¿Se puede estar vivo sin estar vivo? ¿Cómo se supera un hecho traumático y se sigue adelante cuando la vida parece que queda suspendida? Son algunas de las múltiples preguntas que lanza Quest, la ópera prima de la directora mallorquina Antonina Obrador (Felanitx, 1986), ambientada en una isla desierta donde la exuberancia de los paisajes contrasta con la falta de vida en su interior.
El filme, producido por La Perifèrica y Nanouk Films y estrenado este viernes, aborda a través de silencios, paisajes y diálogos el proceso de un hombre que ha perdido a su mujer. Va sobre el duelo, la soledad y la culpa, pero también sobre las disfunciones de la memoria, la complejidad del perdón y la aparición de la espiritualidad y de lo paranormal cuando no se encuentran respuestas.
Lluc (Enric Auquer) es un biólogo que desembarca en la isla de Quest para estudiar su flora e intentar entender la muerte de su mujer, que se intuye que se suicidó en el mismo lugar. Ahí se reencontrará con su hermana menor Carme (Laia Manzanares), a la que hace 10 años que no ve. El filme juega en todo momento con las imágenes y, sobre todo, con los silencios para describir un sitio en el que los recuerdos y los fantasmas se entrelazan entre sí.
“La idea era representar las emociones por las que pasa uno durante un duelo y los momentos en los que, por mucho que puedas estar rodeado de gente, te sigues sintiendo solo”, analiza Obrador en conversación con elDiario.es.
Antes del filme, la directora estudió la soledad mientras preparaba un documental sobre el silencio, para el que entrevistó a monjas de clausura, pescadores y ornitólogos. “Ahí empezó a surgir mi interés por los personajes que se aíslan de la manada y deciden encontrarse con sus demonios, inspirada en los de [Werner] Herzog”, explica: “Quería preguntarme qué siente una persona que está completamente sola y no tiene los estímulos de la población”.
La película inauguró el último Atlàntida Fest y obtuvo el premio al mejor filme en el Festival de l'Audiovisual Català, Som Cinema. Cuenta con una banda sonora de la compositora María Arnal —la artista también aparece en pantalla en algunos momentos, representando a la fallecida mujer de Lluc— y ha sido íntegramente rodada en parajes invernales de Mallorca en los que se crió la directora: desde Felanitx y Portocolom hasta la Serra de Tramuntana o la Isla de Sa Dragonera. “Quería mostrar Mallorca como paisaje interior, una atmósfera muy concreta que me recuerda a mi infancia”, señala la directora.
Sin mencionarla, el filme muestra el lado más desconocido de Mallorca —un lugar alejado de las playas y del sol— hasta el punto de que la isla es prácticamente un personaje más en la cinta. “La isla funciona como un depredador”, afirma la autora, que la compara con las coloridas plantas carnívoras: “Se muestra exuberante y bella para lograr atrapar al protagonista”.
Obrador también reivindica en el filme la tradición mallorquina de transmitir oralmente fábulas populares sobre plantas y animales, una costumbre que, según la directora, está en peligro al igual que tantas otras cosas. “Es una Mallorca que morirá pronto”, explica la autora del filme, “hace unos años se hablaba de la Mallorca en peligro de extinción, ahora es una extinción anunciada y solo nos queda retratarla en el cine”.
Dividida en tres partes, la película empieza con un realismo mágico inicial, onírico, muy contemplativo y cargado de silencios. A medida que avanza el metraje, acaba siendo un thriller psicológico en el que se intuyen varias capas de heridas en los personajes y un turbio secreto que une a los dos protagonistas del filme.
Y, atravesando la película de principio a fin, están presentes en todo momento los fantasmas: en forma de recuerdo, en forma de alucinaciones o mediante hechos paranormales para los que un biólogo totalmente empirista no logra encontrar explicación. “Me gusta ver el cine como un arte fantasmagórico como podría ser la foto”, concluye Obrador: “Para mí el cine es el arte de los fantasmas”.