Miles de personas han seguido sus conciertos. Llevan más de 2.000 y siguen creciendo. El grupo se llama Engrana y está formado por dos jóvenes veinteañeros, Maialen y Andrés. Su música llega a todo el mundo, pero Engrana, Maialen y Andrés no son exactamente lo mismo. Engrana es una pareja de músicos que aparecen dibujados en pleno concierto en una pantalla de ordenador: guitarra, batería… Se mueven por el escenario, se les ve tocar, su música es potente, se observan los detalles de su ropa, que ellos mismos diseñan. Es un mundo aparentemente virtual. Pero no tanto, porque al final del “hilo” hay dos músicos reales: Maialen y Andrés, que interpretan lo que miles de personas ven y escuchan a través de su ordenador. Aunque los vecinos de la casa de al lado ni siquiera los oyen: si acaso, el sonido inidentificable del rasgueo de una guitarra eléctrica y algo parecido al tamborileo de unos dedos sobre la madera, que no es más que el sonido sordo de las baquetas sobre la batería electrónica. Porque su música es silenciosa: sólo se escucha a través de auriculares.
En otro lugar del mundo, Maialen y Andrés serían una celebridad, la expresión de la modernidad. Cualquiera que los escuche diría que son jóvenes urbanos, muy al día de las tendencias de moda y de las innovaciones musicales. Ese sería su perfil si no fuera por un pequeño detalle: su entorno no es urbano, es rural. Mejor aún: microrural, porque Maialen y Andrés viven en uno de los 328 pueblos de Catalunya que tienen menos de 500 habitantes.
Muchos de sus vecinos conocerán la auténtica historia de esos jóvenes gracias al relato de Marc Serena y las fotografías y vídeos de Edu Bayer, que han puesto en marcha el proyecto Microcatalunya, un viaje a través de muchos de esos 328 pueblos.
Viajeros infatigables
Viajeros infatigables
El viaje de Marc Serena (Manresa, 1983) y Edu Bayer (Barcelona, 1982) acaba de empezar y apenas llevan recorridas una docena de localidades de las comarcas de Tarragona, pero ya han encontrado suficientes historias como para constatar varias cosas: primera, que no hay que ir con la pretensión de dar lecciones, sino que hay que ir con mentalidad abierta; segunda, que el trato es más humano, el ritmo de la vida cotidiana es distinto y la gente encuentra tiempo para atenderte; tercera, que la visión que se tiene de esos pueblos está distorsionada, es una visión anticuada, porque muchos piensan que están como hace treinta años (y ejemplos como el de los músicos lo desmienten); y cuarta, que si no sabes qué es un zahorí, difícilmente sabrás algo del mundo rural.
Marc Serena y Edu Bayer son viajeros vocacionales. El primero ha cruzado África y ha dado la vuelta al mundo. El segundo ha cubierto conflictos en Libia, Birmania, Ruanda, Kurdistán o Kosovo. Pero ambos tenían ganas de reencontrarse con el mundo rural. Marc Serena, porque un día constató que apenas conocía el pueblo de su padre, Viver i Serrateix, un lugar en el que “sigue viviendo gente, siguen pasando cosas”. Edu Bayer, porque siempre se ha sentido atraído por el mundo rural, recuerdo de aquellos fines de semana en que su padre le llevaba a pueblos de montaña. No era una visita fugaz, como tantas otras que se dan ahora en que un pueblo es “como un telón de fondo: un restaurante y un queso supuestamente artesanal”. Su padre se relacionaba con los payeses, hizo amigos que han durado toda la vida. Y Edu Bayer tenía ganas de encontrar ese “algo” que la ciudad no ofrece.
Viajan en furgoneta, una Volkswagen T3 del 87 pintada de naranja y crema cedida por una empresa de Vic, y tratan de aproximarse a los pueblos a través de los relatos personales. No pretenden documentar la historia, ni hacer un retrato complaciente, aspiran a extraer ese “aroma de lo que explican los pueblos”. Y ese “aroma” también se refleja en las fotografías que reciben por medio de Instagram.
Sorprendentes e inquietantes
En las pocas semanas que llevan en marcha han descubierto cosas sorprendentes (incluso inquietantes), como la cara de Franco que aparece y desaparece en una fachada; costumbres que no cambian, como el pueblo donde los payeses van a cortarse el pelo según la luna; realidades apenas conocidas, como la cantidad de cines existentes en la Terra Alta, donde uno de sus pueblos posee el récord de Catalunya de ser la sala abierta ininterrumpidamente durante más tiempo, desde 1951; personajes entrañables, como Carme Simó, paciente, constante, que ama el trozo de tierra que cultiva cada día. Y, naturalmente, historias de gente que ha cambiado la ciudad por el campo y que ha sido capaz de adaptarse en condiciones poco propicias. Es el caso de Amanda y Pilar, que hace siete años se establecieron en una cabaña, no tanto para desconectar del mundo como para conectarse a la naturaleza. No tienen electricidad pero lo compensan con unas pequeñas placas solares que les ayudan en la lectura unas cuantas horas al día. No tienen agua, pero el río está a un paso. Y el teléfono móvil sólo lo conectan un par de horas al día. Una vez a la semana se acercan al pueblo. Saben mucho de plantas y hablan con los abuelos para saber aún más. Los abuelos están encantados y en el pueblo también. Las llaman “las princesas del bosque”.
El viaje de Marc y Edu durará medio año, pero su proyecto ya puede verse día a día a través de su web microcatalunya.cat. En el horizonte está la idea de recoger en un libro todas las historias. Pero en algunos casos ya se puede descubrir dónde toca la banda de música de un mundo virtual, dónde está ese trozo de tierra que cultiva cada día la payesa Carme, cómo se llama la peluquería donde los payeses se cortan el pelo según las lunas, dónde habitan las princesas del bosque, el lugar donde Franco aparece y desaparece, cómo es el interior de un cine que no se apaga y cuál es el don de un zahorí.