La noche en que nació Nikola Tesla, el 10 de julio de 1856, una fuerte tormenta se desataba sobre la localidad de Smiljan –hoy perteneciente a Croacia, entonces al Imperio Austriaco–. “Este niño será hijo de la luz”, cuentan que dijo su madre sobre el que sería uno de los más grandes ingenieros de la historia y uno de los padres de la electricidad moderna.
La vida y la obra de Tesla están rodeadas de mitos y excentricidades, tales como el día en que, con tres años de edad, acarició un gato y su padre le explicó que aquello que ponía sus pelos de punta era la electricidad. O cuando, durante un paseo por un parque de Budapest, en torno a 1880, tuvo un momento de eureka y se paró a dibujar en la arena del suelo uno de sus primeros y más importantes inventos: el motor de inducción, que funciona mediante corriente alterna.
Pero con más o menos dosis de leyenda, Nikola Tesla, ingeniero de familia serbia y que desarrolló gran parte de su trabajo en Estados Unidos, fue con sus cientos de revolucionarios inventos una de las mentes más decisivas para la tecnología moderna. De ahí que el museo barcelonés CosmoCaixa haya decidido dedicarle ahora una exposición, mitad biografía mitad muestrario de artefactos, con una pompa que antes solo había reservado para los científicos Albert Einstein (en 2005) y Charles Darwin (en 2009).
La muestra, que recibe el nombre de Nikola Tesla, el genio de la electricidad moderna, arranca de forma cronológica y ofrece decenas de réplicas de los artefactos diseñados por este ingeniero y cedidos por el Nikola Tesla Museum, que está radicado en Belgrado. La joya de la corona de la exposición, sin embargo, son dos grandes bobinas Tesla que el mismo usuario puede activar. El más espectacular, un transformador de dos millones de voltios que, gracias al equipo científico de la casa, puede entonar eléctricas melodías más propias del festival Sónar de Barcelona que de la Europa de finales del XIX.
“Además de ser un científico eminente y una de las mentes más brillantes de la humanidad, Tesla es una de esas figuras que emergen cada 500 años, como Leonardo Da Vinci”, le elogiaba este jueves Jordi Aloy, coordinador de la exposición. La directora del museo serbio, Radmila Adzic, lo describía como un “visionario que quería mejorar el mundo” y resaltaba además su carácter utópico, que le llevó a idear un sistema inalámbrico mundial para transmitir energía e información y a defender la electricidad como “bien común”. “Por desgracia, el capitalismo no estuvo a favor de esa idea”, lamentaba Adzic.
Tesla registró a lo largo de su vida al menos 280 patentes en 26 países distintos, aunque hay quienes apuntan a que podría tener más de 700. Entre sus descubrimientos destacan no solo el desarrollo de la corriente alterna como fuente de energía y transmisión inalámbrica, sino también el radiocontrol remoto –con el que dirigió a distancia un barco en una exposición en Madison Square Garden, para estupefacción de todos los asistentes– o aportaciones clave en la eclosión de los rayos X o de la radio, que inventó oficialmente el italiano Guglielmo Marconi (aunque él le disputó la patente durante años).
La exposición sirve también para poner en el pedestal que merece a un científico que nunca obtuvo el reconocimiento a la altura de sus logros, no al menos hasta que se recuperó su figura a finales del siglo XX. Su importancia quedó a la sombra de apellidos como el del propio Marconi o el de Thomas Edison, para quien trabajó a su llegada en Estados Unidos y quien se acabó convirtiendo en su principal rival. Ambos tomaron parte en la guerra de las corrientes, una batalla para lograr el monopolio de la electricidad en la que Edison trataba de imponer la corriente continua y Tesla apostaba por la alterna (aunque este último quedó eclipsado por la figura del empresario George Westinghouse en la contienda).
Tesla vivió su época dorada en la segunda mitad de la década de 1880, con sus laboratorios ubicados primero en Nueva York y después en Colorado Springs, adonde se tuvo que trasladar porque cada vez desarrollaba generadores más potentes. Pero en 1900 volvió a la ciudad y se focalizó en lograr un Sistema Mundial de Transmisión de mensajes y telefonía, una idea que hoy muchos consideran como precursora de internet, pero que le acabó llevando a la ruina por falta de inversores.
El símbolo de ese fracaso fue la Torre Wardenclyffe, de la que también hay una reproducción a pequeña escala en el Cosmocaixa, y que pretendía utilizar la tierra como conductora de electricidad para todo el globo. Puede que por sus malos resultados, o porque Marconi de nuevo le adelantó completando una transmisión transatlántica, el inversor JP Morgan fue perdiendo interés en el proyecto y le abandonó.
Su posterior decadencia, con derivas conspiranoicas y problemas de salud, contribuyeron al halo de misterio que siempre ha rodeado a su figura y al ostracismo al que le había condenado la historia hasta hace relativamente poco. “Esto es también un mito, que murió solo, abandonado y pobre, pero hay que recordar que cuando murió tenía 87 años, vestía bien, era amigo de la alta sociedad y seguía aportando inventos”, recuerda Adzic. Su único reconocimiento en vida, ironías del destino, llevaba el apellido de su gran rival: la Medalla Edison, concedida en 1916.