Raúl Montilla: “La lucha obrera del cinturón rojo barcelonés también es memoria histórica”
“Cuando la Seat estornuda, España se constipa”, se decía a finales de los 70 cuando los trabajadores de la automovilística, entonces estatal, anunciaban huelgas y movilizaciones. La cita refería a la importancia que tenía la empresa no solo a nivel económico, sino también social sobre la temperatura del malestar ciudadano con la dictadura.
Y precisamente la Seat, en forma de anhelo, de metáfora del bienestar económico ansiado por tantos miembros de la clase obrera, aparece como una constante en Las hijas de la fábrica (Grijalbo, 2024), la última novela del periodista Raúl Montilla, nacido en Barcelona en 1979 pero vinculado desde bien pequeño al llamado cinturón rojo barcelonés, un conjunto de ciudades dormitorio que en los años 50 apenas eran pequeñas poblaciones rurales con campos y huertas.
En los 60 y 70 empezaron a desarrollarse para recibir la migración interior, desde el sur del país hasta el norte industrializado. Lo hicieron despacio, desde la nada más absoluta, conquistando cada mejora en los barrios, cada centro social, cada escuela, cada semáforo a base de enfrentamientos con la brutal policía franquista; las visitas a la tenebrosa comisaria de Vía Laietana no eran infrecuentes entre sus habitantes.
“Me crie entre L'Hospitalet y Esplugues, entre Can Vidalet y Can Serra, en un barrio que es muy pequeño, que se llama El Barranco, que coge el nombre de un bar que había allí, es decir, que era el bar del barrio”, explica Montilla, que agrega que por la parte trasera de su edificio había un descampado donde yacían coches abandonados. Explica entonces que la “diversión infantil” era ver el domingo quién aparecía muerto dentro de un coche, “porque era un sitio donde la gente iba a pincharse”.
Entrevistamos a Raúl Montilla en la cafetería de la librería Laie, en el corazón del ensanche barcelonés, que ha sido durante las últimas décadas uno de la centros de la intelectualidad burguesa, precisamente quien, dice Montilla, ha escrito la crónica de los últimos sesenta años en Barcelona. Acaso olvidando el reguero de vidas anónimas que reivindica Las hijas de la fábrica, donde los héroes son aquellos militantes de la extinta Bandera Roja que fueron pasando progresivamente al PSUC y el PSC. A este respecto, Montilla explica que tras la presentación del libro firmó unos cuantos ejemplares a lectoras y lectores que le pidieron que se lo dedicara con el apodo que tenían en la clandestinidad.
¿Qué es lo que le mueve a hacer esta novela?
Es un libro que tenía pendiente. Quería escribir de los barrios y hacerlo precisamente con una visión desde el barrio. En la literatura barcelonesa se ha tratado bastante el área metropolitana y hay escritores que “han ido al barrio”, pero las más de las veces se ha escrito desde el Eixample; no desde el propio barrio y por parte de gente del barrio. Era algo que me perseguía: el querer explicar una historia de la migración interior, que es también la historia de mi familia y de muchas otras, que es épica en no pocos aspectos.
¿Es entonces un libro autobiográfico?
No del todo, pero claro que está el tópico que dice que puedes ponerte a escribir de cualquier cosa y acabarás escribiendo sobre ti mismo. Y mucho tiene de cierto, ya que hay en la novela bastante reflejo de lo que es mi familia, de lo que es mi historia y de las historias que he vivido y convivido. Por eso, a la hora de documentarte, por un lado buscas y ves la prensa de la época y lees libros, pero hay otra parte de tirar mucho de la memoria, de las memorias de tus familiares, de las sensaciones vividas, las cenas de Nochevieja, las anécdotas que oías, etc. Es decir, escribir la novela fue jugar un poco también con una cotidianidad que formó parte de mi vida.
Muchas personas llegaron con una mano delante y otra detrás y les ofrecieron una pala para que cavaran un agujero en la montaña: esa iba a ser su casa
Tal vez por eso el libro tenga esa cadencia tan decimonónica, en el buen sentido de la palabra, ya que resulta a momentos barojiano, lo cual hace su lectura mucho más fluida.
Imagino que tiene que ver principalmente en que soy ante todo periodista y estoy acostumbrado a contar las cosas muy ceñido a la realidad que constato, sin artilugios. Pero claro, al contar en parte tu historia lo que podría ser una crónica fría adquiere calor y dimensión humana, que es lo que le da interés a la literatura.
Describe en su libro las duras condiciones en las que llegaron muchas personas a los centros industriales, ya fueran Bilbao, Madrid, Barcelona o Catalunya en general, y realmente impacta. ¿Cree que tenemos perspectiva suficiente de cómo fue el pasado de este país?
