La situación educativa en Catalunya vive un mal momento. A pesar de que la conselleria cuenta con el mayor presupuesto de la historia y el máximo número de docentes, el sistema no destaca por sus buenos resultados ni por su estabilidad. A la tensión de la comunidad educativa propia del fin de curso, se ha sumado la angustia y la incertidumbre causada por el proceso de estabilización, la exigencia derivada de nuevos y viejos retos y el agotamiento fruto de la pandemia. De hecho, la comunidad educativa ha mostrado en los últimos tiempos un gran malestar con el Govern y la conselleria. Y esta desconfianza no ha parado de crecer.
El reciente informe PIRLS (Estudio Internacional de Progreso de Comprensión Lectora) ponía de manifiesto el bajo nivel de comprensión lectora del alumnado catalán de 4º de Primaria, a la cola de España (Catalunya sólo supera los resultados de Ceuta y Melilla, y va un curso por detrás respecto al alumnado de Asturias y Madrid) y de la Unión Europea, lo cual no difiere demasiado de los malos resultados de las últimas pruebas de competencias básicas organizadas por la propia conselleria, que constatan una caída general en matemáticas y en catalán entre el alumnado de primaria, y una evolución también negativa del inglés en la secundaria.
Por otro lado, es especialmente preocupante la elevada tasa de abandono escolar prematuro, que volvió a subir en Catalunya en la última EPA hasta situarse en el 16.9%, y que se debe especialmente al gran número de jóvenes que no acceden a la educación postobligatoria, a pesar de que la mitad de ellos se hayan graduado en la ESO. Pero también es muy alto el abandono que se registra en los primeros cursos de los ciclos formativos de Grado Medio, del entorno del 40%, que limita las oportunidades formativas y laborales de miles de jóvenes, y los arrastra a la precariedad laboral, el desempleo o a la exclusión social.
Si bien es obvio que la pandemia no contribuyó a una mejora educativa, es inaceptable un descenso constante de resultados que nos deja con un rendimiento muy por debajo del que tenía el alumnado catalán hace 10 años. Decisiones tomadas por los últimos gobiernos de la Generalitat, muy polémicas y que no han sido consensuadas con la comunidad educativa, han contribuido también a estos malos resultados: el avance unilateral del calendario escolar el curso pasado, que dejó poco tiempo a los equipos docentes para planificar correctamente el curso; la reducción de la jornada lectiva en septiembre cuando se disponían ya de datos contundentes que apuntaban a malos resultados de las competencias básicas y que no favoreció la acogida del nuevo alumnado, generando numerosas desigualdades y la exclusión de alumnado con necesidades específicas de apoyo; la reducción de la sexta hora en los centros de máxima complejidad; la aprobación de los currículos una vez comenzado el curso, y la modificación de la plantilla a mitad de curso, entre otros.
De hecho, en mayo de 2022 las direcciones de 300 centros educativos ya habían alertado de que la calidad de la educación pública estaba en riesgo si no se tomaban medidas como la reducción de la carga burocrática, la mejora de la planificación o el incremento de la dotación de recursos y de personal.
Igualmente, preocupa mucho la disminución de la percepción de bienestar emocional en los centros educativos, tanto entre los maestros y profesorado como entre el alumnado, especialmente en su entrada a la educación secundaria y hasta la postobligatoria, etapa en la que se ha detectado un incremento de trastornos de conducta y autolesiones, y donde las tentativas de suicidio se han triplicado entre las chicas entre 2018 y 2022, y se han duplicado en el caso de los chicos.
Además, la escuela inclusiva sigue siendo un reto pendiente, especialmente por falta de formación, pero sobre todo de profesionales especializados. Si bien han incrementado los recursos en los últimos tiempos, estos siguen siendo del todo insuficientes. No ha habido un buen desarrollo del Decreto 150/2017, de la atención educativa al alumnado en el marco de un sistema educativo inclusivo, hecho que, juntamente con el mayor número de niños y niñas con diagnósticos de trastorno del neurodesarrollo y dificultades de aprendizaje, ha añadido mucha presión tanto a la escuela ordinara como a los centros de educación especial.
Y junto a este gran reto, han emergido con fuerza otros como la coeducación para combatir los estereotipos de género y generar las mismas oportunidades para niños y niñas, la educación afectivo sexual para generar relaciones más respetuosas, seguras e igualitarias, el acoso y ciberacoso, el fomento de la lectura, o el gran debate sobre las oportunidades y amenazas de la transformación digital y el impacto que pueden tener plataformas como ChatGPT.
Así, la situación educativa en Catalunya aconseja una profunda reflexión y un cambio de modelo de gobernanza. O la inercia nos lleva a profundizar las desigualdades educativas y a consolidar un sistema de resultados mediocres, o exigimos un cambio de rumbo y trabajamos por un Pacto Catalán para la Educación que refuerce la calidad, la equidad y la gratuidad del sistema, que sea una hoja de ruta compartida por el conjunto de la comunidad educativa que genere estabilidad para promover una necesaria mejora y proporcione oportunidades.
Desde el PSC, insistiremos en el despliegue de un sistema educativo inclusivo, bien dotado; un plan de mejora del éxito educativo para mejorar el rendimiento escolar, reducir el fracaso y el abandono prematuro; en mejorar el aprendizaje de las lenguas extranjeras; en la universalización y gratuidad de la oferta educativa 0-3 años; en un sistema de FP integrado, moderno, flexible y accesible; en unos equipamientos educativos dignos y adaptados para afrontar la emergencia climática, y en un nuevo modelo de gobernanza. Desde aquí, nuestra mano tendida para avanzar en todo aquello que suponga mejorar nuestro sistema educativo, pilar de progreso, de igualdad de oportunidades y de cohesión.