El 23 de abril se celebran San Jordi y el Día del Libro, dos fiestas con tal resonancia que han eclipsado el aniversario de la batalla de Villalar (1521), declarado día oficial de la comunidad autónoma de Castilla y León. Este año se cumple el 500 aniversario del fin de la revuelta comunera y de la contienda en la que los ejércitos de Carlos V derrotaron a la Santa Junta, poniendo fin a las pretensiones de la Santa Junta, y este olvido general sobre la fecha podría empezar a cambiar. O ese es uno de los objetivos con el que Miguel Martínez, doctor en Estudios Hispánicos por la City University de Nueva York y profesor titular en la Universidad de Chicago, publica Comuneros: el rayo y la Semilla (Hoja de Lata), una revisión de la revolución de los comuneros y una relectura para pensar el presente de otra manera.
El libro no solo cuenta la historia de la revuelta de 1520 a 1521, revisando las fuentes bibliográficas tradicionales e incorporando material nuevo, sino también reflexiona sobre el papel que la revolución comunera ha tenido en el imaginario patrio a lo largo de los siglos: desde los liberales del XIX, a los defensores de la II República que llamaron a uno de los batallones que mucho en la guerra civil 'Batallón comuneros'; del rechazo de los intelectuales del régimen de Franco, hasta la reivindicación de los movimientos de la izquierda castellana que hoy se sienten herederos. Tantas y tan diversas relecturas admitían una más: “Lo escribí para contarnos a nosotros mismos esa historia, no solo por recuperar los hechos y hacer memoria”, indica el autor del ensayo.
A lo largo de la historia de España, la revuelta de las comunidades ha sido acogida, reinterpretada y, en los últimos años, prácticamente olvidada fuera de Castilla y León. “Es sorprendente, pero entre el público general hay muchísimo desconocimiento sobre lo que representaron los comuneros”, señala el historiador afincado en Estados Unidos. Además de volver a repasar los hechos históricos en su libro, Martínez propone que aquella revolución, de alguna forma adelantada, sirva para repensar la sociedad que queremos ser. “De manera provocadora digo que 1520 representa un mejor como hito fundacional de una sociedad democrática, poscolonial y posimperial, frente al de 1492 que representa expulsiones o conquistas”.
Una revolución de abajo arriba y antiseñorial
En 1516, Carlos I de España, hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso, y nieto de los Reyes Católicos (por parte de madre) y del emperador Maximiliano I del Sacro Imperio Germánico, por línea paterna, accedió ilegalmente al trono de España, al pasar por delante de su madre Juana, declarada incapaz por sus enfermedades. “La revolución de los comuneros fue una insurrección del común ciudadano y campesino, contra el mal gobierno de Carlos y la corrupción de su Corte, y también contra los abusos de la gran nobleza del reino”, resume Martínez.
Carlos I llegó a España procedente de Flandes siendo menor de edad, sin hablar castellano y rodeado de un séquito de nobles flamencos que promovió un “saqueo escandaloso”. La prueba, explica Martínez, es que no fueron los comuneros quienes primero denunciaron la corrupción de la corte extranjera, sino personas que después de la revuelta acabarían siendo acérrimos realistas. “Gente tan poco sospechosa como Pedro Mártir de Anglería, cortesano de los Reyes Católicos, habla de que los flamencos se comportaban como hienas, lobos, rapaces o buitres”.
Además, aquellos nobles practicaron un nepotismo voraz para favorecer a amigos y a familiares. Fue tan contundente, recuerda Martínez, que, hasta el privado y tutor del rey, Guillermo de Croy, recibió el apelativo de “el cabrón” entre los ciudadanos comunes castellanos. Las ciudades y sus gremios rechazaron la depredación de los nuevos nobles, y el impuesto especial para sufragar la entronización de Carlos como emperador germano apenas dos años después de su llegada.
La suma de los gremios, de los nobles urbanos y de los campesinos de las ciudades castellanas y leonesas, de prácticamente todo el reino, de León a Murcia, con la excepción de Burgos, que abandonó la Junta Comunera debido a la presión de la nobleza local, en el rechazo al rey y a sus nobles flamencos, provocó una rebelión antiseñorial adelantada a su tiempo, que reclamaba un papel del rey más acotado, una suerte de constitución y un sistema fiscal más justo. Las ciudades dieron poder a la Junta Comunera, que debía negociar sus pretensiones y que llegó a reunirse con la reina Juana en Tordesillas en busca de su apoyo.
Rechazo a la versión de una rebelión reaccionaria
Con el paso de los tiempos hay quien ha visto en la rebelión comunera como la de un grupo de nobles que querían defender sus prebendas. “La versión de los comuneros como una reacción de los privilegiados que querían mantener el estatus es insostenible y no está en ninguna de las fuentes. Es una lectura apresurada que hizo Ángel Ganivet a finales del siglo XIX, en respuesta al entusiasmo liberal que reivindicaba el legado comunero”, defiende Martínez. Estaba claro en el momento. Cuando testigos como Juan Maldonado, un humanista de la época, se refiere a lo sucedido, habla de una “guerra de los populares contra los nobles”.
