Suena de fondo la banda sonora de la película ‘E.T.’ mientras los alumnos del colegio público Octavio Paz de Barcelona, pocos minutos después de las 9 horas, van llenando las aulas. Tres años atrás, la misma escena se hubiera producido a toque de timbre. Riiiiiiiiiing. Un sonido que ha acompañado a generaciones de escolares en España pero que cada vez más centros, sobre todo de Primaria pero también en Secundaria, dejan de utilizar como marcador horario de referencia.
“La música es mucho más relajante, la podemos escuchar y cantar, mientras que el timbre sonaba muy fuerte y a veces te asustaba”, comenta uno de los alumnos de Sexto de este colegio. En su clase se acuerdan perfectamente de cuando el timbre eléctrico gobernaba los tiempos, desde el inicio y el fin de la jornada lectiva hasta la hora del recreo, la de la comida y todos los cambios de clase. “Ahora es mucho mejor”, opinan, sin fisuras, los veinte niños y niñas de esta clase.
Los colegios que reducen o eliminan el uso del timbre lo hacen por considerarlo demasiado estridente y a menudo directamente innecesario. En un ecosistema escolar que no solo ve el currículum o la docencia como objeto discusión pedagógica, el papel de los espacios y los tiempos -así como todo lo que interviene en ellos- preocupa también a los claustros.
El ocaso de los timbres, que forman parte del imaginario popular hasta el punto de haber dado nombre a una serie como Salvados por la campana o a protagonizar la mítica entrada de los Simpsons, es solo el lento adiós de un elementos tradicional más de la escuela, como la disposición en línea de los pupitres o las filas rectas antes de subir del recreo. “El timbre nos retrotrae a una idea disciplinaria del colegio, el que ordena a grandes grupos de estudiantes a toque de pito”, sostiene el pedagogo Jaume Carbonell, autor de Pedagogías del siglo XXI.
Desde el Departamento de Enseñanza no disponen de datos sobre cuántos centros educativos usan timbre y cuántos no. Muchos colegios ni siquiera lo recogen en su proyecto educativo. Pero lo que sí tienen claro es que mientras hay colegios que se pasan del timbre a la música, no conocen ningún caso en el que el camino haya sido a la inversa. En la concertada ocurre lo mismo: instituciones como Jesuïtes o Escola Pia lo han contemplado en sus proyectos de innovación.
“Cuando te replanteas los espacios, colores y sonidos del colegio, te das cuenta de que el timbre es un elemento agresivo que no ayuda a tener entornos de aprendizaje cómodos y confortables”, argumenta Guillem Fàbregas, docente del colegio Jesuïtes Sarrià-Sant Ignasi, que la institución tiene como uno de los centros piloto de su plan de innovación. En su caso, utilizan música clásica, jazz o bandas sonoras para anunciar las entradas y salidas. Entre clases, los cambios horarios los marca el profesor, que se basta con tener un reloj en clase para no despistarse.
“Lo que tiene sentido es que sea el educador el que fije el inicio y la conclusión de una clase o de un proyecto, pudiendo ser flexible”, sostiene Fàbregas. “En este aspecto, el timbre es totalmente innecesario”, concluye este profesor. Para la historia van quedando aquellas imágenes en las que el timbre deja al profesor con la palabra en la boca mientras los alumnos van cerrando libros y recogiendo apresuradamente sus enseres.
Para pedagogos como Carbonell, el cambio hacia la música es también una nueva oportunidad para hacer participar a los escolares en lo que sucede en el colegio. “Hay centros que dejan a los alumnos escoger las canciones que van a sonar, siempre que tengan un tono o una letra adecuadas o incluso mirando que estén relacionadas con el proyecto educativo”. En el Octavio Paz, el primer año dejaron que fueran los alumnos los que decidieran la canción, pero al siguiente lo pusieron en manos de la profesora de música al considerar que había propuestas poco pertinentes.
