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“Las becas comedor son fantásticas pero son sólo una tirita”

La malnutrición, consecuencia de desequilibrios alimentarios que se agravan con la crisis, ha ocupado recientemente todas las portadas al conocerse que sólo en Barcelona hay más de 2.000 niños y niñas que la padecen. Esto teniendo en cuenta que en las escuelas de la capital catalana, de momento, no faltan becas comedor, a diferencia de otros municipios catalanes. Cada vez más maestros se quejan de que han visto como sus alumnos asistían a la escuela sin haber desayunado, o que desfallecían a media clase fruto de una dieta insuficiente.

Para ayudar a combatirlo, la Cruz Roja y la Generalitat han coordinado un programa para orientar a las familias a la hora de llenar la cesta de la compra, y asesorarlas para que puedan ahorrar al máximo sin tener que prescindir de alimentos frescos. Sin embargo, la coordinadora del plan, Gemma Salvador, nutricionista de la Dirección General de Salud Pública de la Generalitat, sabe que esto solo es un parche, como lo son también las becas comedor, dentro de un sistema que algo ha hecho mal cuando los más pequeños se convierten en los más vulnerables.

¿Cuando se considera que un niño está malnutrido?

La malnutrición es el desequilibrio excesivo en la ingesta de alimentos. Ante todo, debe quedar claro que no es sinónimo de desnutrición, una ingesta tan baja que puede provocar enfermedades graves. La malnutrición se produce cuando la alimentación es desequilibrada e inadecuada para el individuo, y tanto puede ser por exceso como por falta de ingesta.

En la práctica, como se llega a una situación así?

Por ejemplo, si un niño come bollería, snacks o bebidas refrescantes en mucha cantidad durante dos tardes, no pasa nada. Pero si esto se convierte patrón alimentario, entonces sí. Y esto repercute en el estado de salud de la persona y en su desarrollo físico-psíquico.

A nivel académico, ¿como puede afectar la malnutrición a los niños y niñas?

Esto está recogido en multitud de estudios, aunque siempre se debe tener en cuenta el entorno, en nuestro caso muy particular en los últimos años. A corto plazo, afecta al nivel de atención de los niños en clase, a su grado de percepción y de participación, etc. Y ya a nivel de salud, en su peso y en su ritmo de crecimiento. A largo plazo, provoca enfermedades. Por ejemplo, un consumo elevado de azúcares refinados conlleva caries; otros casos más comunes son la afectación de los niveles de las grasas.

Una persona que, de pequeño, por los motivos que sean, adquiere malos hábitos alimenticios, ¿de mayor le costará ponerles remedio?

Los expertos, ya no en alimentación sino en educación, coinciden en que la infancia en general es la época adecuada para crear hábitos. Entonces, nada está nunca perdido, pero es evidente que lo mejor es trabajarlo de pequeños. Y esto se hace en el entorno escolar, en los casals, en los espacios de educación en tiempo libre... Por poco que puedan, las familias deben intentar crear hábitos sencillos: plato único y una fruta. Y sobre todo acompañarlos en el proceso.

En los casos de malnutrición habla a menudo de excesos. No parece, por lo tanto, que quiera asociar este fenómeno a la crisis y a la situación de penuria económica de muchas familias.

¡Claro que están relacionados, la crisis y la malnutrición! De hecho, sobre malnutrición concretamente no tenemos datos, pero sí sobre obesidad y sobrepeso. Sabemos que suelen darse más casos en entornos socioeconómicamente desfavorecidos. También intervienen variables como el nivel educativo de los progenitores. Pero no hay absolutamente ninguna duda de que los trastornos por malnutrición están asociados a las condiciones económicas.

Para estas familias usted ha coordinado un programa en el que se les explica cómo pueden ahorrar y a la vez mantener cierto equilibrio en la dieta. ¿Cuáles son las claves para conseguirlo?

