“¡Mira aquí!”. Una pared blanca... “Aquí”, señala con el dedo. Blanca... pared, blanca... ¡Un círculo de madera en medio! Un círculo de madera de las medidas de una pelota de baloncesto... Ah, y una ranura. Como las de las máquinas tragaperras, pero empotrada en el edificio. “¿Qué ves?”. El círculo de madera... La ranura. Y una pared blanca. “¡Esto es del siglo XVIII!”.
“La sede del distrito de Ciutat Vella antes era la Casa de la Misericordia, para los niños huérfanos. En la ranura se dejaban las ofrendas. Aquí, en el círculo de madera que dices, se dejaban los bebés”, explica Xavier Simón, mientras toca la madera, y le da golpecitos. Simón es responsable de licencias de obra y vivienda de Ciutat Vella. Desde hace más de 15 años trabaja para la preservación del patrimonio del distrito.
—¿Por qué no hay una placa más visible que lo explique, todo esto de los huérfanos?
—¿Una placa? No podemos llenar toda la ciudad de placas. No queremos que Barcelona sea un museo. La ciudad se debe explicar por sí misma —destaca Simón. A lo largo de una marcha de más de una hora por el barrio, un recorrido que él ha trazado cientos de veces desde el año 2002, pone ejemplos de cómo un bien material se relaciona con su entorno. Y de cómo preservarlo.
Hay quien lleva la vista pegada a los pies cuando camina por Ciutat Vella. Otros que ven el mundo a través de la cámara del Pokémon Go. Simón les invita a mirarse Ciutat Vella con otros ojos: “El patrimonio no son las catedrales y los palacios, solamente. El patrimonio es la memoria colectiva, lo que tiene que ver con los sentimientos de la gente. Desde de un árbol hasta la fachada de un edificio”.
En un radio de menos de un kilómetro y medio alrededor de la sede del distrito de Ciutat Vella, los ejemplos de su labor son innumerables. “El patrimonio cercano es abundante, y es el más fácil de preservar para el vecindario”, explica mientras señala una fachada en la calle del Carme donde su equipo hace poco que ha intervenido. Se ven unas pinturas que simulan un mármol, unas aguas. Tienen más de 100 años. Justo en la fachada del lado, los mismos mármoles están tapados por otro material, y por la polución y la suciedad. Su objetivo es que todas estas fincas luzcan y se conserven.
Su departamento no sólo se dedica a las fachadas. Gracias al Plan Especial de Comercios Emblemáticos de Ciutat Vella, muchos letreros y estructuras de delante de las mismas tiendas también están conservadas. “Para un historiador, todo lo que hay del siglo XVIII en adelante no es historia. Por eso nuestra tarea es importante. Estas tiendas son básicas para el barrio”, dice Simón.
Ciutat Vella reúne elementos arquitectónicos de los últimos 20 siglos, por lo que Simón considera que es una “ciudad en sí misma”. No es fácil ordenar y priorizar las intervenciones. Uno de los puntos más problemáticos para Simón es el arte efímero: grafitis, por ejemplo. “¿Cómo actuamos? La línea entre vandalismo y arte es muy fina”, dice. Dentro de su archivo fotográfico –donde documenta sus intervenciones con más de 100.000 imágenes– tiene una carpeta que se llama “Nuevas formas de arte”.
—El residente de Ciutat Vella es un héroe, constantemente se están produciendo invasiones que le dificultan la convivencia. Principalmente por la presión turística.
—¿Puede la preservación del patrimonio aflojar este boom turístico?
—No. Pero puede ayudar a que se genere un relato, a que haya vida de barrio. Si tenemos todos los carteles de las tiendas con la misma imagen, esto parecerá un centro comercial. No un barrio. Se debe retener al vecino, no a la persona que viene tres días al año.
“¿Por la noche? Salgo de las murallas”. Simón ha vivido en el Guinardó. En Canyelles. En Les Corts. Nunca en Ciutat Vella. “Necesito desconectar”, explica. El barrio nunca le dejaría descansar. No podría ni bajar a comprar el pan sin estar persiguiendo una fachada simulada. “Cada barrio necesitaría un departamento como el nuestro. Habría más conciencia sobre las barbaridades que se cometen en las obras privadas y que afectan a lo que es de todos”, añade.
Por su forma de hablar sobre el entorno, deslumbrante, parece que sea más fácil dialogar con los edificios que con las personas. Pero al final son las personas las que deben contribuir a preservar su entorno. “Los vecinos son los primeros que tienen que luchar por lo que es suyo, su pasado: su identidad”, afirma Simón, sentado en un café en la calle Hospital. Simón destaca que no es sólo una cuestión de “normas”.
Su equipo, formado por ocho técnicos más con formación específica, se dedica a intervenir para otorgar las licencias de obra. Pero también se dedica a vigilar, sobre todo, las obras que se hacen sin licencia: “Cuando se restaura es igual hacerlo bien que mal. Hay un 1% de diferencia en el precio”, dice Simón, que añade que el Ayuntamiento ofrece ayudas para restaurar las paredes y las fachadas que hay que proteger.
“Se deben vigilar los caprichos de los arquitectos, los abusos de los promotores... Y, sobre todo, evitar la dejadez: si en vez de pintar sobre un bien, restauras, ganamos todos. Gana la cultura de la ciudad, y el propietario: se revaloriza”. Ciutat Vella sufrió, a partir de los 60, un “monopolio del mortero de cemento” del que el distrito aún se está recuperando.
Xavier Simón también ve diferencias entre los diferentes gobierno, sobre todo cuando se trata de “hacer buenos ojos” a las fuertes inversiones que afectan a la convivencia del barrio.
Simón destaca que se tendría que crear una oficina de Patrimonio en Ciutat Vella, que es una propuesta para el Plan de Acción Municipal (PAM). El trabajo de Simón ha mejorado: con los gobiernos anteriores (CiU y PSC) su acción preservadora estaba supeditada a que existiera una petición de licencia de obra por parte del titular. Ahora sigue, por cuestiones administrativas más o menos igual, pero cuenta con el apoyo de la concejalía –encabezada por Gala Pin– para actuar de oficio. Después de 15 años puede dialogar libremente con los edificios.