Eso sí, las canciones que suenan tienen que ver con el proyecto del centro, que este trimestre está relacionado con el cine. Es por eso que estos días, para entrar al colegio, los altavoces repartidos por el vestíbulo y los pasillos emiten la banda sonora de E.T. y, al salir, la de Alicia en el país de las maravillas.
Bienvenida, salud mental e incendios
Los colegios que han introducido la música para entrar y salir de clase aseguran que esto les permite también reforzar los momentos de bienvenida y despedida. En el Octavio Paz, la entrada se va seguida siempre con una reunión de los escolares alrededor del maestro para hacer balance del día anterior, comentar novedades y hacer previsiones. “Los chicos suben menos alterados y más preparados para mantener una conversación natural”, comenta Xavier López, director del colegio.
“Es interesante dedicar cinco o diez minutos antes de empezar o acabar a actividades calmadas, como la conversación, la lectura o incluso la meditación”, explica Pere Vilaseca, director pedagógico de Escola Pia Catalunya, en cuyos centros asegura que están relegando progresivamente el uso del timbre eléctrico.
Pero aparte de las razones educativas, las hay también más prácticas. Como la que exponen los alumnos de Sexto del Octavio Paz: “Ahora cuando suena un timbre ya sabemos que es la alarma de los incendios”, comenta una de las alumnas. Antes tenían que estar atentos a la duración y a la intermitencia de la sirena para saber si aquello era un cambio de clase o un simulacro antiincendios.
En Escocia, la directora del programa de inclusión escolar Enquire, Sally Caver, planteó hace unos años que el timbre podía ser un elemento perjudicial y causante de estrés para aquellos alumnos con problemas de salud mental o incluso para los refugiados que provienen de zonas de conflicto. “Es cierto que algunas sirenas suenan tan fuertes que pueden sobresaltar a la los chicos”, afirma López.
De la campana al timbre
¿En qué momento se incorporó el timbre a los colegios? Varios historiadores de la educación consultados por eldiario.es desconocen cuándo y cómo se adoptó esta herramienta como parte del universo escolar. Sí se muestran convencidos de que tiene que ver con los precedentes de su uso para avisar y desplazar a grandes grupos de personas en unas mismas instalaciones, como ocurría con las sirenas de las fábricas desde el siglo XIX o en las cárceles. Antes del timbre eléctrico, muchos colegios, sobre todo en zonas rurales, utilizaban una campana para llamar a los muchachos a ir a clase, como lo hace la iglesia con la misa.
Un ejemplo de cómo el rastro de los timbre se pierde en el tiempo son los testimonios de los libros Los maestros de la República y Los alumnos de la Generalitat: , en los que su autor, Salvador Domènech i Domènech, recoge la historia oral de los alumnos de los centros educativos creados antes y durante la Segunda República en Catalunya. En algunos de esos centros lo utilizaban y en otros no.
“Para señalar el fin de las clases no sonaba ninguna sirena ni timbre. Era el mismo doctor Estalella el que pasaba de clase a clase señalando la hora del patio [...] Al acabar el recreo, con un aviso del director era suficiente para que los chicos y chicas subieran las escaleras ordenadamente, sin hacer filas”, recoge un testimonio sobre el insituto-escuela del Parque de la Ciutadella de Barcelona. Igual que las palabras del propio director Estalella de la época sobre el edificio escolar: “Supresión de todo lujo en toda la instalación; un solo aparato telefónico, ningún timbre ni campana en las clases y en la dirección: en todos lados domina esta pura idea: austeridad”.
Aun así, de ambos testimonios, su sola mención del timbre, se deduce que otros centros sí que lo tenían. Fue el caso del colegio Ramon Llull, también en la capital catalana. “El conserje hacía sonar el timbre de entrada y salida de clase o del recreo, abría y cerraba la puerta de la calle y vivía en los bajos de la escuela, al lado del comedor”, relata el el libro Maria Vinyeta, que fue alumna de este colegio -todavía hoy escuela pública de la ciudad- a principios de los años 30.