La oposición a la ampliación del aeropuerto del Prat, en Barcelona, está expresando alianzas y discursos que resultan significativos de las futuras batallas de emergencia climática.
Se ha simplificado, en ocasiones, la contradicción entre esta infraestructura y el medio ambiente, reduciéndose a una disyuntiva entre la pista y la laguna de La Ricarda, entre el hub de los huevos de oro y un paraje natural, eso sí, protegido. Esta simplificación podía conseguir dos efectos: por un lado, reducir la oposición, poniendo en un lado de la balanza promesas de creación de empleo y, en el otro, dicho a lo bruto, la charca de unos cuantos patos. Y, por el otro, permitir un plan B, que podría significar la ampliación pero de otra forma, sin afectar a La Ricarda. Este segundo efecto, por ejemplo, permitía desarticular la oposición de ERC, que se ha concentrado en este aspecto.
Sin embargo, el movimiento de oposición ha tenido claro que la ampliación es contraria a la preservación de la laguna pero también a muchas cosas más. Principalmente, es una prueba del algodón de que los discursos de descarbonización se quedan en eso, en discursos. Los principales partidos políticos han aceptado nominalmente la emergencia climática. Por eso el Gobierno español la declaró en enero del 2020. Lo mismo ocurre con la Agenda 2030. No pueden ignorar lo que es una de las principales preocupaciones de la sociedad, como muestran las encuestas. Tampoco pueden ignorar los compromisos contraídos: reducción de las emisiones hasta un 55% en 2030. Pero son incapaces de tomar decisiones en consecuencia porque implicaría enfrentarse a las élites económicas. En lo que respecta al aeropuerto, todas las patronales catalanas se han erigido como lobby, con un acto conjunto el pasado 2 de junio.
Pero ni el Gobierno español ni el catalán pueden explicar cómo se puede pasar de los 53 millones de pasajeros del Prat (cifras de 2019) a los 70 millones que la ampliación quería acomodar, y a la vez reducir las emisiones. ¿Cómo pensaban ponerlo por escrito, en el informe de sostenibilidad ambiental del proyecto? Este jueves pasado se lo pregunté a la Ministra de Transportes, Raquel Sánchez, y me respondió con una referencia genérica a los futuros aviones de hidrógeno. Cuando sabemos que esta tecnología, que ya lleva décadas investigándose, no consigue un rendimiento energético suficiente.
Todo parece, pues, una impostura. Tan grande que, quizá, ha sido uno de los motivos que han hecho desistir al Gobierno español de invertir los 1.700 millones prometidos. Aun así, este domingo la manifestación tiene que ser un éxito porque el movimiento que le da lugar tiene muchas batallas por delante. Por ejemplo, la cuestión de los cruceros o la de los megayates, con unas obras en el Port Vell que empezarán en 2022.
La alianza del ecologismo con las distintas expresiones de lucha de clases, ya sea el sindicalismo o el movimiento por la vivienda, constituye una fuerza necesaria para cambiar el modelo económico y desplazar a las élites dirigentes, responsables primeras y últimas de las decisiones que se toman sobre aeropuertos, puertos y otras infraestructuras que el capitalismo necesita hacer crecer a costa del futuro climático y energético.