El día que el ser humano escribió el poema en piedra, papiro o papel mató a la poesía antigua. Pasó de vivir en la mente para habitar en el objeto. De poesía compartida en voz alta a poesía leída en silencio. Allí se quedó fijada, inmóvil, sin admitir más añadidos ni más errores. El poeta se convirtió en un ser solitario y melancólico condenado a vagar por los rincones buscando a las musas griegas. Pero antes que los griegos, antes que los romanos, los pueblos ya habitaban en la poesía, en la voz y en la palabra.
“Cuando el ruido regrese / Con musgo entre los dientes / Con insomnio de escarcha / Y un delirio en el vientre / Dejarán de beber / Los corzos en las fuentes”. Los poemas de “Dioses, ruinas, semillas y canciones” ya habitan entre nosotros y pueden ser recitados sin ser leídos. Es la primera obra publicada del poeta Héctor Castrillejo, el poeta del Cerrato, el poeta de la soberanía de la Alegría y, sin embargo, sus poemas parecen llevar milenios pasando de voz en voz. Algunos de ellos formando parte de las letras de las canciones de El Naán, otros compartidos en recitales y muchos otros forman parte de ese pasado que ni siquiera recordamos. Poemas que hablan de dioses antiguos, de ruinas de barro, de semillas resistentes. “La palabra dioses para mi es la metáfora de las metáforas. Es el demiurgo: lo que genera cosas”, nos cuenta Héctor Castrillejo desde Tabanera del Cerrato. “Las deidades antiguas son muchas cosas pero acaban todas en la naturaleza misma. Son el rayo, los árboles, los ríos...Todo eso para mí tiene mucho que ver. Un poco más modernas también, las de la Grecia clásica y todo eso. Todo ese mundo de los dioses antiguos paganos son metáfora de muchas otras cosas”.
“La noche está enferma / porque están desapareciendo / las luciérnagas”. Poesía del campo castellano, que reivindica el mundo rural y los saberes ancestrales, pero también poesía de vanguardia, de creación, viva. “En los últimos cincuenta años años lo urbano ha cogido tanta fuerza que parecía que la poesía tenía que ser urbana, como la música y la pintura. De alguna manera se ha ido arrinconando el del mundo de lo rural, que se nos vendía como zafio y aburrido. La poesía, como la música popular, rural, no ha estado en las academias, y tiene mucho que ver con la tradición oral”, nos cuenta Castrillejo. “Yo en este libro pretendo, por lo menos, beber de la tradición oral, que da unos contenidos, unos resultados y unas formas que no tienen nada que ver con lo académico. La intención es recoger la tradición, pero no para ponerla en una vitrina como algo intocable, en un museo, donde se muere. Porque la tradición lo es de verdad cuando está viva, cuando rompe lo anterior, pero conservando la raíz, el ADN”.
“Somos los hombres que lloran / Las mujeres que cabalgan / y la mirada del niño”. La poesía de Héctor Castrillejo llega al papel después de haber sido compartida, depurada y cantada colectivamente, quizá por eso conserva el sabor de la poesía ancestral, aunque nos hable de naufragios y soledades contemporáneas. “Lo popular tiene sus ritmos. Por ejemplo, el Naán tiene a veces, como representación más pura los ritmos castellanos, ibéricos, antiguos. Ese ritmo es como el esqueleto sobre el que coloca la carne. El ritmo antiguo, ese esqueleto, soporta cualquier contenido contemporáneo”.
“Todos teníamos un abuelo de cuero / que trenzaba racimos de planetas”. Un libro que, como nos reconoce el propio poeta y arqueólogo, es como su “almacén de metáforas”, porque coincidiendo con Gustavo Duch, quien también acaba de publicar su poemario Huertos de Libertad, cree que “los poemas son semillas y como en cada semilla hay muchas cosas que en algún momento usaré. Algunos de estos poemas ya germinaron y se convirtieron en canciones de El Naán. Algunas veces coinciden exactamente y otras no, pero aquí están tal y como fueron concebidas en el origen”. Palabras salvajes y puras, porque como dice en alguno de sus versos “Salvaje es el que se salva”.