Para comer sano con menos dinero, el principal ahorro, más importante de lo que parece, surge de la planificación, si se quiere, semanal. Cuando uno no planifica los alimentos sobran y se pudren. Otra medida, ligada a la primera, es comparar y contrastar los mejores precios. En nuestro decálogo explicamos que todo el mundo debe saber que al final de las etiquetas está el precio por kilo, que va mejor para comparar. También es fundamental seleccionar alimentos de temporada, siempre más baratos. No vale lo mismo la judía verde en enero que ahora. Son pequeñas estrategias para reducir el importe.

En un reportaje sobre cómo la crisis afecta a la alimentación, varias familias nos contaban que lo primero que dejan de comprar son los productos frescos. Demasiado caros.

Sí. En este sentido, por ejemplo, como nuestro programa va destinado en buena medida a familias beneficiarias de entidades como Cruz Roja, intentamos convencerlas de que deben complementa siempre que puedan el pack de alimentos que reciben, que contiene productos secos -legumbre, arroz, pasta, galletas...-, con fruta y verdura. El consumo de hortaliza es fundamental. La gente tiende a dar más importancia al trozo de carne que a la fruta y a la verdura, pero deben pensar que las proteínas ya se obtienen de la legumbre, frutos secos, los huevos o los lácteos.

¿Cuál es el presupuesto ajustado que proponen en el programa?

Desde 22 euros semanales para los niños de 3 a 6 años, a los 40 euros para los mayores de 12, basándonos en precios del primer trimestre de 2013. Con ello se tienen en cuenta las cinco comidas en casa.

Desafortunadamente, hay muchas familias que no disponen de ese dinero. ¿Qué propone en estos casos?

Una familia que no pueda garantizar 30 euros a la semana para la comida de sus hijos es que requiere un apoyo más allá de cualquier recomendación de este estilo. No me corresponde a mí decir de quién debe venir esta ayuda ni de dónde, pero es evidente que la necesitan. Seguramente deben intervenir los servicios sociales. O la Cruz Roja o Cáritas a través de sus programas especiales de becas comedor.

¿Es correcto que tantas familias dependan de entidades sociales y que desde la Administración no se les pueda dar respuestas? ¿Algo se ha hecho mal?

No es mi tarea valorarlo. Pero sí creo que ahora todo el mundo, los medios de comunicación, las entidades sociales, pero sobre todo los organismos de Gobierno, debemos trabajar para resolver con el mínimo de medios y el máximo de efectividad situaciones tan duras como las que se están produciendo.

Una de las principales quejas es que no hay suficiente becas comedor para todas las familias que las necesitan.

Claro, pero yo no puedo entrar a valorarlo porque desconozco la realidad del departamento de Enseñanza. Ahora bien, el espacio que ocupa el comedor es importante, pero sólo 173 días al año, y sólo al mediodía. Es un espacio muy pequeño comparado con el resto de comidas del año. Se deben garantizar comidas equilibradas y sanas fuera de la escuela. El gran problema es que se debe conseguir no llegar a depender de la beca, que es fantástica pero que sólo es una tirita ante un fenómeno mucho más global.

La malnutrición, consecuencia de desequilibrios alimentarios que se agravan con la crisis, ha ocupado recientemente todas las portadas al conocerse que sólo en Barcelona hay más de 2.000 niños y niñas que la padecen. Esto teniendo en cuenta que en las escuelas de la capital catalana, de momento, no faltan becas comedor, a diferencia de otros municipios catalanes. Cada vez más maestros se quejan de que han visto como sus alumnos asistían a la escuela sin haber desayunado, o que desfallecían a media clase fruto de una dieta insuficiente.

Para ayudar a combatirlo, la Cruz Roja y la Generalitat han coordinado un programa para orientar a las familias a la hora de llenar la cesta de la compra, y asesorarlas para que puedan ahorrar al máximo sin tener que prescindir de alimentos frescos. Sin embargo, la coordinadora del plan, Gemma Salvador, nutricionista de la Dirección General de Salud Pública de la Generalitat, sabe que esto solo es un parche, como lo son también las becas comedor, dentro de un sistema que algo ha hecho mal cuando los más pequeños se convierten en los más vulnerables.