Fue una de las consecuencias de la guerra civil española de la que se ha hablado poco. Miles de personas se vieron obligadas a dejar atrás sus hogares, evacuados o desplazados. Algunos nunca volverían.
Juan Carlos Collado (Madrid, 1964) trata de reconstruir el drama vivencial de estas personas entre 1936 y 1939 en su último libro, 'Los desplazados de la guerra civil', poniendo el acento en lo ocurrido en la provincia de Toledo. Un interés en la temática que nace de la experiencia familiar, con origen en la localidad de El Casar de Escalona, uno de los municipios que sufrió los estragos de la contienda y el éxodo masivo de al menos 100 familias.
Del texto, el historiador y periodista Jesús Fuentes Lázaro -que fuera presidente de la Castilla-La Mancha preautonómica- ha dicho que es “demoledor y volcánico” para “digerir con tranquilidad”. Es, añade, la historia de “una nación desorientada” y de “personas matando a personas de manera irracional. Un cuadro aterrador, con sabor amargo que no debería volver a repetirse”.
Se trata de datos inéditos y muy profusos que parten de la microhistoria toledana hacia lo nacional e incluso lo internacional. Una investigación que ha bebido de fuentes “multidisciplinares” con “mucha dificultad por la dispersión de los datos”, según el propio autor, todo un especialista en fuentes orales que, en buena medida, ha basado el libro en testimonios en primera persona.
Collado es sociólogo, historiador e investigador-colaborador de la Fundación Francisco Largo Caballero y dice que el libro intenta que “el de los desplazados sea visto como un problema internacional porque preocupó a todo el mundo occidental”. No en vano, remarca, la guerra civil española fue “la primera en la que los bombardeos se convirtieron en algo cotidiano”.
Relata el avance del ejército de África que sustentaba a Franco hacia la conquista de Madrid arrastrando en mitad del conflicto a miles de personas ajenas a los combates que huían desde Andalucía, Extremadura o Castilla-La Mancha a refugiarse en la capital de España hasta que Madrid “colapsó”, provocando una nueva evacuación hacia Valencia o Catalunya desde donde medio millón de refugiados cruzarían la frontera hacia Francia ya en 1939.
70.000 refugiados en Toledo en los primeros compases de la guerra
Fue un movimiento migratorio interno “sin precedentes en España” que en las primeras semanas de la guerra llegó a acumular en la provincia de Toledo hasta 70.000 refugiados, sobre todo andaluces y extremeños, según un informe de la Sociedad de Naciones Unidas.
Después, cuando el conflicto se agudizó en esta provincia, provocó la evacuación del 39% de la población de las comarcas septentrionales que dejaban todo atrás por miedo a las bombas o a la represión. En los lugares más estratégicos, se marchó hasta el 80% de los vecinos.
Los robos de bienes, las violaciones de los derechos humanos y los muertos desataron el pánico entre la población. Todo ello en mitad de otra ‘guerra’ de información y contrainformación de ambos bandos en la prensa o en la cartelería de la época, aderezada con constantes rumores difíciles de confirmar.
El ejército de África con el que el bando de los sublevados avanzaba hacia Madrid dejaba escenas similares a lo largo de su recorrido. El autor describe minuciosamente decenas de ellas en la provincia de Toledo, gracias a los testimonios de sus protagonistas.
“Me acuerdo perfectamente que, a las siete de la mañana, claro, mi abuela tenía la panadería y se levantaba temprano, me decía: ”Amparo, levántate, levántate“.
Nos levantamos y salimos todos, los obreros…Salimos al corral grande y se sentían los cañonazos, pim, pam, pim, pam
- ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?
- ¡Ay Dios mío, que ya vienen, que ya vienen!…“.
Es el testimonio de Amparo de la Puerta, uno de los tantos que recoge el libro. Tenía 12 años y se encontraba en Talavera de la Reina durante los bombardeos de los primeros días de septiembre de 1936.
El 3 de septiembre, la ciudad comenzó a ser evacuada hacia Toledo y Madrid. En coches, en carros, en burro o en tren, como en el caso de María Luisa Fernández Illana que, con su madre, sus hermanas mayores y algunos vecinos se dirigieron a la estación de ferrocarril para subirse a un tren que venía “de más abajo” con otros evacuados. “Lo consiguieron”, relata el libro.
Sin ningún orden ni concierto. Así ocurrió. Y con cifras muy difíciles de cuantificar con exactitud.
En realidad, el fenómeno de los evacuados en la guerra civil española no fue inédito sino algo frecuente en la primera mitad del siglo XX. “En el pasado y aún hoy las personas desplazadas en sus propios países reciben una asistencia muy limitada”, señala Collado, para referirse a casos como los de Siria, Colombia, Irak o Los Balcanes.
Pero este historiador y sociólogo resalta el “ejemplo precursor” de la II República española como “Estado intervencionista en asuntos sociales” a través de un “proyecto asistencial y humanitario” en el que colaboraron partidos políticos, sindicatos y hasta organismos de solidaridad internacional, entre otros.
¿Qué hubiera pasado si la República no hubiese practicado esa “política de solidaridad” con los españoles que huían de la guerra hacia zonas más seguras y se hubiera ignorado el “desastre humanitario?”, se pregunta el autor. Las políticas sociales, los comedores, los hospitales y una “profunda legislación”, lo evitaron.
La República puso en marcha un Comité Nacional de Refugiados -“a mí me gusta más llamarles evacuados”, matiza Collado- y la avalancha obligó a la Generalitat de Catalunya (el autor no se adentra en lo ocurrido en el País Vasco al estar parte de su territorio en zona sublevada) a establecer también una estructura para canalizar ayudas. En los primeros meses de la contienda fue el Estado el que corría con todos los gastos y después hubo que recurrir al hospedaje familiar. Muchos terminaron en Madrid, con suerte en casa de un familiar, y si no, el Metro era un buen refugio.
La carestía se agudizó más en las zonas urbanas que en el medio rural, pero al final toda la retaguardia fue víctima del acaparamiento de víveres, la especulación o el mercado negro. Eso, a la larga, y pese a la solidaridad de los primeros momentos, también provocaría el rechazo de la población del lugar hacia los desplazados.
Paradójicamente, esta experiencia fue aplicada posteriormente “a los grandes traslados de población que se produjeron por la extensión del totalitarismo y la conflagración general que se desató en la II Guerra Mundial”.
Con el fin de la guerra muchos retornaron a sus hogares “sin demasiada dificultad” pero otros sufrieron incautación de bienes y en los peores casos sufrieron represión, cárcel o incluso la muerte.
Juan Carlos Collado deja una reflexión muy ligada a su libro y a la historia que hoy reviven los refugiados procedentes de diversas partes del mundo. “Europa no puede estar impasible a este fenómeno que se repite” y denuncia la “poca protección” que reciben quienes se ven obligados a desplazarse dentro de sus propios países.