Esta Navidad, cambiemos el punto de vista de lado
La Navidad está a la vuelta de la esquina y, con ella, la eterna tradición de pensar qué regalar a nuestros niños y niñas. Cada año, los catálogos nos bombardean con las mismas imágenes: niñas rodeadas de muñecas y cocinitas, niños con coches, herramientas y juguetes de acción. Y, como cada año, se nos presenta la oportunidad de reflexionar sobre cómo incluso los detalles más cotidianos perpetúan las desigualdades de género.
Este tema no es anecdótico. Elegir un juguete no es solo una cuestión de gustos o preferencias, es una decisión cargada de simbolismo que puede influir en la forma en que los niños y niñas ven su lugar en el mundo. Un coche es mucho más que un juguete: representa movilidad, descubrimiento, acción. Una muñeca puede ser una herramienta para desarrollar empatía, pero también puede limitarse al papel de “cuidadora”. Los niños y las niñas aprenden jugando y observando. Entonces, ¿por qué seguimos encasillando las opciones en función del género?
Te voy a poner un ejemplo aparentemente inconexo. Hace unos días, se dictó sentencia para el caso de Gisele Pelicot. Una mujer que alzó la voz para denunciar años de discriminación y desigualdades estructurales. Lo que más me impacta de su historia no es solo su valentía, sino la carga que la sociedad aún pone sobre los hombros de las mujeres que deciden no callar. En el intervalo de 10 años a Gisele la drogó su marido y, éste la violó y al menos otros 50 hombres más, sin consentimiento. Lo descubrió por casualidad y el caso ha sacudido a la sociedad francesa. Más allá de lo tremendamente sórdido del caso, es sorprendente lo siguiente.
La vergüenza, en este y en tantos otros casos, sigue estando del lado equivocado. Suele culparse a la víctima (¿qué habrá hecho? ¿Qué llevaba puesto? ¿Cómo no se dio cuenta? ¿Lo provocó ella?). La culpa nunca debería recaer sobre quien alza la voz o sobre quien lucha por cambiar las cosas, sino sobre quienes sostienen, por acción u omisión, un sistema que perpetúa la desigualdad. Y esto, aunque parezca insignificante, también se refleja en los juguetes que damos a nuestros hijos e hijas.
Un juguete no solo entretiene, también educa. Las niñas que reciben exclusivamente muñecas y cocinitas aprenden que su papel está ligado al cuidado, a lo doméstico. Los niños que nunca reciben una muñeca se pierden la oportunidad de desarrollar habilidades de empatía y cuidado que, más tarde, se mostrarán de manera desigual en sus relaciones personales.
Nos estamos equivocando si pensamos que estas decisiones no tienen impacto. Estamos marcando caminos, cerrando puertas y perpetuando un sistema que luego nos sorprende con la falta de mujeres en ciencia o en política, o con hombres que no saben corresponsabilizarse de las tareas del hogar.
Si queremos una sociedad más igualitaria, tenemos que empezar por las pequeñas cosas, por gestos que parecen inocuos, pero no lo son. Elegir un regalo no es una tarea menor o la forma de hablar. Es un acto que puede abrir puertas, romper barreras y enseñar a las próximas generaciones que sus capacidades y sueños no tienen género.
Hace unas semanas una amiga me contaba cómo su niña le propuso a otra niña jugar a las superheroínas. La otra niña no quiso. Le contestó que las niñas no pueden ser héroes, solo los chicos. Las estanterías de las tiendas están llenas de Batman y hombre-arañas pero no hay ejemplos de valientes mujeres para llenarlas de imaginación y de que sea posible volar.
Así que estas Navidades, si me lo permiten, invito a las familias a reflexionar antes de elegir los regalos. Regalemos kits de ciencia a nuestras niñas y también peluches y cocinitas a nuestros niños. Regalemos igualdad. Porque un detalle tan pequeño puede sembrar el cambio que queremos ver en nuestra sociedad. “Es nuestro deber elegir entre lo que es correcto y lo que es fácil”, dice Hermione en Harry Potter, una superheroína de libro. Felices Fiestas.
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