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El cambio climático y el género

Hacia finales de año, desde el 30 de noviembre al 11 de diciembre, París acogerá la 21ª. Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático. Esta conferencia tiene el objetivo de llegar a un acuerdo internacional sobre el clima y que involucre a todos los países, con el objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de los 2ºC. ¿Tratarán también de cómo el cambio climático afecta a los sectores más pobres y desvalidos del planeta? Según datos de 2008 de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos se estima que el 70 por ciento de las personas pobres del mundo son mujeres. Las desigualdades de género, el poder de los hombres sobre las mujeres, se traducen en una distribución desigual de los recursos, en una desigualdad en el acceso y control de estos recursos; también se traducen en diferencias en las oportunidades para acceder a la educación, en el trabajo y en una escasa presencia en la toma de decisiones. Todas estas desigualdades discriminatorias se agudizan con el cambio climático. Evidentemente hombres y niños también son vulnerables ante el cambio climático pero en formas diferentes que las mujeres; formas que deben ser comunicadas y tratadas. En este sentido entender y analizar las consecuencias diferenciales del cambio climático según el género puede ayudar al establecimiento de políticas de enfrentamiento y adaptación. Pero vayamos por partes.

En el mundo occidental, quien más o quien menos sabe que el cambio climático está ocurriendo pero como no es un fenómeno que nos afecte de inmediato sino gradualmente y tampoco sabríamos cómo afrontarlo, no acabamos de preocuparnos. Podemos pensar que los argumentos científicos son demasiado complejos, que es un problema demasiado distante y abstracto; que es cosa de ecologistas y que éstos ya se encargan. Los humanos somos tan inteligentes, podemos decir a nosotros mismos, que ya encontraremos alguna solución. Algunos pueden leer este tipo de noticias en diagonal, sobre todo las que más miedo les pueden hacer. Los más sensibles a la unánime y cruda información científica, en actitud de ciudadanía responsable y filantropía ecologista, son cuidadosos discerniendo la basura, cierran las luces y los grifos, tratan de consumir alimentos de proximidad y sin aditivos. ¿Qué más pueden hacer, se preguntan, para no ser sólo chispas fugaces?

Están los que practican una especie de negación y miran hacia otro lado y leyendo este artículo podrían pensar ¡Dios mío, una apocalíptica que nos sermonea! ¡Tenemos suficiente con la crisis económica! Es cierto, ya tenemos bastante, pero quien dijo que la crisis económica y las sequías, las inundaciones y los temporales no tienen el mismo denominador común? Además, si no ocurre un milagro, negar lo innegable, negar la realidad, no resolverá la ruina de las duras condiciones meteorológicas que se nos vienen encima.

¿Como succionar sin peligro todo el carbono de la atmósfera? ¿Cómo proteger la capa de ozono? ¿Como atenuar el calor del sol que produce sequías devastadoras y que, además, afecta sobre todo a los más desvalidos y necesitados del planeta? ¿Como impedir el deshielo del Ártico y que ciudades enteras e islas no queden sumergidas en el mar? ¿Como detener los desastres naturales cada vez más intensos y frecuentes? ¿Como afrontaremos el hecho de que el agua dulce y la comida sean cada vez más escasos? Todo esta ferocidad natural, toda esta violencia climatológica, no sólo representa un gravamen económico brutal para las economías de los países sino que afecta en mayor medida a las poblaciones más pobres. Y, por si fuera poco esto, cada desastre parece que inspira menos horror que el anterior.

Efectivamente, en demasiados países la desigual distribución de las responsabilidades y roles en el ámbito doméstico, la gran dependencia de las mujeres de la agricultura de subsistencia y las grandes dificultades para obtener recursos básicos como el agua y la leña las hace altamente vulnerables ante este fenómeno tan preocupante. Según datos de la ONU del 2008 hacia el año 2025 dos tercios de la población mundial tendrá problemas con el agua y las mujeres, por lo que hemos dicho, son las que más sufrirán de esta carencia. Las mujeres, por los roles de los que son socialmente adjudicatarias, son las responsables de la limpieza, del abastecimiento del agua, las responsables de cocinar. Y las que cultivan las tierras que permiten abastecer a sus familias; tierras que por ser productivas necesitan agua. La falta de agua debido al fenómeno climático limita los recursos de agua potable y ya empieza a ser necesario a ir a buscar cada vez más lejos del hábitat donde se hace la vida.

