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Cracovia, tres (patrimonios de la humanidad) en uno (viaje)

¿Tienes sólo unos días de vacaciones y no te quieres equivocar? No lo dudes: elige Crackòvia. Debe haber muy pocos destinos en este mundo donde un viaje de corta duración puede incluir la visita a tres lugares que tienen la consideración de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: el centro histórico de Cracovia, el campo de exterminio de Auschwitz y las minas de sal de Wieliczka. Para la ciudad hacen falta tres días mínimo, para Auschwitz y para Wieliczka (que se encuentran más o menos a una hora en coche de la ciudad, pero en lados opuestos), uno cada uno. Y si tienes más días y puedes hacer más ruta, los pueblos y paisajes de la región de Malapolska (la pequeña Polonia, donde se encuentra la ciudad) te dejarán boquiabierto.

El centro histórico

Cracovia es una ciudad ideal para patearla, gracias a un casco histórico muy grande y peatonalizado, y una segunda corona de centros de interés a los que se puede acceder fácilmente en un corto trayecto de autobús. El punto de partida de cualquier ruta es la medieval y preciosa plaza del Mercado (Rynek Glowny), que es en Cracovia lo que la plaza de San Marcos en Venecia: espectacular, monumental y el lugar donde hagas lo que hagas siempre acabas yendo a parar. Atrae como un imán. Es la plaza más grande del país y una de las más grandes de Europa, y está rodeada de edificios históricos, la mayor parte civiles, como el antiguo mercado alargado que se extiende en el medio. Comercios, bares y restaurantes garantizan que el corazón de Cracovia está lleno de vida todo el año, incluso durante los meses de invierno.

A la salida del centro histórico se alza una colina donde se levantan el castillo y la catedral de Wawel, testigos de los más de cinco siglos que Cracovia alojó la corte real y ejerció de capital del país. Segunda visita obligada. Lo más típico es subir a la torre de la catedral para ver la campana de Segismundo, una de las más grandes jamás construidas (11 toneladas, hacen falta ocho hombres para hacerla sonar).

Como en toda Polonia, la huella religiosa es constante. Por el elevado número de iglesias católicas por habitante (Juan Pablo II era hijo de estas tierras, no lo olvidemos), muchas de las cuales de imponentes dimensiones, y por la importancia de su barrio judío, la tercera visita obligada después del centro histórico y la zona de Wawel. En el barrio judío, y un poco más alejado, en el antiguo gueto de Crackòvia (donde el cineasta Roman Polanski pasó parte de su infancia) comenzamos a percibir el impacto del holocausto. En las sinagogas, cementerios y librerías judías el recuerdo de la barbarie nazi está todavía muy vivo.

Otra ruta te recuerda que la historia de Oskar Schindler tuvo lugar en Cracovia. Por lo que cuentan, durante los años posteriores a la célebre película de Spielberg hubo un boom de turistas deseando pisar los escenarios naturales donde se rodó. De un tiempo a esta parte, la fiebre ha bajado, pero con el guía adecuado los cinéfilos aún pueden llegar hasta las puertas de la antigua fábrica de Schindler (por fuera intacta, por dentro nada tiene que ver), o la casa donde vivió el temible comandante nazi Amos Götz, no visitable (parece que la adquirió un particular con vistas a hacer negocio pero ni se ha abierto al público ni se ha derribado). Junto a la tétrica mansión, el que durante la guerra fue un campo de concentración ahora es un parque público lleno de referencias al pasado.

Auschwitz

Desde Crackòvia, acercarse a Auschwitz es un momento. Se trata de una visita impactante, dura, por momentos insoportable, pero imprescindible para mantener alerta la conciencia y la memoria. Este fue uno de los campos de exterminio más atroces del régimen de Hitler; los historiadores calculan que a lo largo de la guerra pasaron por él 1,3 millones de prisioneros, de los que la inmensa mayoría acabaron gasificados.

En los campos (se visita primero Auschwitz I, el campo de concentración original, y después Auschwitz II, que es propiamente el de exterminio) vemos cómo dormían, cómo comían y dónde defecaban los prisioneros, saltamos de barracón en barracón, vemos las imágenes de cientos de ellos colgadas de las paredes, atravesamos los muros de hormigón y alambre, entramos en las cámaras de gas y los hornos crematorios, accedemos a una sala donde se amontonan maletas, zapatos, cabello... hay bastante público, pero casi ni se nota, está muy bien organizado (con visitas para grupos que salen cada cuarto de hora si lo recuerdo bien) y sólo la voz de algún niño interrumpe el silencio respetuoso con que transcurre la visita. Parece que de esto haga mil años y sólo hace setenta. Nos dejamos transportar al horror sin dejar de ser turistas, pero se agradece que en algunas estancias se prohíba hacer fotografías o que no haya una sola tienda de souvenirs en un lugar capaz de atraer esta gente.

Wieliczka

¿Y por qué debería perder yo un día para ir a ver unas minas de sal, como si aquí no las hubiera? Error. Las minas de sal de Wieliczka son una obra de arte excavada en el subsuelo a lo largo de los últimos 700 años. Una auténtica maravilla, donde la red de galerías y cámaras subterráneas aparecen constantemente salpicadas de esculturas talladas en sal hechas por los mismos mineros, la mayor parte con motivos religiosos y con estilos diversos según el autor y la época. Algunas de estas cámaras llegan a ser tan fastuosas e impresionantes que te transportan a un film de fantasía (o de terror gótico, eso va a gustos). Es sencillamente sensacional que durante siglos unos mineros dedicaran parte del poco tiempo libre que deberían tener a construir cámaras que parecen la nave central de una catedral o el salón de baile de un palacio.

Cuando dejas la mina dos horas y media después de haber entrado te parece que la has recorrido de arriba abajo, y en realidad sólo has caminado a lo largo de 2,5 kilómetros de los más de 300 km de galerías que tienen las minas. Has estado a 135 km bajo tierra, pero la profundidad máxima va más allá de los 300, y es que la mina aún funciona hoy en día. Pero sobre todo cuándo sales ya no te haces esa pregunta inicial, sino que estás convencido de haber pisado un lugar único en el mundo. Un tesoro (en el que sí hay tiendas de souvenirs...)

Y si todavía te quedan días, hay un montón de pueblos y parajes cercanos dignos de ser inspeccionados. Más o menos a la misma distancia que separa Barcelona de los Pirineos, desde Cracovia se puede acceder a la cordillera de los Cárpatos, donde el excursionista encontrará buenas rutas para explorar. Sólo una prevención: en Polonia en general las carreteras son todavía bastante rudimentarias, poco a poco van mejorando porque es el principal receptor de ayudas europeas para la construcción de infraestructuras (como España lo fue en los ochenta y noventa), pero las distancias son engañosas. Más vale pensar que para lo que aquí hace falta una hora, allí se necesitan dos.

¿Tienes sólo unos días de vacaciones y no te quieres equivocar? No lo dudes: elige Crackòvia. Debe haber muy pocos destinos en este mundo donde un viaje de corta duración puede incluir la visita a tres lugares que tienen la consideración de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: el centro histórico de Cracovia, el campo de exterminio de Auschwitz y las minas de sal de Wieliczka. Para la ciudad hacen falta tres días mínimo, para Auschwitz y para Wieliczka (que se encuentran más o menos a una hora en coche de la ciudad, pero en lados opuestos), uno cada uno. Y si tienes más días y puedes hacer más ruta, los pueblos y paisajes de la región de Malapolska (la pequeña Polonia, donde se encuentra la ciudad) te dejarán boquiabierto.

El centro histórico