¿Qué es el designio? Lejos de ponerse filosófico o místico –por mucho que le guste–, el escritor Javier Pérez Andújar (Sant Adrià del Besòs, 1965) responde conciso: “Era escribir un tebeo y hacerlo contigo”. Le habla a la dibujante Laura Pérez Vernetti (Barcelona, 1958), quien ha puesto la tinta al cómic El Designio (Autsaider, 2024). Con esta obra, Andújar cumple uno de sus sueños y se ha estrenado en el mundo del tebeo y los viñetistas.
El Designio es, en palabra de sus creadores, “un tebeo onírico, místico y simbólico”. Un resumen en noventa páginas de la mente y obra de Andújar, siempre con un ojo puesto en el más allá, en lo esperpéntico, lo que se sale de la normalidad, en el espiritismo y lo absurdo.
El guion, para el escritor, no es el rey de la obra. Es sólo una excusa. “Ha sido una invocación para verte dibujar”, le asegura a Pérez Vernetti. “Pero si está todo tu mundo”, responde ella, esquivando el cumplido. “Claro, porque te he dado lo mejor que tengo”.
El resultado de esta simbiosis ha sido un tebeo de trazos duros y claroscuros que muestra una Barcelona postpandémica con un toque punk y gamberro, que remite tanto a la decadencia de los años ochenta como a las ciudades futuristas y decrépitas que dibujaba la ciencia ficción de final de siglo pasado.
En esa Barcelona oscura, el Largo (el protagonista) se embarca en un viaje hacia el más allá, propulsado por las drogas, para reencontrarse con Maravillas, una amante que muere por nostalgia y adicción. Mientras el Largo se obsesiona con la muerte, diversos personajes revolotean alrededor de la trama y forman un torbellino de historias y realidades que se entremezclan con suavidad.
Una puerta a otro mundo
Todo en El Designio está pensado y tiene un por qué. El Largo se refugia de la muerte de Maravillas en Buenos Aires porque Andújar y Pérez Vernetti se conocieron allí. A Pat, la mejor amiga de Maravillas, le falta un brazo porque ésta es yonqui. También está plagado de referencias a Barcelona, que serán detectadas por los autóctonos, pero no molestarán a los foráneos. Aparece el Raval, la escultura de Las pajaritas de Ramón Acín o el Bar La Masia, propiedad de unos amigos de Andújar. “A ver cuánto dura, antes de que se convierta en un bar de diseño para turistas”, suspira Vernetti.
La ciudad que dibujan es “la barcelona de dos barceloneses”, pero a la vez, no es real. Es una distopía punk, obsesionada con la muerte, decrépita y caótica. Y para retratarla, Andújar y Vernetti se decantan por “un rollo callejero, canalla y rockero. Propio del expresionismo underground”, explica Andújar.
Por eso, dice el escritor, el cómic tiene tintes ochenteros. Pero Vernetti disiente y asegura que es porque Andújar es un nostálgico. “Nostálgico, ¿yo? –responde él–, si me pasé los ochenta descargando camiones en un Prika. La nostalgia sólo la pueden tener los ricos”, apunta. Ambos recuerdan que esa etapa fue dura, él por la precariedad y ella por ser una mujer por un mundo de hombres. Y por el contexto social, que también se representa en el cómic. La adicción que acaba con la vida de Maravillas es una clara y obvia referencia a las mellas que dejó la heroína.
Pero la epidemia que subyace en el cómic no es la de la droga, sino la de la Covid. “La obsesión con la muerte que hay en el tebeo es una consecuencia directa de la pandemia”, asegura Pérez Vernetti. De esa obsesión nace uno de los temas predilectos de Andújar: el misticismo. Hay curas poco ortodoxos que recuerdan, en el carácter y en lo físico, al filósofo Emil Cioran, tarotistas y videntes, vampiros que se dejan ver –sólo por algunos– en tablaos flamencos o un relato libre de la vida y milagros de San Agustín.
“La angustia de la muerte que nos trajo la pandemia nos abrió la puerta a la posibilidad de otra realidad, a vivencias no cotidianas”, asegura la dibujante, que se ha valido de decenas de referencias cinematográficas para vestir ese puente entre lo real y lo místico.
¿Cómic, tebeo, historietas o novela gráfica?
En una de las viñetas del cómic, un taxista con cara de desaprobación le dice al Largo: “El cómic es como el fútbol sala. No sé si me entiende...”. Esta frase, que queda perdida en medio de un mar de sutilezas, es un guiño para quienes no consideran que el cómic sea un tipo digno de literatura. “Es peyorativo abiertamente. Es el hermano tonto. Pudiendo decir novela gráfica, ¿por qué dices cómic?”, ironiza Andújar.
Con esta frase y tantas otras referencias, los autores han querido quitarle la “pompa” a todos aquellos que piensan que leer o ganarse la vida haciendo cómics, tebeos o historietas es algo de lo que avergonzarse. “Hay gente que es muy pesada”, resume Pérez Vernetti.
A pesar de contar con grandes obras y autores, los tebeos y el humor siempre han sido menospreciados en la crítica cultural. “Viene de la antigua Grecia. El teatro popular era cómico y el de la aristocracia era tragedia. ¡Como si fuera fácil hacer reir a la gente!”, se lamenta la viñetista, que se ha pasado toda su carrera reivindicando el arte del dibujo en una lucha que, para ella, ha sido más difícil por el simple hecho de ser mujer, dibujante y humorista.
A Andújar le da igual que el cómic sea considerado cultura o no. “Hay que declararle la guerra a la cultura. Ahora bien, quien lo hace sí tiene que ser culto. El redactor jefe de la revista El Víbora, Onliyú, era licenciado en filología. Todos esos chistecillos que pueden parecer tontos los hace porque ha leído a Valle-Inclán”, reivindica el escritor.
La historia del cómic en España está plagada de nombres que plasmaron la picaresca, la crítica social y referencias políticas y culturales en viñetas. “Los dibujos supuran biografía. Y ese sudor está ahí, al servicio de la cultura popular”, apunta Andújar. El Designio es su primer cómic y el enésimo de Laura Pérez Vernetti. Y sus páginas también supuran biografía: las suyas propias, la de Barcelona y la de tantos y tantos otros que convirtieron el denigrado oficio de 'pintamonas' en un trabajo más que digno.