“O renovarse o tirar la toalla”. Javier regenta junto a su mujer Rosa una casa rural en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) desde hace ya 20 años. ‘La casona del abuelo Parra’ fue su proyecto empresarial aprovechando una antigua casa familiar. Ahora, la crisis económica que se avecina les obliga a cambiar de perspectiva.
Conocen bien los efectos de la crisis financiera de hace una década. La sufrieron en 2012 cuando el banco les ejecutó la hipoteca sobre su negocio. “Estuvieron a punto de desahuciarnos, pero gracias a amigos que nos recomendaron a una buena abogada, nos salvamos. El desgaste físico y emocional fue brutal”, explica Javier Domenech.
Ahora la crisis sanitaria les ha puesto de nuevo en alerta. Sin clientes y con un futuro incierto por delante, durante el confinamiento se han replanteado su situación y han echado cuentas: “Entre hipoteca, suministros, impuestos y demás tenemos unos 4.000 euros mensuales de gasto”. Una carga que no podrán soportar durante mucho tiempo.
“Hemos decidido dar el verano por perdido y reinventarnos. Vamos a apostar por un turismo rural de media y larga estancia”. Su intención es ofrecer su casa como alojamiento por periodos no inferiores a dos meses, a precios por debajo de lo habitual.
Por eso reconvertirán sus 10 habitaciones para ofrecer alojamiento, todas las comidas “con alimentación saludable y variada”, servicio de limpieza, lavado y planchado, actividades de todo tipo y hasta un “generoso botiquín” que, para parejas, supondría unos 45 euros al día. “Nos dejaría unos ingresos regulares mensuales entre 10.000 y 12.000 euros, algo que jamás hemos tenido en nuestra idea de una residencia social”.
El esbozo de su plan de negocio alternativo ya lo tienen. “Si ya te has jubilado, si el teletrabajo te lo permite, si vives en un lugar que no resulta cómodo o si simplemente puedes permitirte el lujo de pasar dos o tres meses en un pueblo bonito y tranquilo, ofrecemos esa oportunidad”.
“Tras el desastre en las residencias de ancianos hay que deslindar los conceptos social y sanitario”
Este es un concepto que también están proponiendo ya desde otros puntos de la ‘Castilla-La Mancha vaciada’ como es el caso de Cuenca. Lo hemos conocido esta misma semana. Una idea surgida también en pleno confinamiento.
¿Por qué apostar por este tipo de negocio residencial? Javier lo tiene claro: “Hemos visto el desastre en los centros socio-sanitarios. Es algo en lo que tendrán que abundar las diferentes administraciones, cada una desde sus competencias, para deslindar los conceptos social y sanitario”.
Por eso cree que se abre un nicho de negocio dirigido a aquellas personas mayores sin necesidades de atención sanitaria: casas rurales convertidas en una especie de “club social” en el que caben distintos perfiles, incluidas las estancias de inmersión lingüística tanto para ciudadanos españoles como extranjeros.
Hay precedentes, nos cuenta. Como el que quiso poner en marcha la Asociación Campecho, en la comarca del Campo de Montiel allá por 2017: una escuela de Artes y Oficios bajo el concepto de residencia artística. O la propuesta que antes de la crisis sanitaria se había realizado al Ayuntamiento de Villanueva de los Infantes. “Fui portavoz de los alojamientos turísticos y queríamos apostar por las estancias de inmersión lingüística buscando un modelo de turismo no cortoplacista y diferenciador en clave destino”.
Este empresario de Ciudad Real también se ha fijado en el modelo que ya existe en Almedina, un pueblo vecino, en el que “llevan una década trabajando en este sentido durante el verano y es una fórmula que funciona” o en el modelo de los países nórdicos para las residencias de mayores, las llamadas gruppboende (viviendas en grupo) que, salvadas las diferencias, ya existen en Castilla-La Mancha. Otros modelos como el cohousing también empiezan a despegar.
“Los centros socio-sanitarios actuales se han convertido en jaulas de oro. El sistema capitalista los ha consolidado y creo que los pueblos pueden ofrecer un modelo diferente para nuestros mayores. Su experiencia debería hasta aprovecharse en nuestro sistema educativo”, sostiene.
Este empresario dice no confiar en las ayudas públicas. “Mi experiencia es pésima, incluso con los fondos estructurales procedentes de la Unión Europea” y sostiene que “la única ayuda buena es que haya negocio, pero no a toda costa, evitando un modelo de turismo repetitivo y de tabla rasa”.
Cree que el modelo de turismo de interior “tiene que cambiar” pero muestra su incertidumbre sobre cómo serán los protocolos definitivos y de qué manera serán implantados bajo la supervisión de la autoridad sanitaria. “Creo que todavía habrá que esperar para hablar de destinos y establecimientos seguros y mientras veremos si el teléfono suena”.