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Sidecar, la sala de conciertos decana de Barcelona, será una coctelería con actuaciones

La puerta de la sala Sidecar con la chapa anunciando una acción durante la pandemia

Nando Cruz

Barcelona —

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Los rumores se estaban propagando a gran velocidad durante los últimos días y la noticia se ha confirmado este miércoles: la sala Sidecar va a desaparecer tal y como la conocíamos. El 31 de enero acaba esta etapa de la sala de conciertos más longeva de Barcelona. Tras 41 años ininterrumpidos de música en vivo, el local de la plaza Reial cambia de manos. Su fundador y director desde 1982, Roberto Tierz, se retira y el traspaso del negocio implica que el antro rockero se convertirá en una coctelería que, por ahora, seguirá celebrando conciertos.

La historia del Sidecar aún no acaba del todo, pero los nuevos dueños no tienen interés en mantener el nombre del local. “Sidecar les suena demasiado rockero”, avanza Tierz. “Creo que al final se quedarán el nombre, pero no es una decisión que me corresponda”, aclara. Sin embargo, la suerte del local estaba echada desde hace meses y es el propio Tierz quien ha tomado la determinación. “Llega un momento en el que estás cansado”, reconoce. A sus 65 años no se veía al mando del local durante mucho más tiempo y aunque el año pasado publicó un libro de memorias sobre la sala, Este no es un libro del Sidecar, solo esperaba una oferta que garantizase dos de sus demandas: que en la sala se siguieran celebrando conciertos y que la plantilla, formada por 24 personas, conservara sus puestos de trabajo.

En las últimas cuatro décadas, Sidecar ha sido el escenario en el que han dado sus primeros pasos cientos de artistas locales, el que ha acogido el debut barcelonés de tantas o más bandas del resto del país y por el que han pasado artistas de fama mundial como Nick Lowe, Beach House, Manu Chao, New York Dolls, Alex Chilton, The National y Pete Doherty. La sala tenía capacidad para unas 200 personas, pero su emblemático techo de bóveda y su actividad incesante dio cabida a todo tipo de músicas y escenas. Su labor crucial para fertilizar la escena musical barcelonesa valió a la sala Sidecar una Medalla de Honor otorgada por el ayuntamiento de la ciudad en 2017.

Un ansiado traspaso

Situada en el sótano de una de las esquinas de la plaza Reial, el Sidecar era una pieza muy codiciada en la que el propio dueño de la sala considera la “zona cero de la turistificación de Barcelona”. El local ha tenido pretendientes durante años no solo por su ubicación estratégica, sino porque dispone de licencia de discoteca que le permite estar abierta hasta altas horas de la madrugada. Pretendientes no le han faltado, pero todos querían el sótano para montar sesiones de música de baile para los turistas. “En esta ciudad queremos que haya cultura, pero no se dan licencias para abrir nuevos locales, de modo que la única opción es esperar que alguien traspase el suyo”, lamenta.

Aunque en el Sidecar también se pinchaba música electrónica de madrugada, “el 80% del público” que iba a las sesiones “era barcelonés”, se enorgullece. “Lo sabemos porque lo podemos comprobar con las tarjetas de crédito con las que pagan”, aclara. Y por el tipo de actuaciones que ha programado durante estas cuatro décadas, el porcentaje de público local de los conciertos era cercano al 100%. “El barrio necesita que la gente de la ciudad baje hasta aquí”, ha defendido Tierz durante muchos años, incluso como presidente de la asociación de vecinos de la plaza. “Si te acercas hoy al Jamboree fuera del horario de conciertos”, comenta refiriéndose al local vecino de la plaza Reial, “aquello es como Lloret”, lamenta.

Que el Sidecar hay salvado en primera instancia su programación musical tiene otra explicación más prosaica. “Si dejaba de haber conciertos, los patrocinadores abandonaban el local y, por otro lado, la sala perdería las subvenciones que recibe”, confiesa Tierz. Por otro lado, el nuevo propietario, unos empresarios barceloneses dueños de la coctelería Sauvage, ―situado en el paseo del Born, una de las zonas más gentrificadas de la ciudad, y socios también de otros negocios del mismo sector en otros barrios―, se beneficiará también de un precio de alquiler que no será tan alto como los que se estilan por la zona.

A plantar tomates

“Me voy tranquilo”, asegura Tierz. “Que yo me marche no se notará”, añade, intuyendo que el equipo de programación que ya gestionaba la agenda de la sala trabajará con la misma dedicación para que el negocio de programar conciertos siga siendo rentable. Pero de sus palabras también se deduce que no las tiene todas consigo. “¿Qué pasará más adelante? No lo sé. Es complicado lo que hacemos. Espero que se mantenga”, suspira, refiriéndose a trabajar con una línea musical que busque generar y satisfacer las inquietudes musicales del público de la ciudad. “Las dudas que puedan tener los nuevos empresarios son las mismas que yo puedo haber tenido”, relativiza.

El 31 de enero de 2024 la sala Sidecar celebrará una fiesta de despedida con actuaciones de artistas aún por confirmar. A partir de ahí, el futuro de Tierz es “plantar tomates”: “Quiero acabar como Marlon Brando en El padrino”, bromea, refiriéndose a la escena en la que Vito Corleone caía fulminado de un infarto entre sus tomateras. El futuro del Sidecar habrá que verlo.

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