La escuela no puede quedar al margen de los conflictos sociales de su tiempo. No lo ha hecho estos días, después de un 1-O que ha marcado muchos centros por los desalojos por la fuerza de la Policía. Tampoco lo hizo a principios de septiembre, conmovida por los atentados terroristas cometidos por unos jóvenes que poco tiempo antes habían pasado por un aula.
Dejar que la actualidad penetre en clase no debe significar abrir la puerta al adoctrinamiento. Así lo ve Joan Manuel del Pozo, profesor de Filosofía Antigua y Ética de la Comunicación de la Universidad de Girona (UdG), que defiende que es deseable que las inquietudes que preocupan a los jóvenes tengan cabida en clase, siempre que los docentes las gestionen desde valores democráticos y de convivencia.
En esta entrevista, del Pozo, que fue consejero de Educación y Universidades de la Generalitat durante el tripartito (2006), enumera cómo pueden potenciar los centros el pensamiento crítico entre sus alumnos.
Estos días parece que ser profesor en Catalunya sea especialmente difícil.
Se ha añadido complicación. La docencia, que es apasionante, no es una actividad sencilla ni cómoda, y cuando vivimos tiempos complicados se le añade dificultad, pero tampoco hay que dramatizar en exceso. Diría que la mejor noticia para la docencia es que puede asumir bien las tensiones del entorno, puede hacer de amortiguador.
¿Qué le ha parecido la respuesta de la comunidad educativa después del 1-O?
Hay centros donde no se vivió tanto; en otros, llegó hasta las paredes de la escuela, así que las reacciones pueden haber sido diferentes. En el caso más duro, el de una escuela violentada donde haya habido desperfectos, hay que hacer reflexiones sobre lo que pasó, a poder ser dialogadas y pactadas por el equipo docente y por las familias, para que el enfoque del tema no responda a la posición emocional de un único maestro. El hecho de dar respuesta a ello como equipo docente es en sí mismo educativo. No lo sería que un maestro diga algo y el otro, lo contrario. En estos problemas debe haber un grado básico de coherencia pedagógica.
¿La escuela se puede posicionar de forma clara? ¿En qué casos?
Sí puede. Todas las escuelas celebran cada año el día de la paz, de manera que si se produce un hecho violento directo, dentro del centro, se debe hablar y corregir el mal mensaje que ha dejado. Lo que propongo es que esto se haga de manera pactada, dialogada y coherente, que no responda a impulsos individuales.
Estos días el Ministerio de Educación y algunos medios han acusado a las escuelas catalanas de adoctrinar. ¿Qué entendemos por adoctrinar?Ministerio de Educación
Es la negación del pensamiento crítico: cuando se transmiten conocimientos de forma dogmática y se impide el diálogo, la discrepancia y la capacidad de poner en duda lo que se transmite como una verdad. El adoctrinamiento no tiene lugar en aquellas escuelas donde se tenga por objetivo la búsqueda del pensamiento crítico. ¿Puede que haya habido casos de adoctrinamiento? Hombre, las escuelas son tan variadas que es posible que en alguna haya habido, como seguramente habrá habido en el sentido contrario en algún otro colegio.
Siempre que se habla de adoctrinamiento se hace referencia al adoctrinamiento político. Mucho menos al religioso, al económico...
Exacto. La prédica de la competencia brutal en una escuela sería adoctrinamiento neoliberal. Cuando el exministro Wert hablaba de españolizar a los niños catalanes, proponía explícitamente adoctrinamiento, porque intentaba crear un programa de formación política en la dirección que él consideraba buena.
Para usted, ¿el del adoctrinamiento es un problema real en las aulas?
No creo que exista de forma significativa. Lo que sí existe, más que el adoctrinamiento, es la simplificación de mensajes o la falta de suficiente sentido crítico, porque en la sociedad que rodea la escuela la simplificación del pensamiento es una tendencia mayoritaria. Y es normal que esto llegue a la escuela.
Antes del 1-O publicamos un reportaje sobre cómo abordar la política en clase. ¿Cómo se puede tratar una cuestión que polariza tanto a la sociedad en un aula que es inevitablemente reflejo de su entorno?
De la manera menos politizada posible en el sentido partidista del término. Es evidente que no se ha de esconder a los jóvenes y a los niños y niñas que existe un gran debate social y político, pero sí que se deben evitar posicionamientos de respuesta simple, de sí o no. ¿Qué es pedagógicamente aconsejable? Hablar de cuáles son las condiciones en que puede tratar el tema –ya sea en familia o con los amigos–, cuál es el estilo deseable de diálogo y cuáles son los principios básicos que nunca deben ser transgredidos. Esta sería la línea pedagógica aceptable.
¿Es ético que un docente dé su opinión?
