“Iba a tirar la toalla, pero al final he decidido pelear”. Luis Vázquez regenta desde hace 22 años el Bar Luís en el barrio de Vallcarca. El local, famoso por su concurrida terraza y su ilustre tortilla de patatas, es desde hace tiempo una institución en el distrito. Hace unos meses el propietario le comunicó que no tenía intención de renovarle el contrato, que finalizaba el pasado 31 octubre. Pero Vázquez se plantó. El 1 de noviembre volvió a abrir su bar y así ha continuado haciéndolo hasta la fecha, al tiempo que ha seguido abonando los 1.300 euros de alquiler que pagaba inicialmente al propietario. El próximo miércoles se enfrenta a su primera fecha de desahucio.
“Empecé a sospechar que me querían echar cuando llegaron las primeras ofertas para comprarme la licencia”, sostiene Vázquez, gallego de 67 años y afincado en Barcelona desde los 15. “Tiene más valor la licencia que el propio bar y el dueño se quiere quedar con ella”, añade. Según explica este restaurador, el propietario aspira a obtener unos 2.000 euros por el alquiler del local, una cantidad a la que Vázquez no puede hacerle frente. Contactado por este periódico, el dueño ha declinado hacer ningún comentario.
“No entiendo qué ha pasado”, se extraña Vázquez. “La relación con el propietario ha sido buena durante estos 22 años y de golpe me dijo que no quería renovar”.
El barrio de Vallcarca, situado en los aledaños del Park Güell, ha vivido durante los últimos tiempos una profunda transformación. Por un lado, una modificación del Plan General Metropolitano a principios de los 2000 supuso el derrocamiento de centenares de viviendas y la expulsión de miles de vecinos. La modificación urbanística, sin embargo, quedó paralizada y 20 años después, el distrito está plagado de solares que se usan como parques improvisados.
Paralelamente, la progresiva turistificación de la zona implicó que docenas de locales fueran sustituidos por tiendas de souvenirs enfocadas a los visitantes del parque. Por el camino se perdieron panaderías, carnicerías y cafeterías donde la gente se conocía y se saludaba. El Bar Luís, junto a unos pocos locales a su alrededor, se ha erigido en la “resistencia” a la turistificación de una zona que pelea por mantener su personalidad gracias a un nutrido tejido asociativo y numerosas organizaciones de activistas.
“Es importante preservar estos núcleos en los que se reúne la gente del barrio”, señala Diana Cardona, vecina de Vallcarca y miembro del Sindicato de Vivienda del distrito. “Entre todos debemos proteger los pocos negocios que no contribuyen a la turistificación”. Por primera vez, una entidad dedicada a reivindicar y proteger los derechos relacionados con la vivienda se ha volcado en ayudar a la pervivencia de un local comercial.
No es la única ocasión en que los activistas de Vallcarca se movilizan a favor del Bar Luís. En 2016, cuando la instalación de una nueva parada de bus amenazó la terraza del local, los vecinos recogieron más de 1.000 firmas y consiguieron que se trasladara la parada a unos metros del bar. Esta vez, ante la amenaza de desahucio, los activistas han iniciado una campaña bajo la etiqueta #VallcarcaLovesLuis para demostrar el arraigo que tiene el local entre los vecinos.
“Los niños me ayudan muchísimo”, dice Luis de los activistas que colaboran con él. “Ellos me dicen que esté tranquilo para el miércoles, que el desahucio lo van a parar”.
Las quejas de los vecinos
A pesar del apoyo que el bar tiene en el barrio, no todos los vecinos están a favor de su permanencia. Vázquez mantiene desde hace años un conflicto con una parte de la comunidad de vecinos situada encima de su terraza, que le ha denunciado en innumerables ocasiones y le ha supuesto más de una multa. El contencioso lo lidera la presidenta de la comunidad, Irene Güell, que a su vez preside la Asociación de Vecinos Gràcia Nord-Vallcarca. Según Vázquez, el odio que le tiene esta vecina se debe a su condición de homosexual.
“A mi su opción sexual me da completamente igual. Nunca se le ha reprochado esto”, se defiende Güell en conversación telefónica. “Yo lo único que quiero es vivir tranquila en mi casa sin los ruidos de su terraza”.
La presidenta de esta comunidad explica que desde hace cinco años presenta anualmente reclamaciones y denuncias contra el local, algo que Vázquez considera prácticamente una obsesión contra él. La tensión con los vecinos incluso ha llegado a las manos y a finales de mes se celebrará un juicio por una denuncia que interpuso el propio Vázquez tras ser agredido en su bar.
Vázquez cree que han sido las presiones de esta vecina al propietario lo que le ha inclinado a no querer renovarle y buscar una opción más rentable. “El propietario sabe que o bien soluciona esto o iremos a por él”, confirma la propia Güell, que cree que solo los “vecinos alternativos” de Vallcarca apoyan al local.
Mientras aguarda la fecha del desahucio, Vázquez sigue sirviendo sus tortillas a los vecinos de toda la vida y a turistas despistados que preguntan cómo se llega al Park Güell. Tras 40 años en el barrio, lo único que quiere es que le renueven el contrato, aunque sea pagando un poco más, para poder acabar de costearse su jubilación. “La cosa se ha puesto un poco fea durante los últimos meses, pero estoy dispuesto a aguantar lo que haga falta”.