La victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses, grupúsculos de extrema derecha ejerciendo labores de voluntariado en València y atacando a ONG como la Cruz Roja en redes... Estos días, gran parte del debate público tiene la mirada puesta en la extrema derecha. Y todavía más desde que miles de usuarios y medios como La Vanguardia o The Guardian han decidido abandonar X por considerarlo un lugar repleto de discursos de odio.
El historiador experto en movimientos ultras Carles Viñas (Barcelona, 1972) reconoce que estamos ante un punto de inflexión e insiste en que es importante no blanquear a la extrema derecha y no abandonar ningún espacio en que se pueda plantar batalla. Pero el también profesor de la Universitat de Barcelona y autor del libro Rapados (Verso, 2024) insiste en algo que considera clave: tratar el fenómeno con proporcionalidad y no darle más protagonismo del que tiene.
Después de la victoria de Trump en las elecciones estadounidenses y viendo cómo movimientos ultras tratan de capitalizar el desastre de València, ¿considera que la ultraderecha está en un momento de apogeo?
Es un punto de inflexión. Pero todavía estamos lejos de lo que llegó a ser. Su gran momento histórico fue en el periodo de entreguerras, con el auge del totalitarismo en Europa y con partidos de extrema derecha gobernando o en coaliciones en diversos estados. Después, con la derrota del Eje, evidentemente, el fascismo entra en declive y va viviendo olas como la que vemos hoy en día.
¿Cree entonces que la alarma social que hay en torno al auge del fascismo en España no es proporcionada?
Evidentemente, cualquier aumento de la extrema derecha nos debe preocupar, pero estamos lejos de lo que vivimos en los años 20 del siglo pasado. De hecho, el espantajo de “que viene la extrema derecha” puede ser perjudicial para el propio objetivo. Si lo vamos repitiendo tanto, dejamos de ser conscientes de quién viene, de si de verdad viene y de cuándo viene.
Si la catástrofe de València hubiera pasado hace unos años, la extrema derecha no hubiera tenido músculo para articular nada
Estos días hemos podido ver cómo la extrema derecha ha intentado capitalizar lo sucedido en València organizando convoyes de ayuda o repartos de alimentos. Este populismo lo hemos visto antes, en movimientos como Hogar Social Madrid. ¿La extrema derecha se siente cómoda en momentos de emergencia?
No siempre ha tenido una vertiente social. Hasta hace relativamente poco, era un movimiento marginal y sin incidencia en los parlamentos. Seguramente, si la catástrofe de estos días hubiera pasado hace unos años, la extrema derecha no hubiera tenido músculo para articular nada. Cosa que ahora sí ha sabido hacer.
La nueva extrema derecha se ha formulado a partir de intentar capitalizar las crisis económicas y sociales sucesivas, entendiendo que parte de su posible apoyo está justamente entre la gente que las sufre. Por eso, han desplegado una serie de actuaciones en ámbitos inéditos para ellos como, por ejemplo, la ocupación de edificios para garantizar una vivienda a personas autóctonas, como ha pasado en Italia. Algo que intentó replicar sin tanto éxito Hogar Social Madrid.
Cuando partidos como Aliança Catalana o la organización Revuelta, vinculada a Vox, reparten alimentos, ¿se debe explicar que es una estrategia de blanqueo de la extrema derecha o eso les hace más fuertes?
Esa es una gran pregunta que hace mucho que nos hacemos. Mi opinión es que siempre debemos intentar marginar e ignorar cualquier tipo de actuación de la extrema derecha porque lo que buscan es protagonismo, salir en los medios y presentar una cara amable.
Se está dando un protagonismo excesivo a determinadas formaciones que son minúsculas, que no tienen un número de militancia relevante. El espacio que reciben no se corresponde a su dimensión
Entonces, ¿no deberíamos explicar qué están haciendo?
Soy historiador, no periodista, pero creo que si se informa, se debe hacer con conocimiento de causa. A veces veo reportajes o artículos de opinión que pecan de un excesivo desconocimiento del fenómeno que intentan abordar. Lo hacen con buena voluntad, pero la intención no es lo único que cuenta. Se está dando un protagonismo excesivo a determinadas formaciones que son minúsculas, que no tienen un número de militancia relevante. El espacio que reciben no se corresponde a su dimensión.
No digo que no se deba explicar, pero hay que tener herramientas para saber ponerlo en contexto y, además, explicar todo lo que hay detrás de estos movimientos.
