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Tras los pasos del Cid por Guadalajara

Para muchos es sólo “lugar de paso”; para otros tantos, “esa gran desconocida”. Así podría comenzar en resumen una escueta descripción de la provincia de Guadalajara. Precisamente, y para empezar a conocerla, proponemos una escapada de dos días siguiendo por carretera parte del Camino del Cid y admirando de paso alguna de sus múltiples joyas del románico rural.

Nuestra ruta comienza en la localidad de Torija, muy cerca de Guadalajara capital (a 25 kilómetros) y a la que llegamos por la A-2 en dirección a Zaragoza. Aunque, que se sepa, por Torija no pasó el Cid, entendemos que es un buen punto de partida para esta escapada puesto que en este bello municipio, al que nos da la bienvenida un imponente castillo palaciego, se ubica el Centro de Interpretación Turística de Guadalajara (CITUG).

Enclavado en su patio de armas, se trata de un museo que alberga una extensa muestra los innumerables recursos turísticos de esta provincia, desde su diversidad natural (flora, fauna, paisajes) y su riqueza monumental hasta su cultura popular (fiestas, artesanía, gastronomía, costumbres). Asimismo, incluye un nuevo espacio dedicado a la figura del Cid, en el que se muestra el recorrido geográfico de la ruta cidiana por Guadalajara. También es visita obligada dentro de esta fortaleza posiblemente el único museo del mundo dedicado en exclusiva a un libro: la obra literaria es 'Viaje a la Alcarria' y su autor el inolvidable Camilo José Cela (Nobel de Literatura en 1989).

           

Desde el “cerro más perfecto del mundo”

Dejamos atrás Torija y, para aprovechar la mañana, continuamos nuestro recorrido por la carretera  GU-190, pasando por Torre del Burgo e Hita y apuntando a Jadraque, donde otro majestuoso castillo saluda al viajero coronando, según un tal Ortega y Gasset, “el cerro más perfecto del mundo”. Es el Castillo del Cid y en el mismo, cuenta la Historia, pernoctaron allá por 1085 en vísperas de la noche de San Juan las tropas del Campeador, en las que también combatía su sobrino y fiel guerrero, Alvarfáñez de Minaya, camino de la reconquista de la ciudad de Guadalajara.

Merece la pena recorrer su perímetro exterior para contemplar unas hermosas vistas tanto de la sierra Norte y el frondoso Valle del Henares como del pueblo de Jadraque, en el que no hay que perderse sus afamados asados de cabrito ni tampoco un suculento bacalao rebozado, entre otras recomendaciones gastronómicas. 

El silencio de un pasado glorioso

Y ya puestos, por la CM-101, de castillo en castillo y cercana la hora del almuerzo, un recomendable punto de descanso y avituallamiento en esta ruta es Atienza, localidad donde dicen que “el silencio ensordece los meses de invierno y eleva las temperaturas calladas durante el verano”.

Aquí no hay que dejar de visitar la Posada del  Cordón, un antiguo caserón del siglo XV que hoy alberga la oficina de turismo local y también el Centro de Cultura Tradicional de la provincia de Guadalajara. Como tampoco hay que perderse los museos de San Gil, San Bartolomé y la Santa Trinidad, éste más dedicado a la Caballada, Fiesta de Interés Turístico Nacional y que conmemora la hazaña de unos arrieros atencinos que sacaron de Atienza al rey Alfonso VIII en 1163 cuando, siendo niño, su tío Fernando II quería capturarlo para quedarse con la Corona Castellana.

Atienza, una villa que tuvo un valor estratégico muy importante sobre todo en la Edad Media por su excelente enclave fortificado, llegando a tener 15 iglesias, dos conventos y cuatro hospitales. Merece la pena recorrer sus calles y plazas, que aúnan todavía importantes muestras del románico, del gótico y del renacentismo: pasar por el Arco de Arrebatacapas, contemplar en la Plaza del Trigo un balcón muy singular por su arco en esquina, pasear por donde lo hizo en su infancia Luisa de Medrano (la primera catedrática en España, s.XV), llegar a lo alto de su castillo roquero con una torre desde la que divisar gran parte de la comarca…

Aquí, una buena opción para reponer fuerzas puede ser el restaurante-hostal 'Mirador de Atienza', donde degustar por ejemplo unas migas serranas de matanza con tropiezos de chorizo, panceta y uva; un cordero asado a baja temperatura con crema de ajos y vino 'Río Negro' y terminar con un helado de menta y chocolate verde. 

Descanso entre murallas

Para rebajar tan suculentos manjares, proponemos terminar de recorrer la villa de Atienza y por la tarde dirigirnos por la CM-110 a nuestro destino, Sigüenza, aunque antes pararemos de camino en dos localidades tan desconocidas como espectaculares. Una es Palazuelos, con categoría de Conjunto Histórico-Artístico y Bien de Interés Cultural y que conserva gran parte del conjunto fortificado del siglo XV y una traza urbanística medieval.

A las afueras, el castillo (actualmente, en manos privadas y con alguna “peculiar” modificación como vivienda) y, dentro de sus murallas, la plaza Mayor, la iglesia parroquial de San Juan Bautista y la fuente de los Siete Caños, entre otros muchos rincones. Con un simple paseo por sus callejuelas, la calma y la tranquilidad te transportan a tiempos lejanos: todo un lujo, la verdad.

La otra joya escondida en estas tierras es Carabias, uno de esos pueblos pequeños, sencillos y maravillosos de Guadalajara que merecen ser descubiertos al menos una vez y que nos presenta un auténtico tesoro: su iglesia de San Salvador, del siglo XIII y con una galería porticada digna de admiración. Un magnífico ejemplo de lo que significó la arquitectura románica en esta zona de la provincia. Y, junto con los municipios ya mencionados, uno más de los múltiples lugares que formaron parte del patrimonio de la omnipresente familia de los Mendoza.