Tanto es así, y tan evidente es el cambio climático, que las mujeres de países como Bangladesh, India y Nepal están adaptando sus sistemas de cultivos según las temporadas de lluvia, la intensidad y duración para asegurar las cosechas. Qué duda cabe que la crisis climática está produciendo movimientos migratorios intensivos de hombres que se desplazan a otros países (el espejismo del primer mundo) con la esperanza de poder prosperar. Las mujeres, en cambio, tienen muchas más dificultades para emigrar justamente por sus roles de cuidadoras y niñeras; el noventa por ciento de estas mujeres sometidas a la más flagrante vulnerabilidad y pobreza son las responsables de cuidar a los ancianos y ancianas y de las criaturas de sus hábitats, y esto frena su movilidad. Hay que añadir que en la mayoría de los casos sus niveles educativos son inferiores ya que a menudo, esgrimiendo motivos discriminatorios y de desprecio por el hecho de ser mujeres, se les niega que asisten a la escuela o son sacadas antes de terminar todos los cursos de la escolaridad. En cualquier caso, los hogares que los hombres abandonan para buscar mejores oportunidades quedan en manos de las mujeres y con escasas posibilidades de subsistencia. Todas estas circunstancias (sus roles domésticos, de cuidado y de mantenimiento de las tierras que cultivan) hacen que la participación de las mujeres en los procesos de consultas y toma de decisiones para el establecimiento de estrategias de adaptación al cambio climático no sólo sea necesaria sino crucial y perentoria. Pero más allá de esto, más allá de las estrategias de afrontamiento para poder seguir viviendo, es necesario que la política tome todas las medidas a su alcance para dar la vuelta la alarmante situación del clima.

Buscar soluciones es la preocupación sincera sólo de los que sinceramente quieren que se encuentren; pero no lo es para aquellos que el cambio climático es una fuente de ingresos que nunca habrían ni imaginado; una lluvia de miles de millones de euros atesoran los promotores inmobiliarios para la construcción de habitáculos tras el paso de huracanes que origina la crisis climática, por sólo poner un ejemplo inocente. Algunos, para no verse atrapados en una disonancia cognitiva, niegan el cambio climático. Minimizan el fenómeno; lo ridiculizan. Son los denominados negacionistas. En cualquier caso, tanto si la negación es psicológica como si lo hace en forma de capitalismo descarnado, cabe preguntarse qué se esconde detrás de esta actitud. La respuesta me da vergüenza decirlo, porque unos y otros la sabemos: los voluminosos intereses económicos. Que aguanten los desvalidos; que se jodan! Y resulta que los más desvalidos de los desvalidos del planeta son las mujeres...

Al parecer son los responsables políticos que por ¡vigésimo primera vez! se reunirán para acordar la regulación de las emisiones carbónicas y no sobrepasar el 2% del incremento térmico. Si no conseguimos mantenernos en este punto, nos dicen los científicos, entraremos a medio plazo en un caos climático inevitable y catastrófico, y no habrá marcha atrás.

¿Por qué tengo la sospecha de que con esta próxima Conferencia se pretende continuar alimentando la sensación ilusoria de preocupación gubernamental seria? ¿Se tomarán medidas severas y vinculantes para no superar el objetivo de los 2 ºC? En la primera Conferencia Mundial sobre el cambio de la atmósfera que se celebró en 1988 en Toronto, hace 27 años!, después de haberse afianzado el consenso científico del calentamiento del planeta, se acordó reducir las emisiones en un 20% como máximo para el 2005. No sólo no han bajado sino que han aumentado. Cuando más esperen los países a tomar medidas responsables, más drásticas deberán ser para evitar los riesgos de una situación irreversible. Soy de la opinión que nos haría falta una transformación revolucionaria. Desde los primeros movimientos feministas desde las mujeres han sido promotoras de muchas revoluciones sociales. Una vez más las mujeres podríamos ser artificios importantes de esta revolución climática que nos espera ineludiblemente.

Hacia finales de año, desde el 30 de noviembre al 11 de diciembre, París acogerá la 21ª. Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático. Esta conferencia tiene el objetivo de llegar a un acuerdo internacional sobre el clima y que involucre a todos los países, con el objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de los 2ºC. ¿Tratarán también de cómo el cambio climático afecta a los sectores más pobres y desvalidos del planeta? Según datos de 2008 de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos se estima que el 70 por ciento de las personas pobres del mundo son mujeres. Las desigualdades de género, el poder de los hombres sobre las mujeres, se traducen en una distribución desigual de los recursos, en una desigualdad en el acceso y control de estos recursos; también se traducen en diferencias en las oportunidades para acceder a la educación, en el trabajo y en una escasa presencia en la toma de decisiones. Todas estas desigualdades discriminatorias se agudizan con el cambio climático. Evidentemente hombres y niños también son vulnerables ante el cambio climático pero en formas diferentes que las mujeres; formas que deben ser comunicadas y tratadas. En este sentido entender y analizar las consecuencias diferenciales del cambio climático según el género puede ayudar al establecimiento de políticas de enfrentamiento y adaptación. Pero vayamos por partes.

En el mundo occidental, quien más o quien menos sabe que el cambio climático está ocurriendo pero como no es un fenómeno que nos afecte de inmediato sino gradualmente y tampoco sabríamos cómo afrontarlo, no acabamos de preocuparnos. Podemos pensar que los argumentos científicos son demasiado complejos, que es un problema demasiado distante y abstracto; que es cosa de ecologistas y que éstos ya se encargan. Los humanos somos tan inteligentes, podemos decir a nosotros mismos, que ya encontraremos alguna solución. Algunos pueden leer este tipo de noticias en diagonal, sobre todo las que más miedo les pueden hacer. Los más sensibles a la unánime y cruda información científica, en actitud de ciudadanía responsable y filantropía ecologista, son cuidadosos discerniendo la basura, cierran las luces y los grifos, tratan de consumir alimentos de proximidad y sin aditivos. ¿Qué más pueden hacer, se preguntan, para no ser sólo chispas fugaces?