“A lo largo de los años han sido figuras reaccionarias las que han interpretado así la revuelta. Personas como Ramiro Ledesma, patriarca del fascismo español, sostenía que el revolucionario era Carlos V y los otros, aristócratas feudalizantes, pero esto es un disparate”, resume. La lectura que carga demasiado el peso de la revuelta en los nobles, tampoco es, a juicio del autor de Comuneros, demasiado precisa.
“El hecho de que hubiese liderazgos tan prominentes como los de Padilla, Bravo y Maldonado, que eran parte de la nobleza urbana ha podido contribuir a esta imagen”. El liderazgo de estos tres nobles, indica Martínez con el tiempo se ha sobrerrepresentado, “y oculta del protagonismo del común, que son todos aquellos que trabajan, pagan impuestos y no eran privilegiados”, subraya.
“La insurrección tenía intereses encontrados y horizontes diferentes: hay un sector más ambicioso y un sector más rupturista, pero decir que es una revuelta de los privilegiados es falso. Quien vence en la batalla de Villalar es un ejército reclutado por los grandes de España, serie de linajes históricos, que se enfrenta a un ejército comunero formado por milicias populares”, resume Martínez.
Villalar, la celebración de una derrota
Para Martínez la derrota de los comuneros el 23 de abril de 1521 fue fruto de una mala estrategia que supuso fin a las pretensiones comuneras, con la decapitación de sus líderes Bravo, Padilla y Maldonado, Castilla más cerca del Antiguo Régimen que de la Edad Moderna y la anclaron en un conservadurismo social y económico que arrastraría durante años. Según el autor de Comuneros, Villalar era un todo o nada. “En el momento que Carlos dice que las demandas son inasumibles y les declara rebeldes, la situación se radicaliza y se vuelve imposible una solución pactada, que es lo que una parte de la Junta y de los comuneros querían”, recuerda.
Haciendo un ejercicio de historia ficción, Martínez reflexiona sobre lo que podría haber pasado si hubieran vencido. “Algunos hablan de la posibilidad de una federación de repúblicas municipales a la italiana, algo que en su día algunos enemigos de los comuneros les echaron en cara”. Otra posibilidad, en caso de que Carlos hubiera claudicado sin marcharse, podría haber sido “un reino con unas cortes muy reforzadas, un poder municipal reformado, más abierto, menos oligárquico, con una fiscalidad mucho más controlada por las Cortes”. También la política internacional podría haber sido muy diferente, reflexiona, “sin la implicación tan patrimonial y familiar de Carlos con los asuntos de Europa, pero esto es especular...” dice Martínez entre risas.
Una nueva reivindicación de Villalar
El libro, recuerda Martínez, está escrito con la intención de recuperar la centralidad que tuvieron los comuneros en ese imaginario histórico, no solo para la comunidad de Castilla y León como sucede desde la Transición hasta ahora, sino como hacían los liberales del XIX, los demócratas y los republicanos. Aunque ahora sólo se rechace la celebración desde ciertas posiciones del leonesismo, a pesar de que todas las ciudades de la región leonesa (León, Zamora y Salamanca) fueron comuneras, Villalar ha estado en los últimos años en disputa. “Fue una victoria popular que se consagrara como día de la Comunidad, pero la Junta siempre había sido muy reticente a esta fiesta y a lo que implica este referente histórico, hasta hace relativamente poco”.
El PP siempre tuvo muchos reparos a ir a la campa de Villalar, donde se congregaban partidos de izquierda, sindicatos, asociaciones civiles, a celebrar el día. Según Martínez, Villalar es un imaginario muy incómodo para la derecha y para el centro derecha, porque más allá de lo que pasó en 1520, ha sido alimento de luchas democráticas que hoy asociamos con la izquierda y “desde la transición ha sido un símbolo de autonomía y justicia social”.
Sin embargo, para el historiador, no es justo acusar a los movimientos de izquierda de haber tratado de apropiarse de los comuneros, sobre todo cuando “el PP a nivel de la Comunidad y el PSOE a nivel estatal, renunciaron durante mucho tiempo a reivindicar este legado”. Tampoco cree que el camino emprendido por la Junta de Castilla y León en los últimos años, de convertir la festividad de Villalar en un día de la Comunidad bastante aséptico sea el mejor, aunque sí inteligente.
A lo largo de los años, el Gobierno autonómico ha acabado por aceptar la tradición hasta el punto de que en este 500 aniversario se ha organizado una exposición y se ha nombrado al rey Felipe, presidente de honor. “Lo que está haciendo la Junta es una conmemoración muy institucionalista para neutralizar los aspectos más revolucionarios, ambiciosos o emancipadores. Han hecho de los comuneros una especie de monárquicos constitucionalistas. Una especie de Ciudadanos”, bromea. Martínez sí cree que, en el pasado, la interpretación del legado de los comuneros fue más rica y acogía a más tradiciones políticas: ¡Y yo creo que eso es recuperable!“, exclama.
Con todo, para Martínez este cinismo de la Junta no es del todo negativo, porque supone ampliar el imaginario de la revolución hasta interpelar a varias familias políticas, en una España falta de símbolos transversales. En parte esa fue la intención por la que pidieron el prólogo a Xavier Doménech, para “multiplicar los sentidos que pueden tener los comuneros y abrir la lectura a muchos públicos diferentes”. También “multiplicar o abrir las posibilidades de discusión sobre el pasado moderno” y no solo sobre este periodo olvidado para muchos y tan reivindicado para otros.