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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Oscuridad sobre el matrimonio

La orquesta en el foso; el vestuario (presuntamente actual), con un estilo rococó a más no poder; el texto cantado, subtitulado ... Alguien no adepto a la ópera podría asustarse a las primeras de cambio. Pero se perdería una obra divertida, con ritmo y punzante. Una obra tan seria desde el punto de vista musical y teatral que sería idónea para captar a nuevos aficionados al género lírico.

La historia es alocada: la boda de dos chicas bajo el enfermizo control del riquísimo padre de una de ellas, en función de la carta astral y, sobre todo, de un eclipse que lo oscurecerá todo. En el medio, una parodia de la sociedad que vivimos: escenas de celos entre invitadas; un alcalde que debía oficiar el enlace y que sale esposado en las noticias de la tele (¡...nos suena a todos!); las intenciones, intrínsecamente corruptas (¡cómo defenderá el alcalde cuando se entere de su detención...!), de un padre que todo lo compra y cree tenerlo todo a su servicio y que es odiado por su familia; dudas hamletianas y siderales, las de la madre -Mercè Sampietro-, siempre cuestionándolo todo desde el más allá; e incluso ilusiones revolucionarias bolcheviques, las del enterrador -Pere Ponce-, último encargado de casar a la pareja.

Los personajes representan un amplio abanico: está la fotógrafa de guerra, ex pareja (y aún enamorada) de una de las contrayentes; el hermano de una de las novias, artista envuelto en trapis del padre de la otra; el padre, monumento a la cultura del pelotazo; la vecina menor de edad y conejita del padre; la madre, que lo ve todo desde el cielo (o desde donde esté); la hermana monja, amiga de los pobres y, por tanto, enemiga de su padre; y el nostálgico enterrador, pendiente de viajar a Moscú para pujar por el cadáver embalsamado e incorrupto de Lenin, a quien ya le tiene guardada una tumba...

La sala pequeña del TNC se convierte en un jardín elegante, florido y acogedor para atender el gran día. Las condiciones meteorológicas, astrológicas y sociales (¡este alcalde en la tele...!) irán tiñéndolo todo de negro. El césped de la primera parte será la tierra oscura de un cementerio en la segunda; los rosales se convertirán en nichos de pared (con muertos enterrados -¡ay...! - con los móviles encendidos) y en medio del escenario aparecerán dos tumbas distinguidas. El negro lo irá invadiendo todo. A la oscuridad del eclipse terminará añadiéndose la oscuridad del cementerio. ¡Los peores augurios...! Porque ... ¿qué podemos esperar del matrimonio? El enterrador casamentero lo tiene clarísimo: nada bueno. Mucho mejor “ser infieles al corazón y fieles al cardiólogo”. Después de todo, nos recuerda, “el matrimonio es la principal causa de divorcio”. Sea como sea, casadas o no casadas, las enamoradas (o no enamoradas) marcharán bien lejos. Y no con los billetes business class, uno de los tantísimos regalos que les hace el padre...

La orquesta en el foso; el vestuario (presuntamente actual), con un estilo rococó a más no poder; el texto cantado, subtitulado ... Alguien no adepto a la ópera podría asustarse a las primeras de cambio. Pero se perdería una obra divertida, con ritmo y punzante. Una obra tan seria desde el punto de vista musical y teatral que sería idónea para captar a nuevos aficionados al género lírico.

La historia es alocada: la boda de dos chicas bajo el enfermizo control del riquísimo padre de una de ellas, en función de la carta astral y, sobre todo, de un eclipse que lo oscurecerá todo. En el medio, una parodia de la sociedad que vivimos: escenas de celos entre invitadas; un alcalde que debía oficiar el enlace y que sale esposado en las noticias de la tele (¡...nos suena a todos!); las intenciones, intrínsecamente corruptas (¡cómo defenderá el alcalde cuando se entere de su detención...!), de un padre que todo lo compra y cree tenerlo todo a su servicio y que es odiado por su familia; dudas hamletianas y siderales, las de la madre -Mercè Sampietro-, siempre cuestionándolo todo desde el más allá; e incluso ilusiones revolucionarias bolcheviques, las del enterrador -Pere Ponce-, último encargado de casar a la pareja.