“Nada más, señores. Follen ustedes que pueden”. Así cerró el cómico Pepe Rubianes su legendario monólogo Rubianes solamente durante el decenio que estuvo en cartelera. Cómo se despidió de su vida, hace exactamente diez años, sólo lo saben sus allegados. Pero lo que sí es conocido es que, antes de morir, se plantó en casa de su hermana, Carmen, con una maleta llena de papeles: guiones, dietarios, poemas, entrevistas… Un material que hoy, en tiempos del No callarem!, sirve para que el actor y humorista siga sin callarse sobre todo lo que le apasionó –el teatro, García Lorca, el sexo y Cuba– y sobre todo lo que con su ácido humor embistió: el franquismo, la iglesia y la España “reaccionaria, casposa y fascista”.
El libro A mí no me callan (Editorial Alrevés) es una recopilación de memorias, apuntes de actualidad y monólogos extraviados que da continuidad a Después de despedirme, publicado en 2014 también a partir de material inédito. La voz contundente de Rubianes, el hombre más libre que conoció Andreu Buenafuente –según confiesa él mismo en el prólogo–, reaparece así para despacharse a gusto con el ejército, José María Aznar, Santiago Abascal y hasta con el cura de su pueblo natal, Don Beningo, “según dicen uno de los grandes folladores de Villagarcía de Arousa”.
Su reencuentro con el cura, de quien sospecha que tuvo una historia con su madre porque dicen que le guiñó un ojo durante la boda con su padre, es uno de los pasajes más cómicos de las memorias que ha seleccionado el libro. Ya de adulto, Rubianes, ateo reconocido, tuvo que entrevistarse con el “todopoderoso” Don Benignio porque se lo pidió su madre, a la que el párroco había mandado una carta “que parecía de la Inquisición” porque el actor había manifestado que quería darse de baja de la religión católica. Tras charlar un rato y recibir Rubianes los lamentos del cura, este narra el “pintoresco” desenlace: “¡Se arrodilló! [...] Y se puso a rezar, en aquella postura, mitad fetal, mitad de mahometano orando”. Fue la última imagen que tuvo el actor de aquel cura con fama de mujeriego.
Para los maestros de su infancia, en cambio, guardaba Rubianes otro tipo de recuerdos. Pese a que se educó en pleno franquismo, el humorista dejó escrito que fue precisamente una profesora la que le descubrió a una figura decisiva para su vida y obra: Federico García Lorca, a quien años después dedicaría el espectáculo Lorca eran todos. Aquel niño quedó impresionado por los versos del poeta, explica, y le preguntó a la maestra cuándo había muerto. “Noté perfectamente que su respuesta era esquiva: 'No se sabe”, recogió. “Así iban las cosas aquellos años: toda la educación estaba basada en el silencio y el engaño, en el miedo y la religión”.
La querella por insultar a España
Más allá de los apuntes sobre su politización en la facultad de Filosofía, sobre sus primeros trabajos como actor, su implicación en la compañía Dagoll Dagom o su participación en la polémica obra Ubú president de Albert Boadella, uno de los capítulos ineludibles del libro, aunque no precisamente inédito, es el que rememora la campaña en su contra por sus declaraciones sobre España en TV3. Aquella España de la que tanto había despotricado se le echó encima por la siguiente intervención: “A mí la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás, y que se metan a España allá en el puto culo a ver si les explota dentro y les quedan los huevos colgando de los campanarios. Que vayan a cagar a la puta playa con la puta España, que llevo desde que nací con la puta España, que vayan a la mierda ya con el país este y dejen de tocar los cojones”.
Aun pronunciado con la voz más de su personaje que de su persona –algo que en sus entrevistas no siempre era sencillo diferenciar–, tuvo que salir a matizar que se refería “a la España reaccionaria, miserable, casposa y fascista”. “Insulté a esa serie de personas que piensan que España es solo suya, que grita, cacarea y se aspavienta, y que cuando algo no les cuadra deciden correr a palos al borrego”, prosigue, pero eso no le valió para evitar que Santiago Abascal –actualmente líder de Vox– interpusiera una querella contra él a través de la Fundación para la Defensa de la Unidad Española (DANAES). “No sabía que existía una asociación así. Suena a época negra de la dictadura”, escribió Rubianes.
Aquel episodio fue en 2006, doce años antes del juicio a Dani Mateo por sonarse con una bandera. El año de la fundación de Ciudadanos, uno de los partidos que le criticaron con dureza y de quien pronto Rubianes tuvo una opinión contundente: “Conozco a algunos de sus afiliados, pero no quiero saber nada de ese partido; creo que son la extrema derecha de Catalunya disfrazada”.
“Hoy que la libertad de expresión está peligrosamente en juego, hoy que otros están sufriendo lo que Rubianes sufrió por denunciar mediante el humor el nacionalismo patriotero, es el momento de volver a aferrarse a la figura de un artista que fue mucho más que un cómico”, señalaba la editorial en un comunicado.
Las consecuencias de aquellas palabras no fueron sólo judiciales y mediáticas para el humorista, también profesionales. Rubianes tuvo que renunciar a que su obra Lorca eran todos se representase en el Teatro Español de Madrid. La retiró, explica, para evitar consecuencias para sus actores y para el director del teatro, Mario Gas, en un ambiente de amenazas y acusaciones. Algunas críticas le dolieron más que otras, reconoce, como fue el caso de figuras que respetaba como Fernando Savater. Al final, acabó celebrando una única función en el auditorio de Comisiones Obreras.
“Los ataques a la obra de teatro no me supieron mal por mí, sino por Lorca, que volvía a pagar la bajeza humana. Él dio la vida por la democracia. En mi opinión, se merecía la presencia de los políticos; estos deberían comprobar que el espíritu que lo mató todavía está vivo en España. Que Federico eran todos”, reflexionaba.
Aznar, el ejército y los desahucios
Rubianes, que pese a su recurrente crítica a la cultura del trabajo se obligaba a escribir a diario como una forma de disciplina, dejó entre sus papeles numerosas anotaciones sobre la actualidad. Con José María Aznar, a quien llamaba “Aserejé”, se desahogó nueve días después del 11-M: “Tras lucir un lacayismo insultante (con sus continuos viajes a Estados Unidos y corriendo babeante y culero a hacerse foto junto a Bush [...]) y a diferencia de sus compinches, que no han tenido más remedio que aceptar comisiones de investigación en sus países, cuando recibe preguntas sobre la cuestión se limita a contestar, arrogante, chulo y despectivo hasta lo soez con la oposición y la opinión pública: 'Hicimos lo que teníamos que hacer'. Manda huevos!”.
Sus reflexiones sobre la política, en esa época marcada por el Gobierno del PP, tienen muy poco de su humor y mucho de su indignación. Alaba las protestas contra la celebración en 2002 del Consejo Europeo en Barcelona –“por lo menos esos pedorros, por primera vez (¡y que continúe, que continuará!) comienzan a tener miedo”–, apoya la que fue la primera gran protesta de migrantes irregulares en 2001 en la capital catalana –el encierro en la Iglesia del Pi– y carga con dureza contra el Ejército. “Sus fines son la destrucción y la muerte. Ahí radica la esencia de su filosofía: es el crimen legalizado, consentido y consensuado. Lo demás son puros engaños y falacias”, afirma sobre el cuerpo armado.
La mirada de Rubianes deja incluso reflexiones premonitorias, como la que alerta de las consecuencias de una crisis económica que nadie anticipó. Sobre aquellos que veían sólo la pobreza ajena, escribió: “El día que no paguen al banco, ¿qué pasará? Porque seguro que deben hasta los calcetines. Si no se devuelven los créditos contratados sin leer la letra pequeña, habrá que vivir bajo un puente. Es el tiempo de la economía falsa, del miedo y la tensión... Sin embargo, la gente se cree rica, aunque lo que tienen lo deben de por vida”.