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Hace unos meses publiqué en este mismo medio una entrada sobre el problema que plantea la instalación de paneles solares en las ciudades históricas
Básicamente, venía a decir que este tipo de conflictos entre los patrones estéticos tradicionales y los nuevos materiales o soluciones constructivas son una constante en la historia de la arquitectura, y que la solución nunca es prohibir o negar lo nuevo, sobre todo cuando sabemos que no se trata de una moda, sino adaptar nuestro lenguaje estético para integrar las nuevas soluciones en un paisaje que, mientras esté habitado por seres vivos, siempre estará cambiando. No podemos congelar la realidad, tenemos que enfrentarnos a los problemas y evolucionar para solucionarlos.
Posteriormente he leído que el Ayuntamiento de Toledo, consciente de la crisis energética y de la posible discriminación de los vecinos del Casco Histórico, a los que se priva de la posibilidad de beneficiarse de esta fuente de energía, vería con buenos ojos la instalación de “granjas solares” destinadas al consumo de estos vecinos situadas en lugares que no interfieran visualmente con el conjunto histórico.
Dada la reciente experiencia de la instalación solar que alguien ha pretendido situar en el entorno de Puy du Fou, debemos suponer que la no interferencia con el paisaje implicaría ir más lejos, probablemente fuera del término municipal, es decir, algo parecido a lo que Iberdrola ya tiene instalado junto a la subestación de Bargas, pero organizando una cooperativa vecinal para competir con esta compañía en condiciones ventajosas.
Como me considero directamente afectado, el tema es serio, y las granjas que se plantean no solo no son viables, sino que pueden considerarse una muestra más de esa tendencia a huir de los problemas prohibiéndolos, o lanzándolos al espacio en un cohete, voy a intentar aportar algunas ideas con ánimo constructivo:
1.- Las personas sensibles no solo aprecian los edificios históricos. También les llaman la atención las soluciones inteligentes y armoniosas para resolver problemas cotidianos, especialmente si se enmarcan en un entorno con tantos condicionantes como nuestro Casco Histórico. Las papeleras, los bancos, las farolas, los rótulos, los escaparates y, por supuesto, las instalaciones exteriores de los edificios, pueden ser un atentado para el paisaje o una ocasión para el goce estético. Depende de cómo lo hagamos. Tiene tanto sentido prohibir los paneles solares como las papeleras.
2.- En Toledo ya se han autorizado instalaciones solares perfectamente legales muy cerca de la Puerta de Bisagra (aunque fuera del ámbito de aplicación de la ordenanza del PECHT), que están pasando completamente desapercibidas a pesar de que son claramente visibles desde algunos de los lugares mas transitados de Toledo, y no se han empleado las mejores soluciones disponibles para la integración paisajística. Como botón de muestra véase la fotografía de la portada. Si no han llamado la atención, no hay mejor prueba de que esta integración es posible.
3.- En este momento existen muchas soluciones técnicas para los paneles fotovoltaicos. Algunas, como los paneles transparentes, los coloreados sin marco, o los tejidos, se confundirían con otros elementos que ya existen en las cubiertas y fachadas del Casco Histórico y todos consideramos perfectamente integrados en el paisaje, como el acero corten, lucernarios transparentes o translúcidos, toldos, cubiertas de pizarra o cubiertas de láminas de plomo, cobre o zinc. Otras, como los paneles habituales con marco y cuadrícula de aluminio (como las de la foto), son sensiblemente más baratas y suelen tener mejores rendimientos, pero es más difícil integrarlas en el paisaje urbano. No tiene sentido meter todas las tecnologías en el mismo saco, porque su impacto es muy diferente.
4.- El efecto paisajístico de cualquier instalación depende mucho de la distancia y posición del observador y de las circunstancias del entorno. En Toledo existen muchas cubiertas que solo pueden verse desde el aire, otras que solo se ven desde perspectivas lejanas, como la carretera del Valle, y solo algunas pueden verse de cerca desde espacios públicos. Tampoco es igual la cubierta de un BIC que la de un edificio de nueva construcción alejado de cualquier edificación con valor patrimonial. Las soluciones admisibles no pueden ser las mismas en todos los casos. No tiene sentido prohibir una instalación que solo puede verse desde el aire y puede ejecutarse de forma que un ojo humano sería incapaz de identificarla a una distancia de pocos metros.
5.- Es probable que en la mayor parte de las situaciones los requisitos de integración paisajística impliquen sobrecostes. Las ayudas públicas deberían dirigirse preferentemente a cubrir las diferencias de coste con una instalación de similar potencia fuera del Casco Histórico.
6.- En Toledo estamos acostumbrados a tener normativas muy exigentes y controles muy laxos. Como botón de muestra solo tenemos que echar un vistazo a los miles de compresores de aire acondicionado desnudos que inundan el Casco Histórico. Todos sin licencia. Este binomio se retroalimenta, es decir, tenemos normativas exigentes porque pensamos que no será necesario cumplirlas, e incumplimos sistemáticamente las normativas porque asumimos que son de imposible cumplimiento, pero en el caso de los paneles solares este círculo perverso no puede funcionar, porque se necesita una licencia para conectarse a la red y para acceder a las cuantiosas ayudas públicas para la instalación de energías limpias.
Es imprescindible una regulación razonable y un control exigente para la instalación de los paneles. Esto requerirá, sin duda, un trabajo y un esfuerzo mental notable de las administraciones, y también de los técnicos y promotores de las instalaciones, que tendremos que afinar nuestra sensibilidad y justificar las decisiones que propongamos, pero tendremos que asumirlo y poner manos a la obra. No podemos seguir negando los problemas eternamente.
Hace unos meses publiqué en este mismo medio una entrada sobre el problema que plantea la instalación de paneles solares en las ciudades históricas
Básicamente, venía a decir que este tipo de conflictos entre los patrones estéticos tradicionales y los nuevos materiales o soluciones constructivas son una constante en la historia de la arquitectura, y que la solución nunca es prohibir o negar lo nuevo, sobre todo cuando sabemos que no se trata de una moda, sino adaptar nuestro lenguaje estético para integrar las nuevas soluciones en un paisaje que, mientras esté habitado por seres vivos, siempre estará cambiando. No podemos congelar la realidad, tenemos que enfrentarnos a los problemas y evolucionar para solucionarlos.