Medalla al Mérito en la Investigación y en la Educación Universitaria, en la categoría de Oro. Es el reconocimiento que recibirá María Dolores Cabezudo Ibáñez (Madrid, 1935), a propuesta del Consejo de Ministros del Gobierno de España.
Esta investigadora, afincada en Almagro (Ciudad Real) ha destacado en el campo de la química como catedrática de Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Castilla-La Mancha hasta su jubilación en 2006 y también como profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Fue el 1 de marzo cuando se dio a conocer el reconocimiento que también incluye al filósofo Emilio Lledó y a la científica María Vallet Regí. María Dolores Cabezudo lo supo un par de días antes. “Recibí una llamada de la secretaria de Estado para ver si aceptaba el premio y le dije que no porque hace tiempo que me he jubilado y ahora hay gente muy brillante, más joven”. Y sin embargo, reconoce que no pudo mantener su negativa ante un “argumento que me dejó planchada”: el reconocimiento incluye también a la universidad y al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde empezó.
Hasta la fecha este galardón solo lo había recibido el bioquímico Santiago Grisolía, en 2010 (vinculado a Cuenca como ‘Hijo Adoptivo’ de la ciudad). ¿Es tan difícil encontrar talento en investigación en España como para que se hayan otorgado tan pocos reconocimientos de este tipo?, le preguntamos. “¡Qué va! Más bien creo que ha sido desidia del Gobierno, no es que no hubiera candidatos”.
Es una mujer a la que no le gusta alardear de su importante legado científico en el ámbito de la química analítica y la medalla la considera “un gran reconocimiento porque Grisolía está al mismo nivel que Severo Ochoa”.
“Me daba morbo destacar, no quería hacer lo que todas”
“Soy afortunada porque me dan un premio, pero también porque me han tratado bien en la vida”. Reconoce que “el primer eslabón” en su carrera científica fue “el consentimiento familiar”, a pesar de las reticencias iniciales a que estudiase una carrera de ciencia, lejos del hábito femenino de la época de apostar por disciplinas de letras. “Me daba morbo destacar. No quería hacer lo que hacían todas. Yo tuve suerte. Resultaba raro que me iniciase en químicas porque todos los que habían estudiado a la universidad en mi familia eran de derecho o militares”.
“Mi padre me dijo con mucha honradez que quizá era mucho para mí pero que no tenía ni idea de si lo iba a poder defender o no”. Le puso una condición: sacar el primer curso completo. Y lo hizo. En la semana en que se conmemora el 8 de marzo sostiene que “hay que respetar la libertad de las mujeres, que sean ellas los que se pongan el tope”.
La investigación de Dolores Cabezudo se extendió a la química analítica o la enología -fundamentales para la mejora del vino y el vinagre-, el análisis sensorial de alimentos y sus aplicaciones de los últimos hallazgos científicos a productos de interés para Castilla-La Mancha, como vinos de las variedades autóctonas y aclimatada, vinagre vínico, miel, hierbas-condimento, entre otros.
Además, ha recibido varias distinciones, entre las que se encuentra la insignia de Oro y Brillante de la Asociación Nacional de Químicos de España (ANQUE). Durante su trayectoria ha liderado 22 proyectos de investigación, ha formado parte del equipo investigador responsable de tres patentes y es autora y coautora de 150 publicaciones en revistas de prestigio en el campo de la Química, la Enología y la Tecnología Alimentaria.
“La universidad tendría que estar más en la prensa. Está muy callada”
Cuenta que por Castilla-La Mancha “aparecí de turista. Había oído hablar del Corral de Comedias y terminé comprándome una casa”. Compaginó su trabajo en el CSIC con dar clases en la Universidad de Castilla-La Mancha y eso, bromea, “fue mi perdición porque vine a ver lo que querían estos insensatos en la universidad que dirigía Luis Arroyo, comencé como profesora asociada y me di cuenta que valía la pena”.
Jubilada desde hace más de una década, ahora mira a la Universidad de Castilla-La Mancha desde la perspectiva que dan la el tiempo y la distancia. “En mis tiempos me las ingeniaba para que todo el día se hablase en la prensa de la universidad, ahora como ciudadana no me entero de nada. La universidad tendría que estar más en los medios de comunicación. Está muy callada”.
En general cree que en el ámbito universitario hace falta dinero e inversión, sobre todo en determinadas especialidades. “Para cualquier investigador las necesidades son inagotables y estamos a un nivel muy mejorable” para cumplir con lo que considera una “obligación” del investigador y que pasa “por no repetir lo que hizo la generación anterior y mejorarlo, sino cambiar el paradigma y pensar en otros enfoques”.
En su opinión, la ciencia es algo “multilateral”. Mujer de equipo, apuesta, sin embargo, por el esfuerzo intelectual individual. “A los equipos hay que ponerlos a funcionar después de conjeturas ingeniosas o de hipótesis nuevas”.
Todavía no sabe dónde o cuándo recibirá el premio pero tiene claro el mensaje que dará: “Un científico o un docente universitario tiene la obligación de recibir el máximo de la ciencia de su época, aumentarlo y transmitirlo solidaria y generosamente a las siguientes generaciones”.