Estamos en la 5ª edición del Cruïlla Barcelona. Cómo era hace años y cómo es ahora no tiene nada que ver…
Son siete ediciones pero hablamos de cinco. El festival nace en Mataró con el concepto social Casa de la Música y su festival Mataró Cruïlla de Culturas. Tenía la vocación de ser un ciclo de conciertos con diferentes temáticas, versátil y variado. El festival creció hasta que a Mataró le faltó músculo para aguantarlo: problemas de transporte, movilidad, alojamiento… 10.000 personas llegaban de golpe al lugar. Así que hicimos el festival con una noche de fiesta final en Barcelona. Cuando la situación en Mataró fue insostenible –quedó desbordado por el concierto de Manu Chao–, para continuar evolucionando tuvimos que centrarnos en Barcelona. Nace el Cruïlla Barcelona: un festival de dos noches, este año tres, en las que unimos un montón de formaciones con la única idea de la calidad musical en una programación heterogénea, amplia, variada, cosmopolita, mediterránea. Es un reflejo de lo que es la ciudad de Barcelona por la capacidad de proyección e internacionalización y por estar a nivel mundial pero también por el cuidado de la cultura, identidad y personalidad propias.
En esta línea, uno se pregunta como pueden combinarse en dos noches a Damon Albarn, Calle 13, Kusturica, Jack Johnson...
Es absolutamente normal que combinen. La tecnología ha socializado mucho el consumo cultural, especialmente el musical, y la gran mayoría no se siente parte de una tribu urbana concreta o se identifica siendo un hípster o un metalero… es algo del siglo pasado. Hoy en día se escucha folk americano por la mañana y rock por la tarde o pop y reggae cuando sale de fiesta. La idea con la que programamos es que la gran mayoría de gente escucha música variada, no escucha sólo un tipo de música. Hasta ahora, los festivales que han funcionado en España son los que se han focalizado en un tipo de música que va dirigida a un tipo de público con un consumo cultural más alto, gente que está al día y muy pendiente de si un grupo saca un disco. Los canales para llegar a esa gente son muy directos pero son poca gente en realidad. Nosotros pretendemos dirigirnos a muchísima gente que seguramente no está tan pendiente pero que consume música habitualmente. Aunque han existido modelos parecidos como el Doctor Music o el Espárrago Rock o el Rock in Rio no han funcionado. El salto tecnológico que existe hoy en día es lo que puede hacer que el Cruïlla esté funcionando tan bien. Si salimos de los prejuicios, es normal que tengas un concierto de rock, uno de música balcánica y luego uno de hip hop. Es algo sano para los oídos y que define también la ciudad de Barcelona, no es una ciudad que tenga una tendencia clara y concreta sino que tiene una personalidad abierta que precisamente recibe muy bien toda esa variedad.
En este sentido, tanto Sònar como Primavera Sound (PS) en estos últimos años se han desespecificado en términos de géneros musicales...
No lo veo así, siempre han incorporado actuaciones fuera de su contexto natural, recuerdo actuaciones en el PS de Lluís Llach y en el Sònar de Sigur Ros. No tengo la sensación de que hayan desvirtuado su identidad, pero sí que su leit motiv no es esa variedad, ellos incorporan algún elemento peculiar dentro de una línea editorial bastante clara y concreta a un público muy claramente definido. Es como si a nivel de publicidad tuvieran un target muy ajustado y nosotros renunciamos totalmente al concepto de target.
¿Existen sinérgias con otros festivales barceloneses?
