Antoni Trilla (Barcelona, 1956) es una de las voces más respetadas de la epidemiología en España. Jefe del Servicio de Medicina Preventiva del Hospital Clínic de Barcelona, catedrático de Salud Pública de la Universidad de Barcelona (UB) y decano de su facultad de Medicina, fue uno de los asesores científicos del Gobierno para la desescalada. Pese a la habitual prudencia de sus intervenciones, señala la rapidez del levantamiento de las medidas restrictivas en junio y la falta de un circuito de diagnósticos y rastreos robusto como las principales razones que explican que empezase encabezando una segunda ola de contagios en Europa que, con todo, ahora ya tiene mayor impacto en otros países.
La epidemia se ha disparado en varias comunidades autónomas, entre ellas Catalunya, en las últimas semanas. ¿Qué ha fallado? ¿Se podría haber evitado?
Esta es una situación que de alguna forma era inevitable. La segunda ola más tarde o más temprano iba a llegar, pero lo que nos tenemos que plantear es si habíamos hecho los deberes para afrontarla de la mejor forma posible. ¿Qué acciones deberíamos haber llevado a cabo que quizás nos hubiesen ayudado a hacerle frente? La primera, la desescalada. Después de la primera ola, en muchas zonas se hizo la parte final de forma demasiado rápida. Eso hizo que la gente volviese a la normalidad cuando el virus todavía circulaba de forma importante. La segunda, si la estrategia más ortodoxa que tenemos es la de ir a la contención, esto significa rastreos y aislamientos, y para eso hace falta un buen sistema que lo permita. Puede que no se pusiera en marcha de forma suficientemente potente. Y no solo el rastreo, también la capacidad de hacer pruebas PCR, comunicar resultados, evaluar contactos, ayudar a hacer cuarentenas…
Estos dos elementos son los de carácter institucional. Luego está lo que ha hecho la población para ayudar o no a mejorar la situación. Ha habido cierta sensación de fatiga, durante el verano hemos tenido conductas razonables desde el punto de vista personal o social, pero que desde el punto de vista epidémico no eran idóneas. Por ejemplo, el ocio nocturno o todo lo que envuelve las reuniones familiares.
Algunas de las cuestiones que cita se han recogido en el duro editorial de la revista The Lancet sobre la epidemia en España. ¿Comparte sus conclusiones?
Hay cosas que las comparto, sin duda, y otras me las cuestiono un poco más. Hace un tiempo, a finales de verano, me entrevistaron en The New York Times y The Washington Post para saber por qué España era el patito feo de Europa. Les dije que la situación era realmente preocupante, pero añadí que quizás más bien éramos el canario en la mina de carbón. Es decir, el primer país que pringaba y al que seguirían otros. Expresé el deseo de que no fuese así y que los demás países europeos fuesen capaces de reducir el tiempo de ascenso de la ola, pero no parece que la cosa vaya por aquí. The Lancet se puede fijar en España porque ha tenido las peores cifras, pero podrían mirar Inglaterra u otros países ahora.
El 65% de la población española vive ya bajo algún confinamiento u otro tipo de restricciones. ¿Irá a más?
No se puede descartar ninguna medida, sea más novedosa o más clásica. Para mí, la novedad que estamos viendo en la segunda ola son los toques de queda, en países como Francia o Bélgica. En Londres hay una restricción muy lógica desde el punto de vista epidemiológico, pero difícil de llevar a la práctica, que es que no se pueden reunir en interiores personas de distinto núcleo familiar. La pregunta es cómo lo van a mirar. Las medidas duras se pueden llevar a cabo, pero deben ser muy quirúrgicas, localizadas y limitadas en el tiempo, es decir, valorar si tienen impacto más allá de los 14 o 15 días. Solo si el sistema sanitario entra en crisis o nos vemos demasiado saturados, iríamos a la mitigación, que son los confinamientos más duros. Esperemos no llegar a eso.
Adoptar medidas drásticas más temprano, como ha hecho Catalunya con el cierre de la hostelería, ¿es garantía de que vayan a durar menos?
Aquí se analiza y se ve que si llegamos muy lejos será demasiado tarde para dar marcha atrás. Las medidas, cuanto antes se deciden y cuando la situación no está del todo deteriorada, pueden tener mayor efectividad. Obviamente, la idea es que duren menos. Pero la realidad puede ser muy diferente. ¿Cuánto hay que anticiparse? Eso es más discutible y depende de la situación. Y como dicen los americanos, tiene que haber reinforcement, es decir, que alguien tiene que asegurarse que se llevan a cabo de la mejor forma posible.
