El avance imparable de la gentrificación en el centro de Madrid se ha cobrado un nuevo símbolo. El restaurante senegalés Baobab echa el cierre, tras 14 años en Lavapiés sin cambiar un solo plato de la carta. El edificio alojado en el número tres de la calle Cabestreros y el número uno, donde descansa la Pensión Prinoy, han sido comprados por el mismo inversor que ya construyó el hotel Ibis unos metros más abajo, en la plaza Lavapiés.
Victoria Rodríguez, Vicky, fuma sentada en la puerta de su restaurante. “No queremos continuar, nos quitan el contrato y estamos cansados. No vamos a estar en un sitio en el que no quieren que estemos”, cuenta. Sabe desde hace algo más de un año que el edificio se iba a vender. Podría haberlo sospechado incluso antes, porque en el barrio ya se escuchaban rumores y había movimiento y visitas. En octubre llegó la carta de que no le renovarían el contrato y, aunque vence a finales de este mes de enero, ha preferido echar el cierre unas semanas antes.
Situado en la plaza de Nelson Mandela, el Baobab recuerda cuando Lavapiés todavía no era el barrio más cool del mundo y para alquilar un piso se evitaba mencionar su nombre estigmatizado. Eran las mismas recetas, raciones abundantes y precio económico que le convirtieron en punto de encuentro. Pero el público era solamente africano, vecinos y comerciantes que venían de todas las provincias de España a las tiendas al por mayor instaladas por aquel entonces en el barrio. La Policía hacía redadas casi a diario, relata Vicky, sacaban a la gente a la calle con el plato de comida y pedían papeles. Dejaron de hacerlo cuando entre los comensales dieron con el embajador de Senegal, que denunció lo que ocurría.
De comercios tradicionales, a AirBnbs
De ser un barrio marcado pasó a ser querido por su multiculturalidad, su arte y su actividad política. Sin embargo, ahora todo ha cambiado y Lavapiés ha dejado de ser Lavapiés, señala Vicky. No hay una fecha concreta de cuándo empezó a gentrificarse, los vecinos más veteranos se remontan a 1997, con los planes públicos de rehabilitación. Otros lo sitúan en los cinco últimos años, cuando la sustitución de comercios tradicionales por franquicias, de viviendas por AirBnb y de familias por turistas lo ha hecho evidente.
Dentro de este proceso general de revalorización del suelo se sitúa la venta del Baobab y la pensión, un establecimiento que se alquila por meses, a la antigua usanza, y que se ha convertido en punto de entrada para muchos migrantes que empiezan su vida en Madrid. En plena plaza de Cabestreros, ahora conocida como Nelson Mandela, ambos números eran propiedad de la misma persona. Han sido comprados por Javier Rodríguez Herráez, un inversor conocido por los movimientos sociales del barrio porque fue el mismo que adquirió el solar del actual hotel Ibis, en la calle Valencia, a escasos pasos del metro.
Los rumores cuentan que la intención es construir un nuevo hotel y existen razones para creerlo, explica Sandra Candelas, vecina de Lavapiés que ha estado investigando y ha participado en asambleas para dar a conocer el caso. En primer lugar porque ninguno de los dos bloques tiene algún tipo de protección histórica que pueda ralentizar una reforma y la pensión ya tiene licencia de uso terciario, lo que facilitaría su conversión a hotel. Además, el nuevo propietario ya ha pedido permiso para unificar ambos inmuebles.
Si no es en hotel, los números uno y tres de Cabestreros “se transformarán en pisos turísticos o de lujo”, afirma Carlos de la Calle, miembro de Lavapiés dónde vas. La organización estima que en los últimos cinco años se han perdido 3.000 viviendas a favor del avance de los pisos de uso turístico.
“Las familias se han ido y ahora solo hay gente con perros”, cuenta Vicky con tristeza. Sus vecinos y amigos ya no están, “la gente llora todos los días porque le echan de su piso”. “Y no es que te echan del piso, es que a dónde vas. Hay gente que está en la calle porque las condiciones que ponen para alquilar los pisos son inasumibles para las familias… Es inhumano, es inhumano lo que están haciendo”, sentencia la dueña del que ha sido uno de los restaurantes más icónicos de Lavapiés.