Nos complementamos muy bien. Cruïlla llegó a Barcelona en muy buen momento, tras la primera burbuja de festivales, hubo años de una guerra total donde aparecían festivales y eso perjudicó a todo el mundo. Nosotros aparecimos en el momento que ya había habido la limpieza y PS tenía su espacio como gran festival en mayo, Sónar en junio y nosotros queríamos ser el gran festival de julio. Tres meses, tres perfiles musicales completamente diferentes y complementarios. Desde la Asociación de Promotores Musicales trabajamos conjuntamente acuerdos con la SGAE o batallamos para normalizar el alto nivel impositivo español con el cual estamos perdiendo mucha competitividad a la hora de pasar propuestas a artistas. Con IVA y SGAE hay un 31% que desaparece y que en otros países es un 10%. Los festivales de música tienen un potencial económico, no sólo por la atracción de extranjeros, sino por la cantidad de gente que trabaja, proveedores que ofrecen servicio, hoteles, taxis, restaurantes... La cultural es una actividad económica de primera línea que con ese nivel impositivo es un muy complicado sostener.
En otros festivales el 45% o más son extranjeros... vuestro público, sin embargo, es local.
Hacemos promoción en otros países pero eso no significa que no nos importe mucho mantener el público de aquí y que esto sea un hecho diferencial. Lo tenemos muy claro, queremos que sea el festival de los barceloneses. La gente se va a sentir cómoda donde el público mayoritario es local, queremos cuidar a ese público con servicios, que los conciertos duren 90 minutos, que puedas disfrutar de todos los cabezas de cartel sin perderte ninguno, que los desplazamientos entre escenarios sean cortos, que los precios sean asequibles. Si pensamos en el público nacional nuestra política de precios es la correspondiente. Queremos mantener esa esencia.
La percepción general, es que la gente que va a vuestro festival se lo toma como una fiesta.
Tiene que ver con la variedad musical, que define mucho lo que pasa dentro del evento. No va dirigido sólo a un público joven o sólo a un público adulto ni sólo a una tipología de gente. Tengo la sensación de que el público del festival no se siente con la obligación de ver a todos los artistas, se toma su tiempo, se paran a cenar, en la zona de juegos... No se vive con angustia, se vive con sensación de alegría pero no una fiesta excesivamente desmadrada, el ambiente es bastante cívico, lo cual es bastante curioso en un festival de música...
El volumen de público del año pasado fue 31.000 personas. ¿Qué previsión hay para este año?
Llegar a unas 40.000. Existe una cierta competición entre los festivales para ver quien es el que más público mete y muchas veces eso va en contra de la calidad con la que la gente disfruta de los conciertos. A nosotros no nos interesa mucho competir por número de gente, creo que hasta 20.000-25.000 personas por día, que son muchas aún puedes disfrutar de los conciertos viendo al artista directamente sin tener que recurrir a la pantalla. es verdad que aún pretendemos crecer pero no hasta el infinito, hasta ver cuánta gente somos capaces. Nos gustaría llegar a un nivel en el que podamos optar a grandes artistas pero donde el público pueda disfrutar de los conciertos y que los servicios estén bien dimensionados. El gran festival de música es un formato que se creó hace 15-20 años y quizá deban aparecer nuevos formatos donde quizá la oferta no sea de 200 grupos, que sea de 37.
¿Hay otros hechos ‘diferenciales’ en el Cruïlla Barcelona?
Nos importa lo que dicen los artistas, el mensaje de sus letras, que quieran transmitir algo. Tiene que ver con la relación que tenemos con algunas entidades como Amnistía Internacional –a la que se le pueden hacer donaciones al comprar la entrada–, nuestra entidad financiera es Tríodos y tenemos un acuerdo con Some Energía, una cooperativa que hace un estudio sobre el impacto que tiene el festival y la manera de reducirlo. Un festival de música es de las cosas menos ecológicas que hay, tiene un gran impacto ambiental y el tema es cómo se reduce. Todo esto es también es el evento y define el público que viene. Tiene que ver con el sentimiento que se va expandiendo de que es necesaria una transformación social en muchos sentidos y también en los festivales de música.
Cambiando radicalmente de tercio, ¿ha estado el Cruïlla en peligro de extinción?