Ha hablado del toque de queda en otros países. ¿Lo ve como una medida útil si la epidemia no remite?
No lo sé. De entrada, me sorprendió. En general, cualquier medida que los ciudadanos hagamos bien, es buena. El problema son las que no hacemos bien. El toque de queda es lo suficientemente duro o restrictivo como para que la gente, por narices, lo cumpla. Está bien para reducir todo lo que es actividad nocturna en bares y restaurantes, pero si durante el día nos amontonamos y hacemos las cosas mal, tendrá una cierta pérdida de efectividad. Hay que mirar bien su impacto.
Usted fue asesor del Gobierno para la desescalada. ¿Cree que han faltado criterios comunes en España para hacer frente a esta segunda escalada de casos?
Aquí nos podemos quejar de que las cosas se podrían haber hecho mejor, pero tenemos un modelo de país que es el que es. Para lo bueno y para lo malo. Y en este caso no ha sido precisamente para lo mejor. En Alemania, aunque hayan tenido desajustes, son un ejemplo de tener un estado federal y de que los länder se alinean y siguen las directrices del gobierno cuando hay problemas. Aquí no tenemos claro en qué momento las medidas deben ser consensuadas y tomarse de forma uniforme sin que nadie vaya por su lado. Nos ha faltado esta solidaridad o forma de trabajar conjunta. No ha ayudado tampoco la confrontación política. Si en algún momento eso no toca es cuando hay una crisis de esta magnitud. Se puede criticar, pero siempre con espíritu constructivo. Se han usado medidas para atacarse políticamente cuando tocaba ponerse de acuerdo. Se puede discrepar, y esto corresponde al Gobierno y a la oposición, pero en una sala cerrada para acabar poniéndose de acuerdo y apoyar todos lo pactado. Con unidad de acción, la gente hubiese entendido mejor algunas de las cosas que han pasado. Y el caso de Madrid es el más extremo.
Luego nos ha faltado también tener claro el paraguas legal para hacer determinadas cosas, por eso nos hemos encontrado sorpresas cuando a una comunidad le han tumbado las medidas y a otra, no. Entiendo que los jueces deben ser garantes de que no vayamos más allá de lo que toque, pero podríamos haber tenido una legislación que no lo hiciese tan difícil.
Una encuesta del Colegio de Médicos de Barcelona evidenciaba la fatiga de gran parte de los facultativos en esta segunda ola. ¿Cómo afectará eso?
Los que están en primera fila están más cansados porque la primera ola fue dura mental y físicamente. Al empezar la segunda ola, que ahora tiene mala pinta, la sensación es ambivalente: por un lado, sabemos lo que es, lo hemos vivido y sabemos mejor lo que tenemos que hacer para atender a los enfermos. No es algo desconocido como hace meses. Pero por otro lado, estamos cansados. Y estamos justos de personal, las cosas como son. La Primaria está muy saturada y no tiene capacidad de hacer su trabajo, que es atender COVID-19 y no COVID-19. Esta disyuntiva es muy complicada y los hospitales estamos igual. Por eso esta fatiga. Médicos, enfermeras y auxiliares no se pueden ir a comprar a China como las mascarillas. Tenemos los que tenemos y si no están bien cuidados, una parte de ellos empezará peor la segunda parte del partido. Eso no es bueno, aunque seguro, y lo creo firmemente, que el trabajo lo harán lo mejor posible.
Al principio hablaba de los problemas de la Atención Primaria para atender bien a la población en un contexto de pandemia. ¿Se ha reforzado lo suficiente para que pueda ser muro de contención de la COVID-19 y a la vez tener en cuenta las demás patologías?
Se podría haber considerado un refuerzo mayor. Se han hecho algunas cosas. La Atención Primaria no es uniforme y algunos equipos se han organizado mejor porque lo han sabido hacer o porque han podido o les han dejado. Pero la Primaria necesita claramente un refuerzo, tanto de personal como de medios. Y a veces pensamos en cosas muy complejas, pero una de las principales quejas de los ciudadanos es que llaman y no les cogen el teléfono. ¡Y esto incordia muchísimo! Que pongan mejores centralitas con capacidad para responder, no es tan complicado. Hay cosas que se podían reforzar desde el punto de vista tecnológico, desde el de personal y, esto ya es una opinión mía, desde la mayor autonomía de gestión, porque ellos son los que saben lo que necesitan.
