- Este artículo ha sido publicado originariamente en el blog Agenda Europea
La cultura de Occidente se asienta sobre dos principios de origen británico: los destilados por Charles Darwin i Adam Smith; es decir, la teoría de la evolución y del libre mercado, que no dejan de tener vínculos entre ellos —la competencia entre especies y entre individuos, respectivamente. Otro pilar de nuestra cultura es la idea de la democracia moderna —competencia colectiva o de partidos— igualmente surgida en el Reino Unido, donde tuvo lugar la primera revolución burguesa europea (S XVII). Y si añadimos que la revolución industrial también tuvo origen ingles, como resultado seguramente de los anteriores principios, así como el vasto uso de su idioma, es muy probable que la Historia dé el calificativo de británica o inglesa a nuestra Era, sucesivamente dominada por el propio imperio británico y, a continuación, por su epígono americano, donde los principios de evolución, mercado, industria y democracia fueron rápidamente implantados.
También en el continente europeo se integraron, si bien nunca tan plena e intensamente. La revolución francesa engendró a Napoleón, la alemana al Kaiser y la rusa a Stalin. Y más tarde Europa engendró a Hitler y sus réplicas meridionales. Por lo que fuera, el continente siempre fue más proclive al orden y la regulación que a la competencia, y hasta en dos ocasiones el Reino Unido y su primo americano han salvado a Europa de sus monstruos. Para muchos británicos, el Brexit también va de esto: de frenar su tentación estatista, como Cameron le ha hecho prometer a la UE para defender la permanencia; de hacerla saltar por los aires con un efecto dominó, como proclama Farage; de liderarla con los valores británicos, como querría Brown; o de democratizarla, como propone Corbyn de la mano de Varoufakis.
Nadie defiende a la UE actual ni a su deriva. Una UE que Alemania ha hecho progresivamente suya: primero financió los déficits de quien los tuviera con su enorme exceso de ahorro, y a continuación hizo de su crédito una herramienta de dominación global; frente a los deudores, sometidos a una austeridad homicida, y frente al resto de socios, convertidos en cómplices a copia de hacerles compartir su crédito. Una jugada maestra! Bajo el pretexto de salvar Grecia, Alemania repartía y reducía su riesgo, y a la vez invitaba a sus socios a hacer de Grecia el paradigma de infierno para los desobedientes. En lugar de la disciplina de los mercados, tan apreciada por los liberales británicos, la disciplina presupuestaria. También de esto va el Brexit.
Si el Reino Unido decide quedarse, continuará haciendo de contrapeso y mantendrá el freno. Una mayor integración solo será posible en la Eurozona, donde de otro lado es cierto que la unión monetaria exige un unión fiscal similar. Si Londres decide irse, la tentación integradora solo podrá ser detenida por el efecto dominó y los populismos; de entrada, en los países de la UE que no están en el euro, como Suecia, o que quieren salirse de él, como Finlandia. No por casualidad, solamente el Sur endeudado parece temer más a los mercados que a la disciplina germánica. ¿Quizás porque la ve más fácil de desobedecer?
En todo caso, parece evidente que el 23J será mucho más importante para todos nosotros que no el 26J. Porque sea cual sea la decisión británica, tendrá impactos mucho más importantes. Indirectamente, con el 23J se decide qué modelo debe tener la UE, algo que hoy nos afecta mucho más que la coalición que acabe gobernando España. Sea cual sea, dependerá de la UE y del BCE, de si se mantiene una política de dinero fácil, que nos evite el colapso, o una de dinero caro que haría impagable la deuda y obligaría a unos recortes peores que los que ya hemos sufrido.
Sabe mal reconocer la irrelevancia del 26J, su insoportable ligereza, pero no en vano los defensores del Brexit hablan de recuperar el control. Como lo defienden en Catalunya los independentistas. Porque si no se tiene el control, tanto da quien hace de administrador. Una cosa es compartir soberanía, algo que España nunca ha entendido, y otra perderla, como pasa en España y como hay riesgo que termine pasando en Europa. De esto va el Brexit.
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La cultura de Occidente se asienta sobre dos principios de origen británico: los destilados por Charles Darwin i Adam Smith; es decir, la teoría de la evolución y del libre mercado, que no dejan de tener vínculos entre ellos —la competencia entre especies y entre individuos, respectivamente. Otro pilar de nuestra cultura es la idea de la democracia moderna —competencia colectiva o de partidos— igualmente surgida en el Reino Unido, donde tuvo lugar la primera revolución burguesa europea (S XVII). Y si añadimos que la revolución industrial también tuvo origen ingles, como resultado seguramente de los anteriores principios, así como el vasto uso de su idioma, es muy probable que la Historia dé el calificativo de británica o inglesa a nuestra Era, sucesivamente dominada por el propio imperio británico y, a continuación, por su epígono americano, donde los principios de evolución, mercado, industria y democracia fueron rápidamente implantados.