Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.
Estambul, la encrucijada del mundo
Orhan Pamuk, escritor turco, abre su libro Estambul. Ciudad y recuerdos con una cita de Ahmed Rasim, otro escritor turco: “La belleza de un paisaje reside en su melancolía”. Unas páginas más adelante, Pamuk escribe sobre Estambul: “Para mí, siempre ha sido una ciudad de ruinas y de una melancolía de final de imperio. He pasado mi vida o bien luchando contra esa melancolía, o bien (como todos los Istanbullus) haciéndola mía”. Tal vez esa es la sensación que desprende aún hoy la ciudad, con sus detalles de fantasía exótica y dura realidad.
Europa en Asia
Un puente basculante de 490 metros de longitud une culturas, religiones y estamentos sociales sobre las aguas del Bósforo. Es el puente de Gálata, la pasarela entre el viejo Estambul y la zona más europea y moderna. Bajo sus arcos se concentran decenas de restaurantes que sirven los típicos balik ekmek, bocadillos de pescado fresco, y en sus alrededores es fácil ver una multitud de pescadores con la piel curtida por el sol y un cigarrillo en la boca con cenizas que de forma milagrosa aguantan largas caladas sin caer al suelo. Centenares de gaviotas sobrevuelan esta zona donde aguardan algunos de los ferris que sirven de transporte entre las dos orillas de la ciudad y sus múltiples distritos y los barcos que dan los paseos turísticos a lo largo del Cuerno de Oro, uno de los puertos naturales más bonitos del mundo.
Así, en la orilla norte de Estambul se asienta el centro moderno y occidental, con la Avenida Istiklal y la plaza Taksim como arterias vitales, muy transitadas y recorridas por el nostálgico tranvía. Hasta allí se puede llegar cogiendo el segundo metro más antiguo de Europa, después del de Londres. Es una zona llena de tiendas elegantes, librerías, galerías de arte, locales de fast food y bares que podríamos encontrar en cualquier ciudad europea, pero con ese bullicio oriental que los hace diferentes. Terrazas a reventar de jóvenes turcos y turistas, restaurantes de varios pisos que llenan hasta algunas azoteas de los edificios, música en directo…
Confluencia cultural y religiosa
Nada tiene que ver con las otras caras de la ciudad, más tradicionales y asiáticas. Zonas donde parece seguir librándose una batalla entre el pasado y el presente, una mezcla temporal que supura en el conservador distrito de Fatih, en la orilla sur de Estambul, frente al Cuerno de Oro.
Fatih o “el primer Estambul”, como le llaman muchos, tiene recuerdos vivos de cuando la ciudad se llamaba Constantinopla, cuando era la Encrucijada del Mundo, uniendo las rutas comerciales que iban de Europa a Asia y África, cuando brillaba como la capital del Imperio Romano de Oriente. Ahora es también donde se concentra el islamismo más severo.
En su interior, especialmente en los barrios de Fener y Balat, se mezclan comunidades musulmanas, judías, griegas y de armenios. Ir avanzando por sus calles empinadas es casi como viajar a través del tiempo y de la geografía. Antiguas construcciones destartaladas, iglesias ortodoxas o sinagogas erigidas sobre asfalto agujereado e incluso tramos de tierra. Mercados desordenados con todo tipo de productos, religiosos musulmanes conservadores con sus vestimentas tradicionales…y todo coronado por una de las mezquitas otomanas más majestuosas y grandes de la ciudad: la Mezquita de Fatih, que intentó competir de tú a tú con la de Santa Sofía, al menos en dimensiones, aunque se quedó lejos de la victoria.
Pese a ello es un lugar poco conocido por el turista, aunque tiene rincones mágicos como la azotea de un edificio cercano a la Mezquita de Fatih. Tras una puerta poco llamativa y varios pisos de escaleras con la pared desconchada, se encuentra un bar impresionante, donde se puede contemplar toda la ciudad, el mar de Mármara y el Cuerno de Oro bebiendo un té y aspirando el humo de un narguilé.
