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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

El tamaño de los enemigos

Un recuerdo que tengo grabado de la infancia es que cuando alguien, en la calle o en el patio del colegio, quería pegar a un crío más pequeño, siempre había un compañero/a que le decía la frase mágica: “oye, medio padre, métete con alguien de tu tamaño”. Sin embargo al crecer nos dimos cuenta de que la realidad no era de las dimensiones que creíamos, que por desgracia la frase mágica fue perdiéndose por falta de uso y frente a la circunstancia injusta y desequilibrada de la diferencia de tamaño, evidente para un niño, existía otra frase, de adultos, como no, más confusa, más obtusa, más ambigua y, por tanto, abierta a muchas interpretaciones y matices, que se había inventado para usar en ámbitos futboleros y, también en caso de conflicto armado, o lo que es lo mismo, la guerra: “no hay enemigo pequeño”.

No son precisamente los enanos los que utilizarían sin ambages esta sentencia, porque ellos a priori lo tienen todo perdido, sino los gigantes, que a priori también se saben ganadores si nada raro lo impide. Es cierto que a veces los planetas se alinean y el Atlético de Madrid gana una liga o David derriba de un pedruscazo a Goliat, pero todos sabemos a ciencia cierta que eso son excepciones que ocurren muy de vez en cuando, que son los grandes, los poderosos y los gigantes los que ganan las guerras y los partidos frente a los pequeños, y como resulta antiestético a la vista y bochornoso para la ética cuando desde lejos cualquiera sin un juicio previo puede ver la escandalosa diferencia de tamaño existente entre el ciclópeo vencedor respecto de la hormiga vencida, para esconder su vergüenza el grandote se sacó de la manga la útil frase de marras y su penosa justificación: ¡eh, eh, no crean que soy un abusón, que aunque aquí mi enemigo parezca un microbio en realidad pega unos picotazos que no veas, es súper molesto, y ya saben, “no hay enemigo pequeño”!, es decir, que está justificado plenamente que lo machaque aunque ustedes vean en la contienda un ejercicio supino de extralimitación.

Dicho esto, ahora pienso en la ONU, dominada por países cíclope que tienen el poder de determinar cuáles son los países abusones y cuáles son los microbios, quien de pronto tiene el sambenito colgado por “no ser un enemigo pequeño” y quien de pronto se ha vuelto invisible de tanto menguar, qué estados han de cumplir escrupulosamente las órdenes y resoluciones de la ONU y cuáles las pueden transformar, adaptar e incluso desobedecer sin miedo a sanciones, a invasiones o a ser expulsados de la institución.

Me pregunto qué ocurrirá en los patios de los colegios en Israel ante cualquier abuso, ¿el grueso de la chiquillería defenderá al débil frente al enorme, o se unirán a éste con objeto de patear al enano gritando al unísono la consigna de “¡¡¡no hay enemigo pequeño!!!”? Seguro que lo primero, pero sólo mientras son niños.

Un recuerdo que tengo grabado de la infancia es que cuando alguien, en la calle o en el patio del colegio, quería pegar a un crío más pequeño, siempre había un compañero/a que le decía la frase mágica: “oye, medio padre, métete con alguien de tu tamaño”. Sin embargo al crecer nos dimos cuenta de que la realidad no era de las dimensiones que creíamos, que por desgracia la frase mágica fue perdiéndose por falta de uso y frente a la circunstancia injusta y desequilibrada de la diferencia de tamaño, evidente para un niño, existía otra frase, de adultos, como no, más confusa, más obtusa, más ambigua y, por tanto, abierta a muchas interpretaciones y matices, que se había inventado para usar en ámbitos futboleros y, también en caso de conflicto armado, o lo que es lo mismo, la guerra: “no hay enemigo pequeño”.

No son precisamente los enanos los que utilizarían sin ambages esta sentencia, porque ellos a priori lo tienen todo perdido, sino los gigantes, que a priori también se saben ganadores si nada raro lo impide. Es cierto que a veces los planetas se alinean y el Atlético de Madrid gana una liga o David derriba de un pedruscazo a Goliat, pero todos sabemos a ciencia cierta que eso son excepciones que ocurren muy de vez en cuando, que son los grandes, los poderosos y los gigantes los que ganan las guerras y los partidos frente a los pequeños, y como resulta antiestético a la vista y bochornoso para la ética cuando desde lejos cualquiera sin un juicio previo puede ver la escandalosa diferencia de tamaño existente entre el ciclópeo vencedor respecto de la hormiga vencida, para esconder su vergüenza el grandote se sacó de la manga la útil frase de marras y su penosa justificación: ¡eh, eh, no crean que soy un abusón, que aunque aquí mi enemigo parezca un microbio en realidad pega unos picotazos que no veas, es súper molesto, y ya saben, “no hay enemigo pequeño”!, es decir, que está justificado plenamente que lo machaque aunque ustedes vean en la contienda un ejercicio supino de extralimitación.