Fue Henry Luce, el fundador de la revista Time, quien pronosticó que el siglo XX iba a ser el “siglo estadounidense”, aquel en el que la cultura, la economía y el estilo de vida de los Estados Unidos terminaría imponiéndose en todo el planeta. No se equivocó el magnate de los medios pues, tras la caída del comunismo a finales de los años 80, hasta las antiguas repúblicas soviéticas terminaron emulando el modelo capitalista y consumista norteamericano.
Los efectos de esta emulación alcanzaron a sectores como la música o el cine, en gran parte colonizados por el estilo anglosajón, así como el modelo económico y de entretenimiento. Pero la influencia no se limitó a estos planos, sino que el “siglo estadounidense” también comportó la exportación de un modelo urbanístico basado en suburbios residenciales de clase media acomodada, en contraposición a una ciudad que poco a poco pierde población.
Aunque ya a finales del siglo XX, España también sucumbió a la seducción de este modelo con grandes complejos residenciales en los grandes centros urbanos. Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Málaga o Bilbao dan fe de ello. ¿Cómo ha llegado a desarrollarse el modelo suburbial americano hasta contagiar a todo el urbanismo planetario? ¿Cómo ha influido el suburbio en la cultura occidental? ¿Qué representa en términos de cohesión social? ¿Es un modelo sostenible desde el punto de vista medioambiental?
La exposición Subúrbia. La construcció del somni americà, que puede verse a partir del 20 de marzo en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), intenta responder a todas estas preguntas desde un enfoque tanto explicativo y cronológico como artístico y audiovisual. Comisariada por el periodista Philipp Engel, cuenta con el asesoramiento del geógrafo Francesc Muñoz y supone una interesante apuesta por contar cuán interiorizado tenemos este modelo en nuestra estructura cultural y social, incluso en el caso de que residamos en un piso dentro de una ciudad.
Urbanismo pop y 'ciudades dónut'
Tal como explica Philipp Engel, “Subúrbia trata de responder a la pregunta de por qué los estadounidenses viven en casas unifamiliares rodeadas de césped y por qué las ciudades americanas se han desarrollado a la inversa que las europeas, quedando vacías y deterioradas en su centro, como si fueran un dónut”. El comisario matiza que “la exposición no es exclusivamente urbanística, sino que tiene una visión más pop, digamos, de lo que es Subúrbia”. “Hay una base urbanística, pero lo que indagamos es cómo ha influido esa base en la cultura popular del siglo XX”, añade.
Para responder a la pregunta de Engel, la muestra se articula en cinco apartados, el primero de los cuales (La planificación de un sueño) aborda los inicios del modelo, en el siglo XIX, cuando la revolución industrial y la llegada del ferrocarril posibilitan las primeras urbanizaciones autónomas y cerradas a familias acaudaladas. Posteriormente, con la llegada del automóvil, sobre todo el Ford T, la mancha suburbial se extiende, aunque de una manera ordenada.
Pero no es hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando se produce la verdadera explosión del fenómeno. Este auge se aborda en el segundo apartado, titulado El boom de suburbia. Así lo explica Engel: “Los veteranos regresan a partir de 1945 con ganas de formar una familia y se encuentran con que no hay mucha construcción; no se ha construido demasiado por culpa primero de la Gran Depresión y después por la guerra, así que el Estado tiene que hacer un gran esfuerzo para alojar a estos soldados”.
“Es entonces cuando surgen las grandes promociones de casas unifamiliares asequibles tipo Levittown o tipo Forest, ambas en el Estado de Nueva York, en las que se pueden llegar a fabricar en poco tiempo residencias para 80.000 personas”, relata el comisario de Subúrbia. Son los “años dorados de Eisenhower” y su sueño americano, en los que gran parte de la población blanca escapa de las ciudades en busca de lo que Engel describe como “una casa con garaje, con césped, piscina y barbacoa donde no haya incendios, donde no haya epidemias, donde no haya emigrantes, donde no haya delincuencia ni alcohol ni prostitutas; donde no está, en resumen, todo lo que ellos consideran maligno” y que se encarna en la ciudad.
Origen racista y machista
Según Engel, se trata de un urbanismo claramente segregacionista porque “ese paraíso de clase media que surge masivamente en los años 50 del siglo pasado está explícitamente vetado a las minorías étnicas; principalmente los afroamericanos, pero en general a todo lo que no fuera blanco”. De hecho, cuando estas minorías comienzan a acceder a los suburbios “se produce un fenómeno llamado White Fly, una huida masiva de blancos de los suburbios cercanos a la ciudad a otros más lejanos donde las minorías no puedan llegar”.