 

Una estrella en los fogones

Al atardecer, sugerimos terminar esta escapada en la señorial Sigüenza, conocida en el sector geoturístico como 'Ciudad del Doncel'. Se trata de uno de los municipios con más encanto no sólo de Guadalajara y Castilla-La Mancha, sino de España entera, gracias a una riqueza monumental, natural, cultural y gastronómica que no tiene comparación.

 Y, para concluir la primera jornada de esta particular (que no oficial) “ruta de fortalezas”, qué mejor que alojarse en su 'Castillo de los Obispos' (entre los siglos XIV y XIX, residencia y sede episcopal seguntina), desde 1976 Parador Nacional de Turismo. Todo en él rezuma elegancia, nobleza, castellanía… No hay constancia real de que el Cid pasara por Sigüenza, pero si lo hubiera hecho a buen seguro habría elegido este castillo.

Pero antes, un homenaje gastronómico en toda regla para rematar una intensa jornada de viaje. El lugar elegido, el hotel-restaurante 'El Doncel', en el paseo de la Alameda, galardonado desde hace unos meses con una estrella Michelin. Un más que merecido premio al buen hacer de los hermanos Eduardo y Enrique Pérez, que han logrado (además de con un servicio muy profesional y de atención al comensal máximos) confeccionando auténticas obras de arte culinarias que destilan delicadeza e intensos aromas y sabores y texturas y, al mismo tiempo, aunando la defensa de los productos de la tierra y de temporada con la calidad y la excelencia ¡y vaya que si lo han conseguido!

En este caso, recomendables: las delicatessen en forma de aperitivos con el papel de arroz y aromáticas, el pan soplado con ensaladilla rusa y las galletitas de olivas y paté de cordero y perdiz; el royal de foie sobre manzana Granny Smith; el sorprendente “Torrezno 4x4” jugoso y crujiente por sus cuatro lados con pistacho; la corvina con emulsión de coco y lima y cama de trigo (¡sí, trigo!) y trigueros; el solomillo ibérico con envoltura de bacon y patata y salsa de Oporto y cenizas falsas; culminando con 'el Fresón': una mousse de queso con coulis de frutos rojos, galleta rota y helado de leche merengada... ¿Alguien da más?

 

Había una vez un Doncel...

Tras un descanso digno de reyes y después de un generoso desayuno también en el Parador, comenzamos nuestro segundo día de ruta alejándonos unos cinco kilómetros de Sigüenza para visitar una de sus múltiples pedanías, Pelegrina.

Allí, en sus alrededores, desde el mirador en homenaje al genial naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, podemos contemplar una preciosa panorámica del Parque Natural del Dulce, con un relieve de extensas parameras que interrumpe el corte del cañón de este río y sus afluentes y que en época de lluvia nos brinda un maravilloso espectáculo con cascadas como la del Gollorio. Un paraje maravilloso en el que convive diversidad de flora: bosque de ribera, cambronales, sabinas, enebros, encinas, quejigos...; también, numerosas especies animales (es corredor de aves) como el águila real, el buitre leonado, el alimoche, el martín pescador, la lavandera cascadeña, etc.

 Fascinados por la riqueza natural, volvemos a Sigüenza. Visitamos a fondo el castillo, construido sobre una alcazaba árabe del siglo VIII y famoso entre otro hitos por ser donde estuvo confinada doña Blanca de Borbón por orden de su marido, Pedro I el Cruel (s.XIV). Después, nos adentramos en sus calles y callejuelas. Partimos de la Puerta de Hierro para pasar por la Plazuela de la Cárcel y nos adentramos en el antiguo barrio de artesanos y comerciantes, visitando dos extraordinarios ejemplos del arte románico: las iglesias de San Vicente y de Santiago (ésta pretenden convertir en futuro Centro de Interpretación del Románico). Entre medias, una parada en la Casa del Doncel (s.XV y XVI), única muestra de la arquitectura gótico-civil de la ciudad y que alberga entre otros espacios salas de exposiciones, un restaurante y el archivo histórico municipal.

Continuamos recorrido bajando por la calle Mayor hasta llegar una de las plazas castellanas más bonitas que existen: la Plaza Mayor, un espacio de estilo renacentista con soportales y zona comercial y hostelera, con el edificio del Ayuntamiento en una punta y la imponente catedral de Santa María en la otra. Al interior de la Catedral, románica en sus comienzos pero con acabado gótico (s.XII-XV), accedemos por la Puerta de los Perdones, bajo un hermoso rosetón.

Además del altar mayor, la Sacristía Mayor o de las Cabezas (con cientos de rostros tallados por el insigne Alonso de Covarrubias), el claustro o el museo de tapices flamencos, merecen ser visitadas las distintas capillas, entre las que destaca la que alberga el sepulcro de Martín Vázquez de Arce, el famoso Doncel de Sigüenza: caballero fallecido en batalla (guerra de Granada) y cuya escultura es considerada una auténtica joya de la escultura gótica.

Y concluimos nuestra ruta monumental (y, en este caso, culinaria) de nuevo en el Parador, donde podemos dar buena cuenta de ricos manjares con un almuerzo compuesto, por ejemplo, por una milhoja rellena de setas, puerros y gambas; una trucha frita del Alto Tajo y un pastel seguntino sobre salsa de té. Qué mejor despedida para una escapada que merece mucho la pena y que aglutina muchos de los sorprendentes rincones que esconde la provincia de Guadalajara.