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Un nuevo balance de competencias UE-Estados

Jordi Angusto

  • Este artículo ha sido publicado originariamente en el blog Agenda Europea

Boris Johnson, ex alcalde de Londres y, hasta hace escasos días, potencial futuro primer ministro británico declaraba, ante la victoria del Brexit, que la UE había sido una idea noble convertida en innecesaria. No negaba, por tanto, la necesidad de la cooperación internacional ante los retos globales actuales, sino que defendía vías alternativas para materializarla, que no supusieran la pérdida de soberanía implícita al proyecto de la Unión Europea. Se podría pensar en la COP21, donde 196 países independientes tomaron acuerdos comunes para hacer frente al reto del cambio climático; o en la multiplicidad de acuerdos bilaterales o multilaterales en el ámbito económico; o, también, en la geometría variable de coaliciones armadas en los últimos conflictos bélicos mundiales. En resumen, unas relaciones tan líquidas como hoy en día lo son todas - incluyendo las sentimentales y las laborales. Unas relaciones sostenidas en compromisos temporales y concretos, más que de por vida.

 

El economista Dani Rodrik alertaba en su famoso trilema de la imposible coexistencia de democracia, estado-nación y globalización económica, y el propio Reino Unido ha visto como su decisión de abandonar la UE puede conllevar la escisión de Escocia e Irlanda del Norte; de tal manera que su decisión no sería para volver a un pasado añorado sino para convertirse en un Reino (des) Unido más pequeño y, por tanto, más necesitado de acuerdos con terceros. Algo similar a lo que puede pasar en España con la independencia de Cataluña y, más tarde, de Euskadi y quizás Galicia. Y para todos estos pequeños países hay pocas dudas respecto a la necesidad de la UE, más bien entendida como proyecto en construcción que como realidad solidificada. Porque es evidente que la UE aún no ha encontrado el balance de competencias óptimo entre el nivel comunitario, el de los estados y el de las naciones sin estado; un balance multinivel nada fácil de alcanzar y para cuya construcción habría sido mucho mejor poder contar con los británicos.

 

En todo caso, el reto para la UE es claro: redefinir el balance de competencias evitando las muchas contradicciones actuales. Por ejemplo, una libertad de movimientos del capital sin armonización fiscal, lo que ha supuesto un verdadero dumping fiscal; o una libertad de movimientos de las personas sin un sistema de protección social común, lo que puede conllevar el colapso de los sistemas más generosos; o una capacidad de regulación inmensa con una capacidad de gestión insuficiente, como evidencia el propio presupuesto de la UE (un 1% de su PIB, frente al 20% en EEUU).

 

Redefinir el balance de competencias supondrá devolver algunas a los estados -los actuales y los emergentes- y acabar de completar algunas de la UE con cesiones de los estados. Por tanto, no sólo más Europa, como dicen algunos, ni tampoco menos, como quisieran otros. Una Europa mejor para los ciudadanos, depositarios últimos de cualquier soberanía y, como tales, dispuestos a cederla a diferentes niveles para afrontar los diferentes retos al nivel más adecuado para cada uno. Algo que por otra parte no es fijo sino que un mismo reto, hoy local, puede convertirse en global mañana y viceversa, haciendo necesario que el balance de competencias tenga que ser flexible y dinámico si quiere ser eficiente a lo largo del tiempo.

 

De entrada, el primer reto se encuentra en el seno de la Unión Monetaria y su asimetría original, con la política estrictamente monetaria centralizada y la fiscal descentralizada; una asimetría que se ha demostrado incapaz de garantizar la estabilidad económica y mucho menos de garantizar la prosperidad compartida. Y a la hora de darle simetría, un dilema crucial: ¿Es inevitable un mecanismo de reciclaje fiscal de los superávit comerciales? Es decir: ¿Es inevitable reproducir el esquema de déficits y superávits fiscales que tan bien conocemos en Cataluña, y que no ha sido capaz de resolver las disparidades sino que las ha congelado?

 

En el debate europeo sobre la unión fiscal, que el Brexit no puede sino acelerar, este es uno de los temas centrales, por no decir el principal. Y con unas posiciones de partida muy claras: los que serían receptores potenciales, a favor, y los que serían donantes, en contra. No sorprendentemente, lo que forma parte del debate Cataluña-España se reproduce en la UE; y esto no es sólo en el caso del déficit fiscal. Cerrando el artículo por donde lo empezábamos, el mundo se ha hecho pequeño, y los problemas de siempre tienen hoy una dimensión ampliada. Eso es todo y no es poco.

  • Este artículo ha sido publicado originariamente en el blog Agenda Europea

Boris Johnson, ex alcalde de Londres y, hasta hace escasos días, potencial futuro primer ministro británico declaraba, ante la victoria del Brexit, que la UE había sido una idea noble convertida en innecesaria. No negaba, por tanto, la necesidad de la cooperación internacional ante los retos globales actuales, sino que defendía vías alternativas para materializarla, que no supusieran la pérdida de soberanía implícita al proyecto de la Unión Europea. Se podría pensar en la COP21, donde 196 países independientes tomaron acuerdos comunes para hacer frente al reto del cambio climático; o en la multiplicidad de acuerdos bilaterales o multilaterales en el ámbito económico; o, también, en la geometría variable de coaliciones armadas en los últimos conflictos bélicos mundiales. En resumen, unas relaciones tan líquidas como hoy en día lo son todas - incluyendo las sentimentales y las laborales. Unas relaciones sostenidas en compromisos temporales y concretos, más que de por vida.