Le pongo un ejemplo: una influencer se quejaba el otro día de las críticas recibidas por hacer de voluntaria con Revuelta. A los críticos los tacharon de insolidarios y la ultraderecha se acabó haciendo la víctima.
Ese es el problema, que asociaciones que deberían estar totalmente marginadas se han blanqueado y legitimado. Y atacarlas sin explicar el contexto puede ser contraproducente, porque la extrema derecha es experta en aprovechar el victimismo.
Otra cosa que vemos es que el clásico lema de izquierdas ‘sólo el pueblo salva al pueblo' se ha convertido en una consigna antipolítica de la extrema derecha. ¿Cómo hemos llegado aquí?
Eso no es nuevo. El nacionalpopulismo siempre se ha intentado presentar como el garante de la soberanía popular. Es el pueblo ante la casta, los políticos corruptos, etc.
Pero la extrema derecha española, con Vox al frente, no es tan populista como la del resto de Europa. De hecho, las encuestas del CIS muestran que una parte importante de sus votantes se encuentran entre las clases altas.
Históricamente, no han transmitido la imagen de ser parte del pueblo. Los podemos vincular a clases más acomodadas, pero en València hemos podido ver cómo están reproduciendo un discurso populista que intenta ser transversal porque saben que las clases populares son su nicho más importante.
A quien le ha salido muy bien esa estrategia es a Donald Trump, que ha ganado las elecciones después de haber conquistado el voto latino, a pesar de que la población migrada está en el blanco de las críticas de quien será presidente de nuevo.
Vende la idea clásica de la extrema derecha de estar fuera del sistema. Aunque él en sí mismo sea el sistema. Pero le funciona decir que el sistema ha dejado desamparadas a las clases populares y que solo él puede arreglarlo.
Ese discurso se asentó durante la crisis, que dejó grandes bolsas de pobreza. La falta de un tejido social de asistencia en Estados Unidos dejó millones de personas desamparadas. Y Trump entendió que ese era su electorado. Hasta el punto de que se presenta como la persona que viene a arreglar el sistema corrupto [“Trump lo arreglará” ha sido su lema de campaña] con las soluciones mágicas que siempre saca el populismo.
Migrantes, mujeres o personas racializadas están en el centro de los discursos de odio y, aun así, votan a la extrema derecha. Durante años se ha alterado la autopercepción de clase, ¿pasa lo mismo con la vulnerabilidad?
Bueno, es que lo que se empieza a valorar más es la situación económica, y así se ha visto en las elecciones en Estados Unidos. Latinos for Trump, Blacks for Trump o Gays for Trump son un tipo de electorado penalizado por el discurso de Trump, pero que, en esta ocasión, ha dejado eso de lado y ha valorado las posibles soluciones económicas que podría suponer la llegada de Trump para su día a día. No se fijan tanto en el discurso grandilocuente, sino en las medidas económicas concretas.
¿Como en València, salvando las distancias?
Exactamente.
Es como si la izquierda ignorara las redes. Eso es un error porque si no entras tú, entrarán los otros. Y ellos ya saben cómo usar esta herramienta para alterar imaginarios colectivos que creíamos inamovibles
En ambos escenarios, las redes sociales han sido claves para difundir la desinformación. Antes me decía que debemos marginar y no amplificar los discursos de la extrema derecha. ¿Deberíamos hacer lo mismo con los bulos?
Es complicado, porque es como si la izquierda ignorara las redes. Eso es un error porque si no entras tú, entrarán los otros. Y ellos ya saben cómo usar esta herramienta con cierta capacidad de incidencia para alterar imaginarios colectivos que creíamos inamovibles años atrás. Pero cuando difundes una mentira mil veces, hay gente que acaba creyendo que es verdad.
Pero yo creo que entrar a debatir con la extrema derecha en redes es un mal negocio porque les estás reconociendo como interlocutores válidos.
¿Entonces, dejamos que los bulos corran?
No rebatirles no significa eso. Significa ocupar una parte de las redes para propagar tu narrativa, cosa que ahora no se está haciendo. La izquierda siempre tiene un discurso reactivo, a la contra. No es propositiva. Debería explicar las cosas que hace. El problema es que la gente que podría hacerlo, estos días está limpiando las calles de València.