Turquía en estado puro
Al otro lado del agua, en la parte anatolia, está Üsküdar. Nada más bajarse del barco se divisan dos mezquitas y un poco más allá un mercado tradicional. Aquí, la población es mayoritariamente musulmana. Hay mucho ajetreo de viandantes, coches, autobuses y motos pero con esa extraña calma que da estar a orillas del Bósforo en un día de sol. Hasta aquí llegaban hace siglos las caravanas de los mercaderes armenios e iranís, lo que convirtió a este lugar en un enclave comercial estratégico.
Resiguiendo la costa se llega a un mirador especial, frente al Kiz Kulesi, una pequeña isla que emerge del Bósforo, vigilando la entrada sur de la ciudad. La torre de la Doncella, en su traducción al castellano, alberga también un restaurante. Se trata de un faro que ilumina todas las noches el puerto de Estambul y que data de la época bizantina. Cuenta la leyenda que cierto sultán tuvo una hija que nació con un mal presagio. El oráculo le rebeló al sultán que la joven moriría asesinada por una serpiente venenosa antes de cumplir los 18 años. El hombre, en un intento de evitar el fatal desenlace, la encerró en esta torre y allí permaneció durante mucho tiempo, recibiendo la única visita de su padre. Cuando llegó el día del 18º cumpleaños, el sultán quiso por fin liberar a la joven y como regalo para celebrar la victoria sobre la terrible profecía, le ofreció una gran cesta de frutas exóticas. Pero dicen que nadie escapa a su destino y una serpiente venenosa que se había ocultado entre la fruta salió de su escondite y mordió a la princesa, que murió en brazos del sultán.
Pues frente a esa torre de cuento, se puede ver una de las puestas de sol más bonitas de la ciudad. En las escaleras de lo que parece un bar improvisado, los camareros trajinan cargados de bandejas enormes repletas de simit, el típico pan de semillas, y ofrecen narguilés y té a todo el que quiera sentarse a contemplar el bonito espectáculo.
Imperdible y turístico
En los barrios de Sultanahmet y Eminönü se concentran la mayor parte de los lugares que han hecho famoso a Estambul. Sus dos espectaculares mezquitas, Santa Sofía y la Mezquita Azul (o Mezquita de Sultanahmet), el Palacio de Topkapi, el Gran Bazar y el Bazar de las Especias.
Por sus calles abundan los puestos de maíz tostado, los locales repletos de baklavas, el dulce turco por excelencia, y los señores sentados en la calle jugando al backgammon. Todo ello bajo el sonido de las llamadas a la oración que provienen de las diferentes mezquitas.
Entrar por una de las 22 puertas del Gran Bazar, perderse por sus 64 calles y pasear entre joyas de plata, vestidos de danza del vientre, lámparas de colores, alfombras, bufandas de seda o catalejos expuestos en más de 3.600 tiendas es una experiencia que hay que vivir si se visita Estambul. Es uno de los mercados más grandes y antiguos del mundo y se alzó como el centro económico de la ciudad ya en el s.XV. Algo que se complementa bien con el Bazar de las Especias, que constituía el final de la ruta de la seda y la puerta de distribución a toda Europa.
Como contraposición al centro económico y comercial, está el Palacio de Topkapi, que en su época constituía el centro administrativo del Imperio Otomano. Se necesita casi medio día para visitar las cocinas, las salas de reuniones, las salas con las joyas del sultán y sus vestidos, los jardines, las fuentes y piscinas, la sala de circuncisión o el harem (que significa prohibido). El lugar guarda todavía un halo de misterio, reverberaciones de una época turbia y elegante a la vez, escenario de crímenes perversos y secretas batallas entre las concubinas.
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Orhan Pamuk, escritor turco, abre su libro Estambul. Ciudad y recuerdos con una cita de Ahmed Rasim, otro escritor turco: “La belleza de un paisaje reside en su melancolía”. Unas páginas más adelante, Pamuk escribe sobre Estambul: “Para mí, siempre ha sido una ciudad de ruinas y de una melancolía de final de imperio. He pasado mi vida o bien luchando contra esa melancolía, o bien (como todos los Istanbullus) haciéndola mía”. Tal vez esa es la sensación que desprende aún hoy la ciudad, con sus detalles de fantasía exótica y dura realidad.