La migración andaluza, por ejemplo, fue muy importante en Catalunya, incluso todavía en algunos municipios se celebra “el andaluz del año”. En cambio, “el magrebí del año” no lo celebramos en ningún sitio, aunque también es muy importante el conjunto de personas llegadas sobre todo desde Marruecos a trabajar a Catalunya, y ellos también constituyen una memoria de la migración.
En cierto modo sí hemos perdido un poco de perspectiva cuando acusamos a los nuevos migrantes de todos los males que nos suceden. Es por ello que con el libro quiero reivindicar una “memoria histórica” de aquellos años, por supuesto no tan dramática como la de la Guerra Civil, pero sí que merecen ser recordados aquellos tiempos, de dónde venimos... Porque muchas personas, muchas, llegaron con una mano delante y otra detrás y les ofrecieron una pala para que cavaran un agujero en la montaña: esa iba a ser su casa.
De esos agujeros se pasó a los bloques de hormigón impersonales, en serie...
Eso fue una mejora, sin duda, y se dio a partir de los sesenta, paulatinamente, pero aquello aún no eran barrios sino colmenas dormitorio sin condiciones para desarrollar una sociedad. Un dato: en Cornellà había en la época tres plazas de toros pero apenas había escuelas, plazas, jardines, bibliotecas o centros de mayores. El franquismo quería que los obreros estuvieran atontados.
Y esas mejoras, al igual que los derechos laborales, se ganan a golpe de huelga.
Mucha gente cree que gran parte de los derechos laborales y sociales se los han otorgado los políticos e ignora que los ganaron los obreros en la calle durante el franquismo, enfrentándose contra la policía franquista, que era brutal. Podías morir, podías desaparecer días en los que eras torturado, o violada o violado en la comisaria de vía Laietana...
Mucha gente cree que muchos de los derechos laborales y sociales se los han otorgado los políticos e ignora que los ganaron los obreros en la calle
Todo esto también es memoria histórica y da la sensación de que a veces la olvidamos demasiado pronto. Cuando hicimos la presentación, en Comisiones Obreras, vino mucha gente que además era militante de Bandera Roja, que habían sido luchadores antifranquistas. Habían leído el libro y comentaban que a veces se veían reflejados en personajes de la novela.
Igual que a veces pensamos, o hay quien pueda pensar, que la leche sale de un tetrabrik, hay quien olvida que las libertades que tenemos se han ido ganando a pulso al lado de casa y por parte de gente con la que todavía convivimos. En la propia Seat, la gran empresa española de entonces, hubo un señor que murió durante una huelga, que es Antonio Moreno. Y lo hizo en unas condiciones que todavía no se han investigado.
Hay un tema que también es interesante, que es el porqué no escribimos sobre esa época. Porque tu novela viene a ser casi una excepción en el panorama literario. ¿Nos da vergüenza recordar lo que éramos?
Yo no me avergüenzo, todo lo contrario y de hecho la novela busca reivindicar esa memoria. Hubo mucha gente que se jugó el pellejo por nosotros y ya tocaba dignificar su lucha. Quizás somos un país de memoria muy corta, puede que viniera bien olvidar para avanzar en un momento dado, pero yo creo que ahora toca recordar, porque todo está demasiado olvidado.
Tal vez se ha explicado demasiado el barrio desde el Eixample y por parte del escritor de clase media, que ha establecido algo que en realidad no ha vivido.
Tal vez el problema haya sido que las herramientas de producción artística e intelectual han residido más en las élites burguesas que en la ciudadanía obrera. De este modo se ha descrito la lucha antifranquista, pero siempre desde el catalanismo de clase media o desde la intelectualidad universitaria, que no compartía la realidad del Cinturón Rojo.
Sí, en eso coincido. Es decir, es esa intelectualidad la que ha tenido voz para explicar esto y lo ha hecho, pero como una vivencia distinta a la del migrante de clase obrera que reside en la periferia. Por eso volvemos a lo que estamos diciendo desde el inicio: tal vez se ha explicado demasiado el barrio desde el Eixample y por parte del escritor de clase media, que ha establecido algo que en realidad no ha vivido. Eso tiene algo de lógico, bien mirado, porque no olvidemos que Catalunya ha estado gobernada durante décadas por la Convergència de Pujol, epítome de las clases medias y por tanto el relato que se ha impuesto está contado desde esa perspectiva.
¿Sigue usted viviendo en su barrio de la infancia?
No, me echaron los precios durante la burbuja inmobiliaria, como a tantos jóvenes entonces; ahora vivo fuera, en Vallirana.
Quién lo diría echando la vista atrás...
Las mejoras en las localidades del cinturón rojo han sido muchas, hasta el punto de alcanzar unos estándares muy buenos. Pero estos barrios tampoco han podido escapar de la especulación inmobiliaria que afecta a toda Catalunya.
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