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La advertencia de Jordi Cuixart contra el independentismo mágico

Arturo Puente

2 de noviembre de 2021 22:02 h

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Conseguir la secesión de un estado como España no es coser y cantar sino una tarea ardua y complicada que requiere grandes sacrificios. Esta es una de las reflexiones centrales del libro que publica el presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, que lleva por título 'Aprenentatges i una proposta' (Ara Llibres) y que recoge las notas que el activista escribió en su dietario durante sus casi cuatro años en prisión. Aprendizajes, algunos personales pero la mayoría en el plano político, que explican la actuación del autor en momentos como el juicio, su renuncia a participar en el programa de tratamiento en la cárcel o su –criticada– afabilidad hacia políticos no independentistas. Pero sobre todo explican la propuesta que ahora ofrece no a los dirigentes independentistas, sino a las bases.

Esa invitación no es otra cosa que retomar la apuesta por el referéndum, que Cuixart considera que tiene el mayor consenso en la sociedad catalana y que puede dar mejores frutos. Con este libro, el líder de Òmnium despeja la X de su “lo volveremos a hacer”: repetir el 1-O (aunque esta vez no sea exactamente como entonces). Pero ese proyecto funciona en el libro como un Macguffin en las películas de Hitchcock. Es una buena excusa para explicar las lecciones aprendidas en la cárcel, que ahora socializa, en parte para volver a empoderar a una masa social independentista desanimada y desorientada y, en parte, como talismán contra el “independentismo mágico” que dominó el movimiento en los compases previos a octubre de 2017.

“¿Cuánta capacidad de resistencia estamos dispuestos a mantener nosotros? ¿Cuánta más gente a prisión? Quiero decir, no absurdamente ni como cosa buscada, claro, sino simplemente como amenaza de que no nos puedan coartar en la defensa de la democracia”, se pregunta en un momento. El mensaje de Cuixart es deliberadamente claro sobre esto: si la sociedad catalana quiere la autodeterminación, deberá pagar un peaje y puede que no sea barato. “Entendámonos: yo no deseo ni la prisión ni el exilio a nadie”, especifica en un momento. “Es solo que tenemos que saber y comprender que el Estado español no ha mostrado ningún síntoma real de haber cambiado su manera de hacer, esta respuesta sistemática con la porra contra la libre expresión democrática de la sociedad catalana (y no solo de la sociedad catalana, merece la pena decir)”.

A partir de esta idea, que ata a la frase de Martin Luther King de que “la libertad no la concede nunca voluntariamente el opresor”, Cuixart subraya que la apuesta por la lucha no violenta y la desobediencia civil implica asumir sus consecuencias, es decir, meter en la ecuación el coste que estas acciones tendrán para quien las ejerce, que puede enfrentarse a las multas, la cárcel o la violencia. El presidente de Òmnium deja ver a través de las páginas que el movimiento independentista no tenía clara esta cuestión fundamental en octubre de 2017. Es más, que ni siquiera él mismo lo tenía claro.

Apuesta por politizar el juicio

Sobre esto Cuixart explica abiertamente su cambio de postura en el proceso penal, desde sus primeras declaraciones ante el juez instructor, ya como preso, en enero de 2018. “No me siento orgulloso de mi actitud ante el juez instructor. No me siento orgulloso pero tampoco lo quiero obviar, ya que de los errores también se aprende”, dice, recordando el momento en el que dijo ante el juez Llarena que el referéndum solo podía celebrarse si era pactado con el Estado. “Les servimos los titulares en bandeja”, se lamenta, para a continuación asegurar que fue un error tratar de afrontar la vía penal desde el punto de vista “técnico”, una estrategia que él corrigió antes de iniciarse el juicio pero algunos de sus compañeros no.

“Se fue viendo que una estrategia unitaria [del conjunto de los presos en el juicio] sería difícil”, afirma sin esconder la queja. Pero no todo son sinsabores. Sobre la preparación del juicio explica que trató de hablar “lo más claro posible” entre los presos y que todos ellos se acabaron conjurando por defender el derecho a la autodeterminación y contra cualquier pacto con la Fiscalía. “Me negué en redondo a cualquier estrategia de regate corto. Tampoco cuando las tuve que discutir con las personas a las que más quiero, las que simplemente y claramente querían sacarme de allá y habrían hecho cualquier cosa para conseguirlo”, dice.