El creador de Subúrbia también lo describe como un modelo machista. “Cuando llegan los veteranos, todas esas mujeres que han conquistado el voto y otros derechos, que han tenido acceso a la universidad, se encuentran convertidas en amas de casa abandonadas en sus suburbios, rodeadas de un ejército de electrodomésticos”. Se produce entonces lo que la feminista Betty Friedan denomina “el problema que no tiene nombre”, porque esas mujeres no saben identificar la fuente de su sufrimiento entre tanto bienestar material.
Novelas como Vía revolucionaria de Richard Yates, o películas como Strangers When We Meet, de Richard Quine, y All That Heaven Allows, de Douglas Sirk, describen esta angustia existencial de sus protagonistas femeninas, rodeadas de bienestar pero aisladas, por no decir encerradas, en sus urbanizaciones a la espera de la llegada del marido.
El urbanismo suburbial como pesadilla
Precisamente el suburbio empapa toda la cultura y el entretenimiento estadounidense de la segunda mitad del siglo XX: “Hay un espacio en la exposición que hemos llamado la 'suburbialización de la imaginación', donde mostramos cómo el imaginario suburbial se expande a través de la televisión, porque la aparición de los suburbios masivos es un fenómeno paralelo a la televisión y, de hecho, muchas de esas casas se venden ya con la televisión incorporada”. En este sentido, la citada cinta All That Heaven Allows finaliza con su deprimida protagonista recluida en su casa delante de un televisor.
En el cine su presencia también es hegemónica a partir de entonces. “Los grandes estudios como Universal o la Warner, ya en los años 50, transforman una buena parte de sus estudios dedicándolos a decorados de calles y ambientes suburbiales, porque saben que van a tener que usarlos mucho”, asegura el responsable de la exposición. Así, en la muestra se proyectan fragmentos de la película El nadador, dirigida por Frank Perry en 1968 y basada en un relato corto de John Cheever, escritor que ostentó el apodo de “el Chéjov de los suburbios”.
No obstante, el modelo suburbial también ha desencadenado fantasías de terror, basadas tanto en las complejidades del aislacionismo que representaba como en la tradición gótica estadounidense, muy dada a las casas encantadas y los espíritus, pero también a paranoias milenaristas llevadas al extremo. Así se refleja en el apartado El mal sueño residencial, que se ilustra con imágenes de fotógrafos contemporáneos como Amy Stein, Todd Hido, Gabriele Galimberti o Gregory Crewdson, que muestran los miedos y fantasmas de esta cultura a través de su lado más bizarro.
Suburbial español
El cuarto y quinto apartados (Postsuburbia y La dispersión llega a casa) tratan tanto del futuro de este modelo como de su impronta en nuestro país, al que sin duda ha transformado en las últimas décadas del siglo XX, y sigue haciéndolo en las primeras del XXI. Francesc Muñoz, director del Observatorio de la Urbanización en la Universitat Autònoma de Barcelona y docente en la Università IUAV di Venezia, que actúa como asesor principal de la exposición, explica que se trata de un modelo que ya comenzó a echar raíces a finales de los años 60.
“Con el desarrollismo se produce una cierta bonanza económica y el acceso asequible al coche, cosa que lleva a la búsqueda de una segunda residencia en la costa o en zonas rurales donde escapar de la ciudad; es la cultura del chalé”. Pero tras esta primera ola, la segunda es mucho más notable: “Comienza a finales de los años 80 y alcanza toda la década de los 90; es un bum parecido al americano de los años 50 en el que muchas segundas residencias se convierten en primeras”.
Muñoz cita un dato revelador: “Entre 1987 y 1989, en 304 municipios de los 311 que tiene la
provincia de Barcelona, por lo menos el 45% de la vivienda nueva construida fueron casas unifamiliares“. El geógrafo explica que esta migración masiva en las grandes ciudades españolas ha tenido sus consecuencias: ”Bares, cines, restaurantes, gimnasios, etc., salen de los centros de las ciudades y se dispersan por los suburbios con un nuevo modelo económico“. ”Así aparecen“, explica Muñoz, ”las multisalas en las afueras mientras los cines de toda la vida echan el cierre por falta de público“.
Pero esta explosión suburbial patria, que continua en nuestros días, no tiene, según este experto, las mismas causas que en Estados Unidos; aquí es fruto del deseo de una calidad de vida mejor, pero también del progresivo encarecimiento de los servicios y la vivienda en las ciudades. “Ya en los 90 muchas parejas jóvenes comenzaron a darse cuenta de que les era mucho más económico comprar una vivienda en las poblaciones circundantes que en la propia ciudad, ganando con ello un plus de metros cuadrados por el mismo precio”.
Respecto al futuro de este modelo urbanístico, Muñoz es claro: “La huida de las ciudades hacia los suburbios continuará, porque el desequilibro entre la oferta y la demanda de vivienda en las grandes ciudades ejerce una presión que cada vez menos hogares pueden soportar, por lo que buscarán alternativas en las urbanizaciones de poblaciones cada vez más alejadas”.