Lo que parece ético en la profesión docente, tal como recogen algunos códigos éticos, va en la línea de que las manifestaciones políticas deben circunscribirse a los grandes principios de la democracia y los valores esenciales de la convivencia.
¿Estos son principios sobre los que construir una educación para la ciudadanía?
Sí. Y no sólo yo lo veo así, sino que las leyes dicen que esto se debe fomentar. La Ley de Educación de Catalunya (LEC) lo recoge, por ejemplo. Es una legislación congruente con los principios filosóficos generales que nos dicen que si los humanos no somos capaces de vivir en democracia, es que estamos a la ley de la selva, y eso significa la ley del más fuerte y de la violencia.
La democracia, la convivencia... ¿Se enseñan ejerciéndolas?
Naturalmente. Los valores se han de contagiar. Y esto se hace a través del ejemplo práctico. Un profesor que defienda teóricamente la libertad, el respeto, la igualdad y la solidaridad, pero que se comporte autoritaria y egoístamente, no transmitirá los valores que predica. Tan importante como la prédica es la práctica. Y esto es aplicable a todo lo que se hace en un colegio: enseñar matemáticas, por ejemplo, se debe hacer con estilo matemático, transmitiendo el gusto por las matemáticas más que explicando fórmulas. El comportamiento, las maneras de hacer de un docente, son tan importantes o más que las propias palabras.
¿La escuela se puede mantener al margen de los conflictos de su tiempo?
No, evidentemente. La escuela, la ciudad, el país... Deben estar conectados. Las escuelas no deben ser castillos en los que no penetra nada del exterior. Es inevitable que entren las preocupaciones, pero al igual que en un hospital, que tiene unos principios de higiene, en la escuela hay principios pedagógicos que nos aconsejan preservar a los niños y niñas del alineamiento hostilizador, de la agresividad, de la simplificación.
Una maestra me contaba que, habiendo tratado el referéndum en clase, dos niños discutían duramente porque uno decía que había que permitir la votación y el otro lo contrario. ¿Qué puede hacer un docente ante esta situación?
Pues de entrada garantizar los principios de respeto mutuo entre las personas y evitar los dogmatismos. Después, se le debe exigir una actitud de moderación, igual que la debe tener un moderador de debates de adultos, pero teniendo en cuenta que los pequeños tienen más espontaneidad y descontrol. Debe ser, por tanto, un excelente moderador. Y es que no podemos olvidar que es fundamental que el maestro sea una persona de alta calidad ética, capaz de transmitir valores básicos por su propio comportamiento. El buen maestro, si en clase se le abre un debate como este, por su manera de actuar habrá traspasado a los alumnos la forma correcta de dialogar y debatir.
¿Cómo se fomenta el pensamiento crítico en clase?
Hay que practicarlo. Un aula debe ser fundamentalmente una comunidad de diálogo, donde el docente tiene el papel de promotor y donde todo el mundo está invitado a intervenir, a intercambiar palabras de acuerdo con los principios del pensamiento crítico, que son cuatro: que los criterios interpretativos son más importantes que los datos informativos (aprender a dar valor a las cosas), que toda cosa humana es hija de un proceso (se valora que la realidad es un presente continuo), que todo hecho humano tiene un contexto (hay que mirar qué hay alrededor) y, por último, debe haber una disposición metódica y autocorrectiva, es decir, que sólo puedes avanzar si te estás permanentemente preguntando si lo que haces está bien.
Para lograr esto parece que la escuela necesita un ritmo más lento del que lleva hoy.
Estamos en una sociedad que ha enloquecido con la posibilidad de hacer muchas cosas a la vez. Se pierde la espesura del tiempo, la duración y una cierta capacidad reflexiva sobre la propia experiencia. Para construir la experiencia debes tener capacidad de pensar críticamente.
Sobre la escuela como espacio para promover valores democráticos y de convivencia, este inicio de curso también se ha discutido sobre si la institución educativa fracasó en este cometido con los jóvenes de Ripoll que cometieron los atentados del 17 de agosto. ¿Cómo lo ve usted?
Si lo que se quiere decir es que ha sido culpa de la escuela, es injusto. Lo que hizo la escuela con estos chicos es seguramente lo que tenía que hacer: tratarlos con naturalidad, respeto e integración, y ellos han actuado a pesar de los valores que habían aprendido. Es injusto suponer que la escuela lo ha hecho mal en este caso. El problema no es de Ripoll, ni de Catalunya, ni de España, sino que es global.
Usted se ha criado en Ripoll y empezó su docencia en el instituto Abat Oliba, por donde décadas después pasaron algunos de los jóvenes terroristas. ¿Cómo lo ha vivido?
Con tristeza, pero también con la tranquilidad de pensar que la culpa no es del pueblo ni de las escuelas. Es compartida por todo el mundo. Por lo tanto, me siento afectado, pero no hundido.