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Poco a poco el calendario festivo marcado por la liturgia católica se está sustituyendo por celebraciones laicas con no menos éxito. Hemos celebrado por todo lo alto el pasado día 14 de septiembre, día de la exaltación de la Santa Cruz en el calendario católico, la noche de exaltación del patrimonio.
El patrimonio cultural se ha convertido, finalmente, en parte del discurso político y en un fenómeno de participación de masas. Las calles de la ciudad de Toledo se han llenado de locales y visitantes ansiosos de participar en los espectáculos teatrales, musicales, en las visitas programadas y en las jornadas de puertas abiertas.
Más allá de los problemas de gestión que conlleva la demanda ciudadana y la preparación de tan variados escenarios, el resultado, como en otras ocasiones, ha sido magnífico, convirtiéndose en una cita obligada anual para todo el amante del arte y de la cultura. La música y las artes escénicas han acompañado al patrimonio cultural durante esa noche mágica.
Pero si Toledo ha podido dar una potente oferta que en su casco histórico, patrimonio de la humanidad ofrece en sus más de cien monumentos, zonas arqueológicas, bienes de patrimonio inmaterial y espacios musealizados, no es menos cierto que el resto de la región debería contagiarse de esta fiesta y extenderlo a todos los rincones de su geografía y así democratizar y popularizar el acceso al disfrute de estos bienes culturales.
También esta celebración ha evidenciado los lastres que arrastra la gestión cultural y así se ha comprobado el menosprecio de los paisajes culturales y naturales o el abandono de edificios declarados -que hemos señalado en estas páginas una y otra vez sin que, a los gobernantes, o a la oposición se les mueva el ánimo para paliar su deterioro o buscar una solución a corto plazo-.
Al contrario, hemos visto en los últimos años cómo el patrimonio se convierte en una fuente de recursos y los más avispados se apresuran a rentabilizarlo. El éxito de parques recreativos con temática histórica y patrimonial y el turismo cultural se ha desarrollado a la par que la ciudadanía valora y disfruta del mismo. Pero, repetimos, todo tiene un límite y el propio patrimonio puede sufrir los efectos negativos de esa explotación comercial.
La noche del patrimonio se debe convertir en la muestra de un trabajo que ha de hacerse a lo largo de todo el año, de proyectos que se alarguen a lo largo de legislaturas e incluso de décadas: acción educativa, gestión arqueológica, proyectos museográficos o gestión de los espacios con valor patrimonial debe introducirse en la agenda de nuestros gobernantes como lo es la ciencia económica, los logros deportivos o los planes de implementación de infraestructuras o de urbanismo: el futuro lo hacemos poco a poco, no queremos que el éxito de una noche empañe el trabajo que ha de hacerse en el día a día.
Poco a poco el calendario festivo marcado por la liturgia católica se está sustituyendo por celebraciones laicas con no menos éxito. Hemos celebrado por todo lo alto el pasado día 14 de septiembre, día de la exaltación de la Santa Cruz en el calendario católico, la noche de exaltación del patrimonio.
El patrimonio cultural se ha convertido, finalmente, en parte del discurso político y en un fenómeno de participación de masas. Las calles de la ciudad de Toledo se han llenado de locales y visitantes ansiosos de participar en los espectáculos teatrales, musicales, en las visitas programadas y en las jornadas de puertas abiertas.