El Claustro Universitario de otoño ha sido en vano, dando por buenas las enseñanzas del Eclesiastés. En él se han tomado algunas decisiones inéditas que indican la deriva autoritaria de este rectorado, como la de no retransmitir, ni siquiera grabar la sesión, como se viene haciendo desde hace años. Ante esto, los juristas callaron u otorgaron ante las increíbles excusas. O la de saltarse por primera vez la norma estatutaria (art. 91.2) que intenta garantizar una mayor representatividad (es decir, la presencia de minorías no auspiciadas por el equipo rectoral) proponiendo que los claustrales voten a un máximo del 70% de los candidatos a los órganos colegiados. Ante esto otro, los juristas también otorgaron.
No contento con eso, nuestro mayor representante llegó a expresarse en estos términos: “Estoy harto de sandeces... El que quiera algo, nos vemos en los juzgados, y el que no lo quiera, a lo mejor nos vemos en los juzgados”. ¿Quién ha dicho que el lenguaje ramplón y pendenciero es virtud única de los parlamentarios y no del parlamento de los rectores o de las peroratas de actores alucinados en consagrados escenarios?
Pero ha sido una última perla la que se me ha enquistado en el cerebro hasta madurar en una pesadilla. Cuando una de las claustrales ha pedido explicaciones sobre la filiación del rector con otras universidades, como la de Osaka o Malasia, este le ha recriminado su falta de autoridad dado su pobre currículum, puesto que al parecer ostenta “pocos artículos”. La colega que interpelaba había acariciado la idea de disputarle el cargo en las elecciones, algo que finalmente no hizo, dada la inusitada premura de la convocatoria. Pues bien, no sé si es porque mi querido hermano firmó recientemente una adorable canción titulada 'Ponte en mi piel', o por mi estudio sobre Levinas con su lema de ponerse en lugar del Otro (del otro vulnerable) como propuesta ética, el caso es que al acostarme ese nublado jueves me dije a mí mismo: 'Cosas Veredes, amigo Fernando'.
Y nada más cerrar los ojos vi cómo otros ojos, los de los seguidores del rector, pasaban de la de la admiración idólatra a su jefe de filas que acompañaba sus aplausos, a inyectarse de sangre y lanzar rayos a los pocos claustrales críticos, acompañando al ceño fruncido.
El sueño estaba servido. Agarrándose a la frase anterior, que mi ignorante inconsciente sigue atribuyendo al Quijote, me ha trasladado aquel al Claustro que tenía lugar no en el Paraninfo sino en la Plaza de los Bandos, con gran afluencia de gentes y muchos puestos de castañas, y una caseta de feria a manera de extensión de los Juzgados, con su patíbulo al lado. Y de repente me he visto en la piel de mi colega alzando la mano para pedir de nuevo la palabra:
“Señor Rector, puede que en el fondo tenga su magnífica persona razón, y aunque me duela reconocerlo, puede que mi modesto quehacer todavía no cumpla los requisitos para emularle. Pero repare usted en que, siendo efectivamente modesta mi trayectoria como investigadora, más modesta es mi persona, y puesto que eso segundo debe compensar lo primero, y como prueba de esa compensación, quisiera ofrecerle, junto con mi más sincero arrepentimiento por haber pecado de pensamiento osando imaginar mi candidatura a regir tamaña ínsula, una propuesta que no podrá, según entiendo, rechazar...(se alternan silencios y abucheos)”.
Señor Rector, propongo a este Claustro que la próxima rectora o rector sea la profesora o el profesor que más artículos indexados tenga, que, puesto que lo breve si breve, dos veces bueno, como dijo el criticón hidalgo aragonés, más vale artículo en mano que un ciento de libros volando, sobre todo si el primero fue dado a luz en inglés. Porque siendo la lengua inglesa lengua de presa, al decir de ese otro hidalgo vasco no menos criticón que el aragonés, es de esperar que el ave rapaz articuladora los despelleje en un santiamén en el nublado cielo del humanismo.
Y propongo que la bienaventurada o el bienaventurado, sean elegidos en una gran ceremonia claustral, mediando su generosa presencia a modo de sumo sacerdote, por aclamación popular. Para ello bastará con que los participantes levanten un banderín donde figure el virtuoso número que puede darles la gloria. Sugiero que, una vez comprobada la veracidad del guarismo por algún secretario o secretaria que tenga acceso a bases de datos oportunas, un vocero grite la mágica expresión: ¿Quién da más?
Calculo, señor rector, que a usted debe resultarle difícil rechazar esta propuesta porque, a juzgar por su comentario hacia esta humilde servidora, que no sierva interesada, su magnífica persona quedará con este método servido y satisfecho, al haber dejado como sucesor al articulista más articulista de todos. Y no es para menos, porque, pensándolo bien, trátase del criterio más cierto, por su sencillez y objetividad. Y cumpliendo estos dos criterios, que lo hacen sumamente recomendable, aún cumple otro no menos interesante, cual es el ahorro que supone a este Estudio en papeletas y trajines que conllevan el dichoso encuentro con las urnas.
Las cuales urnas, a decir verdad, siempre me dieron mala espina, por no poder evitar la comparación con esas otras que albergan restos en descomposición o cenizas que recuerdan que no somos nada. Cuando en realidad, lo que aquí estamos, por el hecho de ser doctores, pero sobre todo por el hecho de estar cerca de su magnífica persona, principio rector de la más antigua y prestigiosa institución de educación superior del mundo hispano, tenemos la esperanza de alcanzar la inmortalidad por la parte que nos toca.