Varias veces. El festival como actividad empresarial aún no es una actividad que dé beneficios, cada año a hecho falta una inyección de recursos propios para mantenerlo. He vivido la evolución de los grandes festivales de España, desde el Doctor Music y Benicassim al PS o Sònar... y han tardado ocho o nueve años en consolidar su oferta y se entiende que ahora sean actividades económicas rentables y potentes. Nosotros intentamos acelerar ese proceso y conseguirlo en cinco años... Todo el mundo que no ha hecho crecer un festival de una manera orgánica ha acabado desapareciendo. Quien no ha pasado unos cuantos años aguantando un festival deficitario y ha continuado mejorándolo, incrementando la inversión, el nivel de artistas, la promoción y mejorando la producción ha desaparecido.
¿Pensáis crear en vuestro festival cosas diferentes a los conciertos en directo?
El pasado año comenzamos una vía que vamos a ir desarrollando y que esperamos que tenga continuidad durante todo el año: la idea clara de la relación entre el festival y la ciudad de Barcelona. Sònar y PS tienen festivales en Oporto, Sao Paulo o Tokio y la idiosincrasia puede ser parecida al de Barcelona. Nosotros queremos identificarnos claramente con la ciudad y que lo que pase aquí sólo sea posible en Barcelona, que identifique muy claramente la ciudad. Generamos una acción llamada We Are Barna y que presentará una guía de usos y costumbres propias de la gente de aquí. Dentro del festival, habrá una oferta de restaurantes con gastronomía Km 0. Vamos a ir desarrollando esa identidad propiamente barcelonesa y por el otro todo lo que tiene que ver con empresas, entidades que promocionan la transformación social, ese es nuestro camino paralelo al musical.
Recorrido breve sobre la evolución musical del Festival Cruïlla Barcelona.
Desde el principio la idea no ha variado. En la 1ª edición teníamos a Ben Harper, Love of Lesbian, Macaco, Albert Pla, Alpha Blondie... Los medios tenían la necesidad de identificarnos con algún estilo musical y cayó la etiqueta del mestizaje, lo que que viendo el cartel no era así. Ya hace dos o tres años se ha entendido que no va por ahí la cosa. Por haber hecho las cosas bien, tratar bien a los artistas y al público, cada vez tenemos más posibilidad de convencer a más y mejores músicos y ayuda a mejorar la programación. Poder programar a Macklemore con Damon Albarn, Band of Horses, Kusturica, Tinariwen o Berri Txarrac nos parece peculiar y es una línea en la que nos gustaría seguir avanzando. Es como si los grandes festivales sólo programaran música anglo-sajona en la línea pop-rock, como si Beyoncé no tuviera espacio en España porque no hace pop-rock. Me encantaría que pudiera venir un padre de 45 años con su hijo de 18 a enseñarle el concierto de Johnson y que se quedase con su hijo para el de Macklemore. Sería una situación atípica en el mundo de los festivales pero que para nosotros sería la ideal.
¿Cómo ves el cartel de este año?
Lo veo en tres líneas. La primera, los cabezas de cartel, con nombres que tienen una historia y proyección (Macklemore, Damon Albarn , Jack Johnson, Band of Horses, Calle 13, Violadores del Verso, Vetusta Morla). Luego una segunda, muy variada y que es la que realmente identifica al Cruïlla y lo hace único (Berri Txarrac, Kusturica, The Selecter, Tinariwen, John Badler, Julia Stone, Valerie June, Jazzanova…), con una calidad musical indiscutible y especial cuidado en que tengan excepcionales directos donde la gente que no los conozca al ver el directo alucine... Y la tercera línea, la presencia de artistas nacionales y locales en todo tipo de horarios, no sólo a primera hora y durante todo el festival; tiene que ver con el trabajo que nosotros hacemos a lo largo del año en las casas de la música o en la Sala Clap: el apoyo a la música local emergente (Maria Rodés, Betunizer, Blaumut, Joan Dausà, Nueva Vulcano...). Hemos vivido el acompañamiento de grupos que durante años no han sido conocidos haciendo conciertos delante de 15 personas y que de repente explosionan. El festival puede servir para ayudarles a evolucionar y proyectarlos a una escala internacional, ese también es nuestro papel.