Es posible que ya sea tarde y que, tras las tareas de voluntariado de la extrema derecha en València, ya se haya blanqueado demasiado a la extrema derecha. Pero claro, a una persona que recibe ayuda de estos grupos no podemos decirle que la rechace. Aunque sí podemos ponerla en contexto. Eso sí: siempre sin sobredimensionar el fenómeno. Porque insisto: no es proporcional el número de voluntarios de la extrema derecha con el número de reportajes y minutos televisivos que se les ha dado.
El jueves algunos medios como La Vanguardia o The Guardian anunciaron que dejaban X [antes Twitter] y así lo hicieron también miles de usuarios. Usted publicó en esa red social que “los que ahora se van son los mismos que en el asedio de Stalingrado habrían abandonado la ciudad en manos de las tropas alemanas”. Y cierra diciendo que “los espacios se defienden”. ¿Por qué cree que abandonar esta red social es un error?
Todo aquel espacio que no se ocupa puede acabar monopolizado por la extrema derecha. Las redes sociales, de hecho, han sido uno de los principales escenarios donde ésta ha planteado la batalla cultural y desde donde ha difundido constantemente fake news que han contribuido de forma primordial al arraigo de un determinado imaginario en la ciudadanía.
Por tanto, creo que abandonar espacios como X no ayuda a tratar de impedir la extensión de este conjunto de ideas, prejuicios y discursos de odio. Al contrario. Puede acentuar su difusión sin ningún tipo de contrapunto crítico.
Otra consecuencia de amplificar el mensaje de la extrema derecha es convertir en un problema algo que, en realidad, no lo es tanto. Es el caso de la seguridad o las ocupaciones. ¿Si son tan pocos, por qué pueden marcar tanto la agenda política?
Esto pasa desde los 90, pero se ha acelerado últimamente. Han conseguido que algunos consensos sociales que estaban totalmente aceptados, ahora se están poniendo en duda. Eso es lo que se conoce como batalla cultural.
¿Cree que hay margen para librar esta batalla cuando partidos de centro también están comprando discursos ultras en materia de seguridad, por ejemplo?
Cuando los grandes partidos compran el discurso, hay poco que hacer. Pero luego, venga a hacer cordones sanitarios, de los que estoy completamente en contra. Primero, porque nunca se hacen bien y segundo, porque permiten que la extrema derecha explote el victimismo. Lo que hay que hacer es aislarlos bien, pero sin aspavientos. No interpelarlos, no pactando con ellos, que no participen en ninguna comisión…
Si los partidos no lo hacen, poco a poco acabarán legitimando la actuación y presencia de la extrema derecha en los parlamentos. Y la gente acabará con la sensación de que son como cualquier otra opción política y no generará problemas morales votarles.
A los alumnos que me llegan a la universidad la dictadura les parece la prehistoria. Y muchos ni siquiera han estudiado este periodo en el instituto
Según las encuestas, la población que más se está radicalizando hacia la derecha son los jóvenes, mientras que antes lo hacían hacia la izquierda. ¿Por qué?
Una cosa que me llama mucho la atención es que a los alumnos que me llegan a la universidad la dictadura les parece la prehistoria. Y muchos ni siquiera han estudiado ese periodo en el instituto. Algunos lo han tocado por encima, pero no con la profundidad necesaria como para entender que ese pasado determina su presente.
Y eso hace que, cuando ven por redes a alguien que desinforma o tiene un discurso positivo respecto a la dictadura, ya no lo vean con rechazo. Además, llevamos ya décadas de democracia y hemos normalizado que la izquierda sea partido de gobierno. Ya no es una opción transgresora, que es lo que quiere la gente joven.
Pero aún queda margen a la izquierda del PSOE, de Podemos y de Sumar…
Pero es que la percepción de la izquierda también ha cambiado. Si tienes a todos estos influencers y medios hablando del gobierno del PSOE como del régimen de Pol Pot o a Trump llamando a la convención de Chicago del partido demócrata ‘reunión del soviet supremo de Kamala Harris’, pues claro que hay quien se cree que son izquierda radical.
Y lo que les queda es la ultraderecha. La que enseña parafernalia fascista en las manifestaciones en el centro de Madrid. Algo que hace unos años habría sido impensable. Y, además, aunque la policía no actuó como tendría que haber actuado, a la mínima represión tienes todos esos vídeos de personas victimizándose. Cosa que hace que su mensaje se amplifique todavía más.
¿Qué debería haber hecho la policía?
Dar el mismo trato que a las manifestaciones de signo contrario, como mínimo. Ni más, ni menos.