En las últimas semanas hemos visto aparecer nuevas técnicas para diagnosticar el coronavirus: test de antígenos, la fórmula del pulling, pruebas PCR menos invasivas… ¿Alguna de ellas va a ser decisiva?
Ninguna va a ser decisiva. Todas tienen sus ventajas e inconvenientes, y depende del porcentaje de población que esté infectado. Los test de antígenos, el pulling, evitar rascar el fondo de la nariz… Todo esto ayudará, son técnicas complementarias y espero que nos faciliten la vida: que acorten el tiempo de diagnóstico o que eviten tener que hacer frotis tan invasivos. Pero una que lo resuelva todo, no.
Por contra, sobre los fármacos hemos tenido recientemente peores noticias. El estudio Solidarity concluyó que ni el remdesivir ni la cloroquina ni otros medicamentos usados hasta ahora son realmente efectivos para evitar muertes.
El Solidarity es un estudio con un diseño muy particular. Su ventaja es que recoge muchos datos. Pero no está sometido a las mismas reglas ni tan estrictas como los ensayos clínicos, sino que tiene un enfoque muy pragmático. Aprovecha lo que se hace en todo el mundo para tener una cierta idea, y el resultado no sorprende. En el caso del remdesivir, hay todavía una cierta discrepancia en algunos ensayos clínicos y se tendrá que acabar de ver si este fármaco es realmente efectivo para reducir la estancia o la mortalidad, algo que no ha demostrado. En cambio, con la hidroxicloroquina todos los ensayos van en la línea del Solidarity. La noticia es en parte mala, porque lo que usábamos no sirve, pero en parte es buena por lo mismo: así las dejamos de usar. Lo que hace falta ahora es buscar los suplentes. Se está avanzando pero hay que ser prudente con los resultados preliminares, los anuncios de las casas comerciales y las esperanzas de los investigadores.
La Agencia Europea del Medicamento señala que habrá vacuna en primavera de 2021. ¿Lo cree?
Los plazos serios hay que mirarlos en el contexto de lo que se está haciendo, que es llevar al mercado una vacuna suficientemente segura, con un nivel mínimo de efectividad fijado por la OMS del 50%. Eso, que en condiciones normales lleva 10 o 12 años, se está intentando hacer en uno o dos. Es extraordinario desde todos los puntos de vista. Hay que ir rápido pero sin saltar pasos a la hora de determinar la seguridad de la vacuna. Correr riesgos en este sentido sería pan para hoy y hambre para mañana, porque la gente no se vacunaría. Yendo muy rápido, pensar que en 2021 tendremos las primeras vacunas, que se garantice que son seguras, nos puede ayudar a pensar en la vacunación de determinados sectores de la población, quizás los más vulnerables o el personal sanitario. Pero este será solo el primer paso. Se tendrán que ir supliendo las deficiencias de la vacuna para llegar a vacunas de segunda o tercera generación, y esto nos llevaría a finales de 2021 o a 2022.
Y otra cosa importante. Más allá de Europa, el resto del mundo tardará en vacunarse y hay una máxima con estos virus que es: nadie está seguro hasta que todo el mundo está seguro. Las campañas de vacunación deben ser masivas y, aunque nosotros nos vacunemos, eso no quita que pueda seguir habiendo casos importados o algunos en los que la vacuna no funcione. En resumen, si el virus ahora va en cuarta velocidad, y gracias a los tratamientos y a las vacunas en uno o dos años pasa a ir en primera velocidad, ya podremos dar gracias por hacer una vida bastante normal.
Desde hace meses usted defiende medidas sociales para garantizar cuarentenas como la baja en caso de hijo aislado o ayudas para trabajadores precarios. ¿Cree que es un problema que no se ha tomado en serio?
Esto es lo típico que desde el punto de vista teórico tiene toda la lógica. Pero falta saber si hay dinero, capacidad y voluntad para llevarlo a cabo. En España hemos recibido merecidamente muchas críticas, pero a la vez se ha implantado el Ingreso Mínimo Vital, que aunque va con retraso, ha sido aplaudido por muchos. Y yo creo mucho en el aspecto local: los municipios, los Ayuntamientos, y las entidades son los que tienen más fácilmente la capacidad de detectar una colectivo con problemas, o a las personas mayores que no pueden bajar de su casa cuando están confinadas. Aquí difícilmente llegaría el gran Estado, pero un ente local se puede organizar, siempre que tenga los recursos. En Italia se han dado ayudas para que los padres puedan cuidar a los hijos que estaban en cuarentena. Hay países que han dado pasos en este sentido. Todo esto ayudaría. Se echa de menos ese apoyo vista la situación económica.