Mesa de negociación sí, pero sin hacer el “primo”

Para el líder de Òmnium, lo importante del juicio era convertirlo en una arma, pasar toda la presión de su encierro al otro lado, para lo que era necesario que su condición de “preso político” no solo quedara clara en sus palabras, sino también en sus actos. “La confrontación, si no está anclada a una coherencia irrefutable, sirve de poca cosa en el largo plazo”, advierte Cuixart, en relación a Junts. De hecho el autor desdeña la polémica de Junts y ERC entre confrontación y diálogo, que achaca a una “obsesión constante (y estéril, a efectos de país) de priorizar la pugna electoralista”. “Nos quieren divididos entre partidarios del diálogo y de la confrontación, pero resulta que la defensa permanente del diálogo, de la negociación, forma parte de la confrontación democrática con quienes quieren condenar la libertad de expresión y el derecho de protesta, añade.

Con todo, Cuixart sí hace algunas advertencias a los republicanos respecto a la mesa de diálogo con el Gobierno. Un espacio que el activista avala, pero del que alerta que comporta riesgos que hace falta que el independentismo entienda de entrada. “Nunca renunciaremos al diálogo, tampoco con quienes nos quisieran muchos años en prisión”, dice. Pero la apuesta por la mesa “no significa hacer el primo”, porque colocar las aspiraciones soberanistas en un foro que nunca avanza puede ser una gran tentación para el Estado, argumenta. Por eso considera que la mesa de negociación será útil “si lo es en el marco de una estrategia compartida por el conjunto del soberanismo”, si no se convierte en “un arma arrojadiza entre partidos” y, sobre todo, si hay “una voluntad real por parte de España”.

Un referéndum “sin etiquetas”

A través de las anteriores reflexiones, Cuixart llega a la propuesta que quiere lanzar a las bases independentistas. Remarca esta cuestión porque el líder de Òmnium quiere evitar que se entienda como un mandato hacia la clase política, a quien, si pone deberes, lo hace de forma indirecta y solo a través de consideraciones generales. Lejos de eso, el autor está interesado en dar al independentismo de calle un nuevo horizonte al que pueda agarrarse y que se convierta a la vez en un objetivo que unifique un movimiento cada vez más disgregado y en un motivo para caminar para el 'indepe' desanimado.

Un referéndum que, para él, no debería tener apellidos, es decir, debería ser un significante donde cupiera tanto la vía pactada como la unilateralidad. Así cree que pueden recoserse las complicidades entre los sectores del “3 de octubre”, el día de la huelga general que paralizó Catalunya por la violencia contra el referéndum y que fue secundada por multitud de organizaciones no independentistas. Un objetivo que a su entender debe seguirse persiguiendo. “Me agota el soberanismo que ha renunciado a seguir gustando. Como si ya se diera por bueno, como si ya fuéramos suficientes. Pues no, en la construcción de una imaginario nacional nunca seremos suficientes, porque está en formación constante”, asegura.

Pero, de nuevo, Cuixart tira de realismo para evitar dar falsas esperanzas que se conviertan en una losa en el futuro, algo que los dirigentes independentistas conocen bien. Y por eso lo dice claro: en este momento no se dan las condiciones para llevar a cabo su propuesta. “Ahora mismo, claro y conciso, no hay la posibilidad de hacer un referéndum pactado, un nuevo referéndum unilateral o una declaración efectiva de independencia, sean cuales sean las mayorías parlamentarias”, dice. Una frase que, dicha por un líder de la sociedad civil, hubiera sido absolutamente imposible de escuchar en 2015, pero que ahora comparte buena parte del independentismo sin que eso quiera decir abandonar el objetivo secesionista.

Para Cuixart esta reflexión no debe ser pesimista sino estimulante, toda una llamada a la acción para crear esas condiciones. ¿Cómo? Mediante los métodos de la no violencia, una disciplina que el líder de Òmnium ha estudiado en detalle durante su tiempo en la prisión. “La desobediencia civil es la principal herramienta no violenta que tenemos para presionar a las instituciones y los políticos cuando el ordenamiento jurídico impide el ejercicio de derechos fundamentales, ampara situaciones injustas o lesiona el bien común”, asegura. Una desobediencia civil masiva –y una asunción de sus consecuencias– que Cuixart cree que es el único camino que puede ser exitoso para su movimiento.