas, solo tú que eres imbécil. Él habría escrito a día de hoy: el cielo está lleno de dioses, tú eres una diosa, echas tu red al pantano de mi ser.