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Reinventar las mujeres

Seres humanos, nos llama Agacinsky

Un tema, el de la igualdad y la diferencia, tan antiguo como la misma historia humana, se ha vuelto a poner en circulación en el discurso público, a partir de la triste constatación del aumento de las desigualdades en todos los ámbitos de la vida. Y una vez más se nos hace evidente la gran vulnerabilidad que afecta de forma específica y directa a las mujeres. Así lo muestran los estudios más recientes. A pesar de los avances legales y la presencia de una pequeña minoría de ellas en lugares de gran visibilidades pública, para la mayoría la “diferencia” resulta ser un obstáculo para alcanzar una vida en igualdad de condiciones con los hombres. Y es que pervive un discurso silenciado, no dicho, heredero de una larga cultura patriarcal que sólo se manifiesta, como por descuido, como quien no da importancia, escapado de control en determinadas situaciones inesperadas (respuestas parlamentarias incluidas, por ejemplo. ...) O bien explota, indecentemente bajo forma de violencia extrema, o de pequeñas sutiles violencias cotidianas ... Se muestran, abiertamente, entonces las vergüenzas de una cultura que, sin embargo, sigue pensando que lo plenamente humano tiene rostro masculino . Y hasta qué punto persisten las viejas creencias que atribuyen diferentes grados y niveles de “humanidad” a hombres y mujeres. Y, como consecuencia, diferentes papeles en el entramado de la vida personal y colectiva. Silviane Agacinsky lo expresa muy bien. Nos dice:

No es extraño que en el momento en que ella ha comenzado a despertar a la vida pública - entendida ésta como el ámbito del trabajo, de la política y de la presencia en los medios de comunicación- su primera preocupación, la gran tarea reivindicativa ha sido la de ser tanto hombre - ser humano- como ellos. Y a pesar de que la corriente del feminismo dicho de la “diferencia” ha ido haciendo hincapié sobre el valor de las diferencias para recordar, señalar la existencia del otro dentro de este concepto de lo humano-masculino, omnipresente, lo cierto es que el movimiento más fuerte dentro del feminismo, fundamentado en el pensamiento ilustrado y en la noción básica de los derechos humanos, ha optado por la igualdad como palabra clave en la lucha en pro de las mujeres. Las medidas políticas tomadas a lo largo y ancho del mundo, en los últimos sesenta años han optado por luchar por la igualdad tomando como referencia los Derechos Humanos fundamentales y exigiéndolos para las mujeres. Los avances, a pesar de sus grandes límites, son evidentes. Bienvenidos sean.

Pero este mundo nuestro, enpapado todo él de cultura patriarcal enterrada pero operativa en las decisiones colectivas, públicas y privadas tanto a menudo invisible, tanto “naturales” a nuestros propios ojos, es un mundo contrahecho. Cojo. Carente de virtudes públicas olvidadas en el ámbito de lo privado, patrimonio de lo femenino y por tanto apartado de la vista. De virtudes que hacen de la vida humana un valor, del cuidado una necesidad, de la compasión una virtud, de la complejidad un sabio e inteligente reconocimiento de la realidad ... Y sin retroceder ni un paso en los derechos adquiridos, en los derechos a la igualdad, conviene reinventar la mujer y sus derechos a ser iguales y diferentes, en cuanto persona y como género.

Esta es la tarea que queda por completar en el plano de la realidad, en el de la filosofía política y en el plano del inconsciente patriarcal que fundamenta toda nuestra cultura.

Seres humanos, nos llama Agacinsky

Un tema, el de la igualdad y la diferencia, tan antiguo como la misma historia humana, se ha vuelto a poner en circulación en el discurso público, a partir de la triste constatación del aumento de las desigualdades en todos los ámbitos de la vida. Y una vez más se nos hace evidente la gran vulnerabilidad que afecta de forma específica y directa a las mujeres. Así lo muestran los estudios más recientes. A pesar de los avances legales y la presencia de una pequeña minoría de ellas en lugares de gran visibilidades pública, para la mayoría la “diferencia” resulta ser un obstáculo para alcanzar una vida en igualdad de condiciones con los hombres. Y es que pervive un discurso silenciado, no dicho, heredero de una larga cultura patriarcal que sólo se manifiesta, como por descuido, como quien no da importancia, escapado de control en determinadas situaciones inesperadas (respuestas parlamentarias incluidas, por ejemplo. ...) O bien explota, indecentemente bajo forma de violencia extrema, o de pequeñas sutiles violencias cotidianas ... Se muestran, abiertamente, entonces las vergüenzas de una cultura que, sin embargo, sigue pensando que lo plenamente humano tiene rostro masculino . Y hasta qué punto persisten las viejas creencias que atribuyen diferentes grados y niveles de “humanidad” a hombres y mujeres. Y, como consecuencia, diferentes papeles en el entramado de la vida personal y colectiva. Silviane Agacinsky lo expresa muy bien. Nos dice: